A finales de octubre, El Fasher, la última ciudad de Darfur que no estaba controlada por las Fuerzas de Apoyo Rápido (RSF), cayó tras un asedio de 18 meses. Las condiciones en la ciudad ya eran terribles, después de que las RSF bloquearan el acceso humanitario, obligando a la población hambrienta de El Fasher a comer alimento para animales. Un apagón de las comunicaciones significa que gran parte de lo que ocurrió durante el asalto final a El Fasher sigue siendo incierto, pero los vídeos que están disponibles -grabados por los combatientes de las RSF- son aterradores.
En uno de ellos, un comandante de las RSF camina entre hombres postrados en el suelo, disparándoles en la cabeza. Docenas de personas fueron ejecutadas en la berma que las RSF habían utilizado para cercar la ciudad. En su último hospital en funcionamiento, los combatientes fueron de habitación en habitación, matando a los pacientes. Unas 200.000 personas permanecen atrapadas en El Fasher.
Los horrores que se están desarrollando en Darfur son el episodio más sombrío hasta ahora de la guerra civil de Sudán, que comenzó en abril de 2023 y que ha enfrentado a las RSF con sus antiguos pagadores en las Fuerzas Armadas Sudanesas (SAF). Sudán ya estaba experimentando la peor crisis de desplazamiento del mundo –más de 12 millones de personas han huido de sus hogares- y una catástrofe humanitaria, con unos dos tercios de la población necesitada de asistencia urgente, incluso cuando el llamamiento humanitario del país está financiado sólo en un 25%.
Las agonías de Sudán encierran una grotesca lógica económica. Las RSF se benefician de las casas de muerte de El Fasher. Retuvieron como rehenes a algunos de los que intentaron huir, rescatándolos a sus familiares. A otros les cobraron tasas exorbitantes por el transporte fuera de la ciudad. Los bienes saqueados de El Fasher pronto terminaron en los mercados de Nyala, en Darfur Meridional. Este tipo de especulación ha sido una constante en el conflicto.
La violencia que actualmente está marcando al país no tiene precedentes, sino que es el último episodio de un patrón de larga data de élites militares que se benefician del empobrecimiento de los civiles sudaneses. Las RSF se formaron a partir de las milicias ‘Janjaweed’ que llevaron a cabo una brutal contrainsurgencia en Darfur a principios de la década de 2000, durante la cual desarrollaron su libro de jugadas de atroz violencia sexual, ejecuciones extrajudiciales y la incautación de tierras y propiedades de sus víctimas.
La milicia se convirtió en una guardia pretoriana del dictador sudanés Omar al Bashir, que tomó el poder en un golpe de Estado en 1989 y gobernó el país durante 30 años. Bashir construyó una cabeza de hidra de servicios de seguridad rivales, incluyendo las RSF, cada uno de los cuales tenía sus propios imperios económicos. Bajo su líder, Mohammed Hamdan Dagalo, también conocido como Hemedti, las RSF controlaban lucrativas minas de oro en Darfur y exportaban mercenarios a Yemen en la nómina saudí y emiratí.
Bashir fue derrocado por protestas populares en 2019. Se formó un gobierno de transición en el que los políticos civiles se mantenían al margen de Hemedti y Abdel Fattah al-Burhan, el líder de las SAF. En 2021, Burhan y Hemedti tomaron el control del Estado en un golpe de Estado. Con los civiles fuera del poder, las SAF y las RSF, las dos fuerzas principales en la hidra de Bashir, estaban cada vez más enfrentadas. Durante las discusiones sobre la reforma del sector de la seguridad a principios de 2023, las SAF exigieron que las RSF se integraran en el ejército. Esto habría sido una sentencia de muerte para Hemedti, y el conflicto comenzó.
Al final del primer año de la guerra, las RSF parecían tener la sartén por el mango. Habían consolidado el control de Darfur -excepto El Fasher- y habían penetrado profundamente en el centro de Sudán, lejos de sus reductos de Darfur. Por dondequiera que pasaban, las RSF destruían las instituciones estatales y los centros de salud y participaban en saqueos generalizados.
Para algunos jóvenes combatientes de las RSF, esto era una venganza. Desde la independencia de Sudán de Gran Bretaña en 1956, las ciudades ribereñas del norte en torno a Jartum han explotado las periferias del país, incluido Darfur, en busca de mano de obra y recursos. En esta interpretación, el saqueo de las RSF es simplemente devolver a Nyala lo que se le quitó. Sin embargo, la retórica no convence. Las RSF también han saqueado ciudades de Darfur. La milicia es más bien una máquina de guerra, basada en el saqueo.
El segundo año del conflicto vio reagruparse a las SAF. A finales de 2024, habían obligado a las RSF a salir del centro de Sudán y, en abril de 2025, también habían retomado Jartum, la capital de la nación, que las RSF habían tomado al inicio de la guerra. El resurgimiento del ejército se debe en parte a su exitosa solicitud de patrocinadores extranjeros. Qatar, preocupado por la prominencia de los Emiratos, que han respaldado a las RSF, ha financiado la compra de aviones de combate por parte de las SAF, mientras que la inteligencia militar egipcia ha ayudado con las operaciones de ataque para los drones que han llegado tanto de Turquía como de Irán.
En la segunda mitad de 2024, el péndulo volvió a oscilar hacia las RSF. Con nuevos drones y artillería de sus patrones emiratíes, los paramilitares tomaron no sólo El Fasher, sino también ciudades estratégicamente importantes en los Kordofanes, de camino a la capital.
Estos vaivenes han sido devastadores para la población sudanesa, pero no han dado una ventaja definitiva a ninguna de las partes. Las dos guerras civiles anteriores de Sudán (1955-1972 y 1983-2005) duraron dos décadas y ambas terminaron con acuerdos negociados. Es imposible imaginar cómo cualquiera de los bandos podría ganar esta guerra militarmente. Esto no significa que el conflicto vaya a terminar.
Una narrativa popular del conflicto sudanés lo ve como una «guerra entre dos generales». Esta presunta oposición oculta el hecho de que ambas partes se han beneficiado de la guerra. Las RSF y las SAF exportan oro a los EAU, con las exportaciones anuales duplicándose desde que comenzó la guerra. Las exportaciones de animales al Golfo también se han disparado. La mayor parte del ganado es de Darfur, pero se exporta a través de Port Sudan, el cuartel general administrativo de las SAF. Los dos bandos colaboran en la destrucción del país y ambos se benefician de ella. En lugar de verlos como opuestos, es saludable entender a las dos partes como una sola máquina de guerra, que se beneficia de la destrucción causada al pueblo sudanés.
Antes del estallido de la guerra, los esfuerzos diplomáticos internacionales se centraban en conseguir que los militares accedieran a entregar el poder a los civiles. Ahora, todos los esfuerzos se centran en las dos partes beligerantes, y la agenda socialdemócrata de los millones de sudaneses que derrocaron a Bashir ha sido olvidada. En esto, también, la guerra ha sido una bendición para los comandantes.
Los intentos diplomáticos para conseguir que las dos partes acuerden un alto el fuego no han tenido mucho éxito. Los recientes esfuerzos de Estados Unidos a finales de octubre vieron a Algony Hamdan Dagalo, uno de los hermanos menores de Hemedti sancionado por Estados Unidos, descansando en el Waldorf-Astoria de Washington DC, incluso cuando los proyectiles de artillería destrozaban El Fasher. En las conversaciones se reunieron representantes de las SAF y las RSF con miembros del ‘Cuarteto’ (Estados Unidos, Egipto, los Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí), pero se avanzó poco hacia una tregua humanitaria. Las SAF están divididas internamente, con una facción islamista respaldada por Turquía y Qatar que se beneficia políticamente de la guerra, y no está dispuesta a sentarse a la mesa.
Las divisiones internas en ambos bandos beligerantes se ven exacerbadas por los partidarios externos. La captura de El Fasher por parte de las RSF fue impulsada por sus patrocinadores emiratíes, que le suministraron nueva artillería de fabricación china, sistemas de defensa aérea, drones y motores de vehículos de fabricación británica, junto con mercenarios colombianos, todo lo cual llegó a través de Chad y el puerto de Bosaso, en Puntlandia. Los EAU se benefician del oro que las RSF extraen en Darfur, pero su inversión en el grupo de milicias es más amplia que la extracción de recursos.
El apoyo a las RSF es parte de una estrategia regional más amplia en la que los Emiratos pretenden convertirse en el hacedor de reyes en el Cuerno de África. Ya han armado a Etiopía, invertido en puertos en el estratégicamente importante Mar Rojo, y comprado influencia en Libia, Uganda, Sudán del Sur y la República Centroafricana.
El mayor respaldo de las SAF sigue siendo Egipto, cuyo gobernante -Abdel Fattah el Sisi- ve en el ejército sudanés un análogo a su propio gobierno militar. Arabia Saudí, el rival de los Emiratos en el Mar Rojo, se ha mantenido oficialmente neutral, pero ha respaldado en gran medida a las SAF.
La suposición de los diplomáticos internacionales es que si sólo se puede hacer ver a las potencias regionales involucradas en el conflicto que sus intereses están mejor servidos por un Sudán estabilizado, entonces se puede presionar a las partes beligerantes, superar sus diferencias internas y lograr un alto el fuego.
La economía política del conflicto actual augura algo más ominoso. Desde 1989, cuando Bashir llegó al poder, los servicios de seguridad han capturado el Estado y lo han convertido para sus propios fines, desviando los flujos de recursos económicos a sus propios bolsillos, mientras se benefician del saqueo y el caos que han definido las guerras de Sudán. Para los EAU y Arabia Saudí, al igual que para las SAF y las RSF, un Sudán dividido y asolado por la guerra puede resultar más fácil de dominar que un país unificado.
Tomado de https://novaramedia.com/





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