El último superviviente de la generación Beat, fundador de la mítica editorial The City Lights, poeta y pintor, fallece a los 101 años en San Francisco
El milagro de Lawrence Ferlinghetti no es haber pasado la frontera del siglo XXI, sino sobrevivir al XX burlando los efectos de una existencia surtida de amigos abrazados a todos los excesos. Unos y otros forjaron el fragor de un tiempo en que germinó la fuerza de pasarlo bien mientras el mundo comenzaba a ser contado de otro modo. Y no sólo eso: el prodigio de ser Lawrence Ferlinghetti es morirse a los 101 años. Nada hacía presagiar que alguno de los miembros fundacionales de la Generación Beat llegase, si quiera, a ser viejo. Aunque Ferlinghetti fue el más consciente de que quería vivir un poco más.
Aquellos jóvenes dinamiteros exhalaron el humo de una marihuana que inundó el mundo y escribieron con una potencia expresiva que no buscaba sitio en los panteones de hombres ilustres, sino en los bares camuflados en sótanos oscuros y en las farmacias ilegales instaladas en galpones que no tenían puertas.
Con aquel espíritu fundacional, Ferlinghetti se encaramó a poesía junto al resto de la tripulación: Allen Ginsberg, Jack Kerouac, Gregory Corso, Gary Snyder y William S. Burroughs, entre otros.
Estudió periodismo en la Universidad de Carolina del Norte entre 1937 y 1941. Completó su formación en Columbia y remató el título con un doctorado en la Universidad de la Sorbona. Los años en París fueron para Ferlinghetti los del primer desparrame y los de la fascinación los libros como objetos gracias al librero George Whitman, propietario de Shakespeare & Company.
Aquello era el comienzo de una escalada prodigiosa que activó todos los apetitos del joven periodista en París. Ferlinghetti tampoco faltó al desquicie de la II Guerra Mundial, donde llegó a oficial al mando de un batallón durante la invasión de Normandía. A partir de aquella experiencia supo que a la vida se venía a pasarlo bien.
La poesía y el periodismo fueron los dos motores con los que se impulsó. Los beat inauguraron la contracultura con las herramientas que les otorgó el desacuerdo con los viejos modales de una cultura heredada y pronto aprendieron el valor de decir no. Su diana fueron tantos de los valores estadounidenses clásicos; y su remedio, la apología de las drogas, los viajes lisérgicos, la defensa de una intensa libertad sexual y el estudio de la filosofía oriental para poner en orden todos los desórdenes del espíritu.
Atento a lo que estaba sucediendo, Ferlinghetti entendió que hacía falta una plataforma para canalizar el géiser de una generación decidida a echarse a perder fundando una nueva astronomía. Así puso en marcha, en 1952, la editorial The City Lights en San Francisco, ciudad en la que el movimiento instaló una suerte de nave nodriza emocional. En el sello de Ferlinghetti publicaron todos. Y arrancó con su primer libro de poemas, de 1955, Pictures of the Gone World.
Pero su mayor audacia editorial, y fueron muchas las de su catálogo, fue publicar Aullido, de Ginsberg, que se convirtió en el golpe de autoridad de la poesía beat y que abrió contra Ferlinghetti un juicio por obscenidad. Era 1956. Decidió que la librería abriría todos los días de la semana y cerraría más allá de la medianoche. Su revolución empezó por ahí.
Todo lo demás ya se sabe. Escribir, pintar y editar. Y configurar los contornos de una nueva manera de contar y leer. Así hasta los 101: «Nosotros lo imaginamos como un poeta/ siempre cara a cara con la vieja realidad». Eso es.
Lawrence Ferlinghetti nació en Nueva York el 24-III-1919 y murió en San Francisco el 22-II-2021.
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