septiembre 17, 2025

Narrativas del ser | La eterna juventud

Los adultos no aceptan la vejez, los jóvenes no asumen la adultez, los adolescentes no...

Los adultos no aceptan la vejez, los jóvenes no asumen la adultez, los adolescentes no dejan la niñez y todos le tememos a que los niños alcancen la adolescencia. La idolatría por una época que ya fue y que nunca regresará atormenta a las personas que se encuentran en la antesala de la vejez. Enfrentarnos a la edad es equivalente a aceptar que nuestras posibilidades existenciales se reducen. El paso del ser a la nada es la verdad más angustiante para el género humano. Visualizar nuestra muerte es sinónimo de un espacio vacío, de un salto a lo desconocido. Escuchar el llamado de nuestra vocación terrenal y confrontarlo es aceptar la única certeza del futuro: el fenecer.

La búsqueda insaciable de la humanidad ha sido encontrar la fuente de la eterna juventud. La perseguimos tan desesperadamente que intentamos utilizar todos nuestros recursos para alcanzarla. Los millonarios invierten sus capitales en ello, los trabajadores laboran con la intención de asegurar su futuro, cada uno, según sus circunstancias, se resguarda en lo que tiene para evadir el miedo que genera reflexionar sobre el destino. Los inteligentes aceptan esa verdad y buscan dejar un legado que los haga trascender por generaciones: los poetas lo hacen a través de las letras, el artista en su arte, los magnates se resguardan en sus emporios empresariales, los sencillos procrean primogénitos para subsistir en el árbol genealógico de su familia y los influencers y artistas buscan ser recordados a través del tenebroso cáliz envenenado que lleva a la fama. Nadie quiere ser olvidado. El doloroso destierro de la mundanidad es el peor escenario para cualquier individuo. El perecer y el devenir no discrimina ni diferencia entre personas, todos compartimos la inevitabilidad de la muerte porque “polvo eres y en polvo te convertirás” (Gen 3:19).

El mito de la eterna juventud fue profundizado por el genio alemán Johann Wolfgang von Goethe en su inmensurable obra ficción: Fausto. Doctor Fausto era un sabio, letrado, místico y conocedor que dedicó su existencia a alcanzar los conocimientos de la realidad. Entrado en años experimenta la crisis existencial de la muerte. “¿Valió la pena la vida que viví? ¿Aproveché mi juventud?”, se cuestiona preocupado. Sus sacrificios para alcanzar un alto nivel intelectual le parecían detestables. No aprovechó su vida al máximo, no explotó todas las posibilidades que te ofrece la juventud. Se privó del experimentar, errar, amar, arriesgar, sentir y vivir. Se resguardó en la soledad de su estudio, con sus libros, buscando insaciablemente la verdad. Pasados los años, Fausto se pregunta si valió la pena la rectitud de sus acciones y su intenso régimen. Solo y desesperado en su despacho, se presenta Mefistófeles, un demonio que había realizado una apuesta con Dios: ¿era posible hacer que el justo doctor le diera su alma al diablo? Dios confiaba en Fausto, su hombre de mil batallas, creía que sería capaz de soportar toda tentación por eso aceptó la indecente propuesta del ángel caído y le permitió tentar al doctor. Mefistófeles en cambio, dudaba de la rectitud del doctor porque pensaba que todo hombre era corruptible. El demonio le ganó a Dios, logró corromper a su soldado más fiel y lo hizo a través de una promesa, le prometió a Fausto que si le vendía su alma lo rejuvenecería. Fausto desesperado por sus errores del pasado y aburrido por su presente, temeroso, en un estado de desesperación y oscuridad al cuestionarse sobre el final de su vida, acepta la propuesta de volver a ser joven aunque su condena sería eternizar su alma en el infierno.

La primera parte de la obra transcurre con Fausto en la juventud, una segunda oportunidad se le presentó. El doctor se vuelca en los excesos: mujeres, fiestas, poder, fama, etc. Conoce a una doncella de la que se enamora, Margarita. Mantiene una relación prohibida con ella que lo lleva a asesinar al hermano de su amada. Le roba su inocencia y mancha la blanquitud de un alma pura y joven. Fausto la abandona cuando ella le anuncia que está embarazada de él. La pobre Margarita cae en un estado de perdición y de locura y en la desesperación de su soledad asesina a su hijo que concibió fuera del matrimonio. Fausto, al ver los daños que le causó a Margarita empieza a arrepentirse del estilo de vida que estaba llevando, pero no había vuelta atrás, el pacto con el diablo era irreversible. Decide reclamarle a Mefistófeles por la miseria e inmundicia que había creado por sus acciones, pero el demonio no le deja victimizarse: “todo lo has realizado tú”, lo interpela con firmeza. El sufrimiento de Fausto crece, su conciencia se deteriora hasta el extremo de aceptar sus decisiones y aumentar el vacío con el que cargaba en el inicio de la obra. La verdad que Fausto descubre es que no se puede huir de la edad, hay que afrontar la realidad con madurez. La solución a los problemas no está en el rejuvenecimiento ni en los excesos, sino en la calma, la quietud, el equilibrio y la paz.

Huir del futuro genera un efecto contrario a una vida plena. Aceptar las condiciones en las que nos encontramos es síntoma de madurez. El problema es que constantemente evitamos que los demás confronten los retos propios de su edad. No dejamos que los adultos tengan las responsabilidades propias de su edad. Cada vez alargamos las etapas de la vida generando un vacío en nuevos liderazgos que puedan solucionar las problemáticas que nos rodean. Los mayores les temen a los jóvenes y los califican de inútiles, pero no se dan cuenta de que ellos no nos han permitido crecer porque se aferran a una época de excesivo activismo que ya no les corresponde. Descalificar a las generaciones venideras es síntoma de inseguridades, de no aceptar el rol que ahora les pertenece por su edad. Los adultos, por su parte, mantienen el estilo de vida de los jóvenes dejando que los jóvenes se estanquen en la adolescencia. Las nuevas generaciones estamos atrapados entre las frustraciones de quienes nos precedieron y las inseguridades de nuestros tiempos, fruto de quienes no hemos realizado nada relevante por mérito propio. El círculo vicioso de la inmadurez nace de evitar abrazar la incertidumbre del futuro.

Somos la generación que ha crecido en la abundancia, que disfrutamos de los esfuerzos de nuestros padres, de aquellos que se partieron el lomo para crear un patrimonio y abrirnos una cantidad de oportunidades insospechadas. Por ello mismo no estamos acostumbrados a la carencia, al esfuerzo y al desgaste, nos sentimos cómodos disfrutando lo que otros han hecho por nosotros. Asumir nuestras responsabilidades implicaría matar la comodidad y la indiferencia e involucrarnos en las decisiones que permiten el desarrollo social y económico de nuestro entorno. En el arriesgar se encuentra la posibilidad del perder, pero es necesario afrontar retos para madurar y asumir convicciones que nos permitan transformar la realidad.

El llamado está en tomar las riendas de nuestra vida y empezar a ser futuro. Buscar retos y adversidades —evitando todo masoquismo— para superarlos con la intención de ser actores de cambio. Nuestro bienestar reclama renovar a los constructores de este complejo mundo en los diversos ámbitos de la ciudadanía. Se necesita una nueva clase de líderes preparados que transformen su ambiente en los distintos campos de desarrollo. Eso no quiere decir que excluyamos a aquellos que ya construyeron el mundo en el que vivimos, al contrario, llegó la hora de que utilicen su experiencia, su trayectoria y su sabiduría para aconsejarnos.

Unir la vitalidad y el consejo es la fórmula de la evolución. Los adultos y jóvenes tenemos que aceptar nuestras carencias y con humildad pedir consejo de aquellos que sí han vivido. Los mayores tienen que reconocer su rol social y empezar a impulsar talentos novedosos para relevar a los protagonistas de la historia. La solución al futuro no es la que Fausto intentó haciéndose el mismo joven otra vez, pero tampoco está en despreciar lo viejo sólo porque es viejo, sino en encontrar los puntos de empate entre lo novedoso y lo bueno, porque quienes realmente saben qué es lo bueno son aquellos que ya han experimentado las consecuencias del errar y ese proceso de aprendizaje, querido lector, se encuentra en la experiencia no en el mito de la eterna juventud. ¡Bendita vejez que amplia horizontes y valora la vida en su justa medida! Los experimentados están destinados a encontrar la calma y la paz que nace en aquél que acepta lo que fue y lo que no alcanzó a ser. El sabio enseña cómo son las cosas no como queremos que sean.

Tomado de https://www.elsoldehermosillo.com.mx/rss.xml

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