Culturas impopulares
Jorge Pech Casanova
El año pasado tuve la oportunidad de leer en público, junto con las escritoras Tamara León y Ana Rodelo, fragmentos del gran poema de Octavio Paz Piedra de sol, en un espectáculo presentado en el Encuentro de Almas, festival artístico, cultural y de tradiciones que organiza Ex Hacienda San José Espacio Cultural, dedicado ese año al tema del agua. La experiencia fue tan estimulante para quienes participamos en la lectura, que nos planteamos repetir la interpretación poética con grandes poemas que tienen como tema el agua.
La visión del mar y los ríos, tan importante para nuestra historia, poco se manifiesta en la poesía desde la Colonia hasta el siglo XIX. Apenas en los poemas escritos en México por el transterrado cubano José María Heredia (El Huracán, Canto al Niágara) comienza a verse la importancia del tema.
La literatura mexicana tendría que esperar a la década de 1930 para que surgiese un importante grupo de poetas que tomasen el agua como tema fundamental para sus creaciones. Es posible que su modelo fuese El cementerio marino, poema filosófico que Paul Valéry publicó en 1920. Lo leyeron en el francés original, o en la estricta versión de Jorge Guillén, Jaime Torres Bodet, Bernardo Ortiz de Montellano, Enrique González Rojo, José Gorostiza, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia, Salvador Novo, Jorge Cuesta y Gilberto Owen.
El primero en dejarse llevar por la fascinación del mar en su poesía, Gorostiza, publicó en 1925 su escueto e inolvidable libro Canciones para cantar en las barcas. El prolífico Pellicer incesantemente cantaría a los ríos y selvas de su Tabasco natal.
En 1928 esos poetas refinados, a contracorriente de literatura de la revolución, crearon la revista Contemporáneos, que dio nombre a su “grupo sin grupo”. En ella volcaron sus búsquedas estéticas durante cuatro años, hasta que en 1932 la publicación se extinguió a causa del desinterés grupal. Sin embargo, la visión común de los poetas los llevó a centrar varias de sus mejores creaciones en el tema del agua, ya fuese la del océano, la de los ríos e inclusive la de la contenida en un vaso.
Enrique González Rojo fue quizá el primero en adentrarse por las corrientes en su mejor texto, el cual quedó inconcluso por la prematura muerte del poeta en 1939. Estudio en cristal, sin embargo, es un fascinante canto a las estructuras transparentes del agua, cuidadosamente tallado en endecasílabos casi gélidos, y sin embargo fervorosos.
En el año de la muerte de su amigo Enrique, José Gorostiza publicó el libro Muerte sin fin, espléndida, misteriosa, desconcertante y fascinante reflexión en torno al agua contenida en un vaso, que navega con musical soltura por las corrientes del ser y de la divinidad. Poema que desafía a la interpretación, Muerte sin fin seduce por la perfección formal de sus endecasílabos, cuyo significado siempre parece a punto de entregarse pero que en el siguiente verso escapa a nuestra comprensión: “mas que vaso también, más providente”, insiste el poeta ante el humilde cuanto enigmático recipiente.
Desafiado y estimulado sin duda por el libro de su amigo José, el inteligente y exigente Jorge Cuesta emprendió la escritura de su Canto a un dios mineral, un poema fantasmagórico escrito en versos clásicos, semejante a la lira, pero con el talante hermético de un alquimista que anota sus fórmulas en lenguaje cifrado. Seductor como una música y reacio a revelar sus numerosos secretos, el poema fue hallado entre los papeles de Cuesta a su muerte, que fue absurda y dolorosa, autoinfligida en 1942.
Gilberto Owen, el mejor amigo del poeta y químico suicida, en sus distantes recorridos por legaciones diplomáticas publicó en ese mismo 1942 su libro capital, Perseo vencido, que contiene el caudaloso canto de amor Sindbad el varado. “Y luché contra el mar toda la noche, desde Homero hasta Joseph Conrad”, compendia el poeta sinaloense en el inicio de su extenso cantar, dedicado al desamor que sufre el poeta.
En algún momento no determinado de su larga vida, Pellicer (1897-1977) escribió su Canto al Usumacinta. Ese gran poema fluvial sólo fue conocido en 1989 al publicarlo la UNAM. Es uno de los textos mayores del tabasqueño, cuya obra contiene tantos títulos memorables dedicados a tórridas selvas y corrientes, como el volumen Hora de junio.
Concatenando y combinando estos poemas, elaboré el guion para un espectáculo musical y poético que lleva por título Canto a un Dios Mineral, pues me parece que el poema de Cuesta dialoga con los ya mencionados de González Rojo, Gorostiza, Owen y Pellicer.
El compositor Julio García, con quien he colaborado en una ópera y en algunas presentaciones que combinan música y poesía, leyó el guion y con entusiasmo escribió una partitura para acompañar la lectura en voz alta de los cinco poemas. Al proyecto se unieron las escritoras Tamara León y Ana Rodelo, junto con el cellista y flautista Ricardo Gómez.
Con el apoyo de la Secretaría de las Culturas y Artes de Oaxaca, esta lectura poética con música original se presentó en el zócalo de la capital oaxaqueña el 25 de julio, poco después del mediodía.
Si bien los ensayos realizados nos daban total confianza en el atractivo de los poemas leídos en voz alta, al cual se sumaba el contrapunto de la música, no dejaba de causarnos cierta aprensión el hecho de que íbamos a leer ante un público heterogéneo, que estaba en el sitio para escuchar sones tradicionales de Oaxaca y otras manifestaciones folclóricas, pues estábamos en plenos festejos por el espectáculo conocido como La Guelaguetza.
Íbamos a leer algunos de los poemas más difíciles que se han escrito en México. Irrumpiríamos con una nota poética y melódica inusual en un escenario concebido para presentar melodías y bailes regionales. El reto era de consecuencias imprevisibles. Subvertir con poesía y música contemporánea una escena dedicada al folclor.
Tras algún retraso por cuestiones técnicas de los aparatos de sonido, al fin mi hija Sofía Pech Lartigue advirtió al numeroso público que el espectáculo comenzaba. Dio lectura a un texto introductorio sobre la importancia de Contemporáneos para la literatura nacional, y a su voz firme de adolescente siguió la música interpretada por Julio García y Ricardo Gómez. Enseguida resonó la voz profunda de Tamara León, seguida de la voz tersa de Ana Rodelo. Me tocó hacer la tercera voz en las lecturas.
El público siguió la lectura con atención y deferencia. Con sus aplausos a lo largo de una hora de interpretación vocal y musical, nos confirmó la fascinación que sentíamos al resonar los versos de González Rojo, Gorostiza, Owen, Cuesta y Pellicer. La poesía nos envolvió como una música y a ella se sumaron las melodías compuestas por Julio García. Descubrimos que las personas todavía son sensibles a la gran poesía, y eso me parece motivo de júbilo y celebración. Durante aquel día asediado por los sones regionales, la gran literatura mexicana abrió un espacio de misterio incantatorio con los versos de algunos de los autores más rigurosos de nuestra historia.
Tags:
Contemporáneos. Jorge Cuesta. José Gorostiza. Gilberto Owen. Enrique González Rojo.
Tomado de https://morfemacero.com/
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