El laberinto del mundo
José Antonio Lugo
El domingo 13 de abril falleció el escritor Mario Vargas Llosa. Mucho ya se ha dicho y se dirá mucho más sobre su obra literaria. Para mí, sus dos novelas más divertidas son Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor. La guerra del fin del mundo y La fiesta del chivo son novelas estupendas y quizá las mejores son Conversación en la catedral y La casa verde. No me quiero detener en el análisis de estas obras porque quiero hablar del libro de Vargas Llosa que más amo y de su íntima relación con la literatura francesa. Me refiero a La orgía perpetua.
- El amor entre Mario y Emma
Quizá no hay un libro más amoroso dedicado a otro libro que La orgía perpetua. Es un libro de dos cabezas: en la primera narra cómo llegó a París, compró un ejemplar de la novela de Flaubert y no pudo abandonar la lectura, presa de fiebre, de amor por Emma y deslumbramiento ante el estilo del maestro normando. La segunda parte, con mano maestra, nos enseña cómo el “hubiera querido” el pasado imperfecto y el imperfecto: “salía de mi casa…” fueron las herramientas estilísticas de la prosa de Flaubert. Claro, habría que agregar su brillante uso de la metáfora y la precisión de “le mot juste”, la palabra exacta.
Quizá no sea exagerado afirmar que por encima del amor que le tuvo a su tía y a la madre de sus hijos, a la mujer que más amó fue a Emma Bovary. Una campesina que, como Don Quijote, amaba leer -ella no leía novelas de aventuras pero sí novelas rosas-. Y ese mundo imaginado cayó como una gota de agua en un cristal, en el baile cuando la saca el noble a bailar -su marido, Charles, es un torpe- y Emma da vueltas e imagina una vida diferente de la que la hastía cada noche y deja caer la cabeza en el hombro masculino, anticipando cómo se entregará al vizconde y a León.
Si bien Anna Karenina y Emma Bovary terminan suicidándoe, Anna es una noble que tiene todo y es víctima de su neurosis. Emma, por el contrario, hace lo que puede, hace demasiado, por tratar de escapar de un destino cruel: el matrimonio con un médico con pocas luces y un erotismo de quinta. ¿Quién puede reprocharle algo? La moral burguesa, sin duda. Pero el ansia de amor y de libertad de Emma, su decisión de volar, desde la lujuria y la gula -únicas posibilidades- la vuelve seductora y entrañable. Por eso se enamoró Mario -y muchos de nosotros, también-.
- La cultura francesa en Vargas Llosa
En su discurso de recepción en la Academia Francesa, Vargas Llosa señaló: “Toda la novela moderna está íntimamente alterada desde aquel hallazgo de Flaubert y es sin duda la más importante incorporación de esa voz anónima —la de ese Dios que nunca se deja ver— en las historias que cuentan sus contemporáneos. Sin saberlo, Flaubert, gracias a su descubrimiento del silencioso e invisible narrador, produjo esa separación entre la novela moderna y la clásica, en la que reunió, sin preverlo ni quererlo, a multitud de obras narrativas que, hasta entonces, no habían advertido que el narrador invisible reducía extraordinariamente la presencia de narradores en el espacio narrativo. Ésa fue la gran lección de Flaubert, y, por supuesto, la de trabajar con empeño fanático, como si la vida se le fuera en ello, en busca de aquella perfección que convertía al escritor en una suerte de apuntador de Dios, o en Dios mismo”.
La Academia Francesa de Letras la fundó el cardenal Richelieu. Trescientos años después permitió la entrada de una mujer, Madame Marguerite Yourcenar, Notre Dame des Lettres, así bautizada por Fernando Solana Olivares. Vargas Llosa fue el primer académico que no escribía en francés. Fue aceptado por la riqueza de su obra, pero, dado que hay muchísimos escritores magníficos en otras lenguas que no entran en esta Academia, suponemos que fue recibido por el amor que Vargas Llosa le profesa a la cultura francesa y, en particular, a Emma Bovary y a Jean Valjean. Para él, la escena más importante de Los miserables es cuando el expresidiario perdona la vida del inspector Javert y lo deja en libertad (eso provoca tal aturdimiento en el policía que se suicida).
Vargas Llosa escribió un libro sobre Flaubert y otro sobre Victor Hugo. Admiraba la perfección de relojero del primero y la grandeza de alma del segundo.
- Carlos Fuentes y Vargas Llosa
En 1972, Carlos Fuentes, en el ensayo “El afán totalizante de Vargas Llosa” incluido en Homenaje a Mario Vargas Llosa: variaciones interpretativas en torno a su obra, de Helmy F. Giacoman y José Miguel Oviedo, señala: “La visión de la justicia es absoluta; la de la tragedia ambigüa. Es esta presencia de ambas exigencias uno de los hechos que dan su nuevo tono, su nueva originalidad y su nuevo poder a la novela hispanoamericana en formación. Novelas como La ciudad y los Perros y La casa Verde poseen la fuerza de enfrentar la realidad latinoamericana, pero no ya como un hecho regional, sino como parte de una vida que afecta a todos los hombres y que, como la vida de todos los hombres, no es definible con sencillez maniquea, sino que revela un movimiento de conflictos ambiguos”.
- Vargas Llosa en la sala Nezahualcóyotl.
Unos días antes de ganar el Premio Nobel de Literatura, Vargas Llosa platicó con Gonzalo Celorio ante una sala abarrotada de estudiantes y admiradores. Allí, el escritor mexicano le preguntó sobre el genio de Flaubert. Vargas Llosa contestó que el autor de Madame Bovary no era genio, “se hizo genio”.
Quizá Vargas Llosa no tenía la pirotecnia china de García Márquez, ni el mundo enrevesado, lúcido y amargo de Onetti. Sin embargo, a fuerza de disciplina -como Flaubert- terminó siendo la mejor versión de él mismo como escritor, en algunas obras que estarán siempre presentes en la historia de las letras en español. Gracias, Mario Vargas Llosa, maestro de escritores. Como los romanos, un lector te saluda.
Tomado de https://morfemacero.com/
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