Hacer la afirmación de que el equilibrio en distintos aspectos de la vida lleva a la plenitud es una reducción simplista de lo que significa ser humano. Querido, lector, cada vez son más los que piensan que la felicidad consiste en encontrar un balance entre las dimensiones físicas, profesionales, sociales, racionales y lúdicas de la persona. Este planteamiento es erróneo porque no todo lo que realizamos tiene el mismo valor. Los bienes a los que podemos aspirar y realizar tienen una valía diferente. Los bienes son ordenados, existe una determinada jerarquía de ellos: no es lo mismo hacer ejercicio que ayudar a alguien. Algunas obras, dependiendo de que tan buenas y arduas son, tienen más mérito que otras. Por ello admiramos la vida de personas que han optado por obrar conforme a bienes mayores, aunque sacrifican bienes menores nacidos de intereses personales. Es más meritoria la vida de quienes han entregado su existencia a ideales nobles que la historia de quienes han dedicado su existencia a obrar conforme a sus gustos o por su bienestar material.
Los modelos de vida que se nos presentan en las redes sociales a través de los famosos nos confunden, gran parte de ellos expresan bienes menores como la máxima aspiración a la que puede acceder una persona. Las influencers del fitness nos hacen creer que estar físicamente dotados es un bien envidiable por el que vale la pena dedicar gran parte de nuestro tiempo. El culto a la personalidad genera que millones persigan a toda costa una figura despampanante llena de músculos. La estética individual se viraliza y hace creer a los consumidores compulsivos de internet que consiguiendo un físico extraordinario serán más felices. El bienestar físico es importante, pero no se puede anteponer a otros bienes como la igualdad, la justicia y el amor a otros. Si por hacer ejercicio desatiendo mis responsabilidades que ayudarán a construir un mejor mundo, nunca alcanzaré la serenidad y la paz interior que tanto reclama el mundo de hoy.
El éxito profesional y los bienes materiales siempre han sido deslumbrantes para la humanidad. La excesiva búsqueda de prestigio, popularidad y dinero nos motivan a emprender proyectos difíciles y a realizar un sinfín de acciones creyendo que a través de ellos lograremos una plena realización personal. La experiencia nos ha demostrado que quienes priorizan esos bienes por encima de otros más nobles no superan los estados de vacío y tristeza, algo en su interior les reclama y les dice que están hechos para alcanzar bienes más perfectos, menos superficiales. Se sienten llamados a algo más grande que el superficial bienestar personal.
La jerarquía de bienes también se ve atentada por quienes deciden llevar una vida de quietud y comodidad. Creen que el mito de una vida equilibrada los justifica para no complicar su existencia realizando acciones transformadoras que mejoren su entorno social. Prefieren quedarse en su casa sin entregar un minuto de su tiempo a cuestiones que les puedan complicar sus pequeños y diminutos proyectos personales egoístas. Consideran el equilibrio como una evasión del sufrimiento, todo lo que signifique arriesgar o sacrificar por cosas que valgan la pena, les parece repudiable porque piensan que perderán la ansiada e inexistente vida equilibrada.
Podría seguir ejemplificando las falsas ilusiones que se propagan en la idea de una vida equilibrada. La realidad es que ese mito se ha difundido entre las nuevas generaciones para auto justificar la comodidad y la conformidad. La primera verdad que hay que entender para no caer en esta trampa y condenar nuestra vida a bienes superficiales que tarde o temprano nos llevarán a la desolación es que la vida equilibrada no existe porque el terreno en el que nos desarrollamos no es neutro. No se nos muestran el verdadero orden y valor de los bienes porque en la actualidad consideramos que todo vale lo mismo. Si vemos los contenidos culturales que se propagan en redes sociales o plataformas de streaming se exteriorizan y priorizan bienes egoístas y autosuficientes por encima de otros que sí pueden darnos un sentido de vida profundo como la verdad, la justicia, el amor, la sabiduría, etc. La segunda verdad es que los bienes máximos a los que pueden aspirar los humanos implican renunciar a otros bienes menores porque en la realidad a veces se confrontan dos bienes, uno mayor con uno menor, tomar una decisión implicará una renuncia. Optar por algo es necesariamente dejar otra cosa. La frustración de una vida infeliz nace de dejarnos llevar por los bienes menores por ser fáciles y renunciar a los bienes mayores por ser arduos. La gran tragedia de esta sociedad deprimida es que ha aspirado a bienes tan pequeños por comodidad y egoísmo y ha renunciado a alcanzar bienes supremos que realmente llenan a la persona. No se conformen con poco, busquen la grandeza y la riqueza de lo que significa vivir, tengan esperanza en que si trabajamos por los bienes mayores nuestra vida será plena, aunque el camino se oscurezca por momentos.
Más historias
Claudia Wilson: La importancia del ejercicio en la vida adulta
Ante protestas en Los Ángeles, cabeza fría y resistencia de Sheinbaum contra Trump: Lorenzo Meyer
Ante protestas en Los Ángeles, cabeza fría y resistencia de Sheinbaum contra Trump: Lorenzo Meyer