Margarita García Robayo: «La desigualdad es el cáncer de Latinoamérica»

La escritora colombiana centra sus obras en la belleza corrompida de su país, la búsqueda constante de la sociedad por huir de la realidad que le ha tocado y mujeres que libran batallas silenciosas en nombre de la libertad Leer#ExpresionSonoraNoticias Tomado...

Literatura

Actualizado Miércoles,
30
junio
2021

10:29

La escritora colombiana centra sus obras en la belleza corrompida de su país, la búsqueda constante de la sociedad por huir de la realidad que le ha tocado y mujeres que libran batallas silenciosas en nombre de la libertad

La escritora Margarita García RobayoMariana Roveda

Margarita García Robayo nació en 1980 en un lugar que respira historias. Bajo el aire del Caribe donde se pueden reconocer algunos de los personajes de Gabriel García Márquez. En una ciudad bella y sucia, Cartagena, de la que buscaba hacerse extranjera. «Es como si se tratara de una princesa preciosa a la que, cuando le quitas el vestido de gala, le encuentras el cuerpo llagado, herido, gangrenado», explica la colombiana sobre su tierra. Escribe un realismo mágico del siglo XXI: más directo, en versión femenina y en guerra con los tabúes.

Comenzó a escribir de forma inconsciente porque leer a Nancy Drew, Agatha Christie o Isaac Asimov, cuando era niña, le enseñó a expresarse mediante las letras. Creció y se convirtió en cronista. El traslado a Buenos Aires, donde actualmente reside, la animó a lanzarse a la ficción. Su último libro, El sonido de las olas (Alfaguara), está conjugado por tres de sus novelas cortas, que se unen en la feminidad, la fantasía y el deseo de cambio.

«Las protagonistas habitan un lugar, físico y simbólico, que les produce ambivalencia: se sienten incómodas, molestas, expulsadas, incluso violentadas del mismo lugar en el que deberían sonar todas las alarmas de la pertenencia» cuenta sobre las historias, y añade: «La extranjería en este caso significa no solo irse de una geografía, sino modificar una condición». Sus narraciones son un reflejo autobiográfico de la sociedad latinoamericana, que según la autora se encuentra marcada por las jerarquías y la imposibilidad de evolucionar.

«La desigualdad es el cáncer del continente, no hay un solo país que se salve. En el caso de mis textos el foco está puesto en la clase media, me interesa mucho ese sector social porque es donde mejor puede verse el síntoma del estancamiento: no ascender, no descender, nacer y morir en el mismo estrato«, afirma. Explica que los ricos son pocos, los pobres demasiados y en el medio se encuentra esta clase, cada vez más achatada y con dificultad para tomar aire.

El segundo pilar fundamental de la literatura de Margarita, y de la sociedad latinoamericana, es la mujer: la madre, la amante, la santa, la repudiada; pero sobre todo la luchadora. «Mi foco narrativo, estuvo puesto en los personajes femeninos. Mis lecturas también. Soy producto de una educación casi enteramente femenina. Las mujeres, en mi imaginario, son fuertes, híper presentes, instigadoras, y libran muchas batallas en silencio. Y la figura del hombre -en mi vida y en mi literatura- es, por el contrario, una figura poderosa, venerada y temida, pero ausente, como la figura de Dios», dice.

Asegura que el género femenino ha aprendido a labrarse la libertad y a hacer un nido con lo que les tocó en suerte: «He visto a muchas mujeres sufrir, y mi sensación es que buena parte de ellas no veían lo mismo que yo. Las mujeres que me criaron eran inteligentísimas y manipuladoras. Tampoco creo que hayan conseguido la felicidad plena, ¿quién consigue eso?, pero siento que no eran mujeres débiles ni sometidas, eran mujeres que sabían tanto resignar como tomar ventajas según el caso».

Religión y sexo

Otro tema ligado a la mujer es la sexualidad: el tabú de las relaciones y el estigma del pecado. Margarita se educó en un colegio del Opus Dei.Una experiencia que le ayudó a no creer en nada y a escribir Educación sexual, la tercera de las novelas cortas que componen su libro. «Las religiones me parecen una tara horrenda, un invento nefasto, un mecanismo de control eficiente y un placebo embrutecedor«, declara.

El sexo se convirtió en el gran protagonista de su adolescencia, pero no precisamente por exceso de práctica, más bien todo lo contrario. «Cuando hay tantas restricciones en el uso del cuerpo, surgen alternativas que no siempre resultan ser las más sanas o lúcidas. La restricción no impide que las chicas usen su cuerpo, solo impide que lo usen del modo en que está previsto, del modo en que resulta menos dañino para ellas».

Todos sus textos parten desde un prisma personal, desde el individuo, pero segura que aborrece cuando se agotan sobre ese mismo punto. «Mi alguien, pasa a ser cualquiera que se sienta tocado por lo que cuento», responde ante la pregunta de para quién escribe. «Necesito poder sacarme del cuerpo los temas que me incomodan y necesito poder ponerlos en un lugar en el que tengan más sentido«, por eso sus historias hablan de Cartagena, de Colombia, de Latinoamérica y de cualquier rincón del mundo que se identifique con lo que redacta.

Deja los finales abiertos, porque no los conoce pero los intuye; pero sobre todo porque no subestima al lector: «Como espectadora también me gusta quedarme con la sensación de que debo terminar de completar la historia en mi cabeza». Paradójicamente llena las líneas con ideas que preceden a una imagen final, un último fotograma que le conduce a embarcarse en la escritura. Por eso, siempre espera que las protagonistas ganen: «Mis narradoras lo demuestran, aunque en el caso de ellas, que son jóvenes o niñas, las dejamos justo en ese momento en el que descubren que sus fantasías son irrealizables, al final están paradas frente a un abismo. Mi sospecha es que, desde ahí, recalcularán sus movimientos y, de algún modo, se saldrán con la suya».

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