LGBTQ+ no es sinónimo de izquierda

LGBTQ+ no es sinónimo de izquierda

Tomado de https://letraslibres.com/
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Durante una buena cantidad de años los movimientos LGBTQ+ han sido asociados a las luchas de la izquierda en sus diversos matices. Consignas como la despenalización de la homosexualidad, la visibilidad cultural, el matrimonio igualitario y otros derechos civiles surgieron de un espectro político marcado por la nueva izquierda de los años sesenta del siglo pasado y por las transformaciones políticas  anteriores y posteriores a la caida del Muro de Berlín, con el respaldo de los gobiernos socialdemócratas y de inclinación liberal en Europa occidental tanto en el siglo XX como en el XXI. No está de más recordar que los llamados países comunistas del siglo XX incluyeron a la población LGBTQ+ entre sus tantos objetivos de persecución y Nicaragua, Venezuela y Cuba están entre los países atrasados de América Latina en la materia, por no hablar de la creciente influencia de las iglesias evangélicas pentecostales en la región, aliadas algunas de ellas con la izquierda de Maduro, un dictador, y con Lula Da Silva, un gobernante democrático.

 Pero, aunque no toda la izquierda históricamente ha simpatizado con la causa, no cabe duda de que es una de las banderas que alza actualmente, aunque por lo visto ya no la monopoliza. Políticos gays y lesbianas han aparecido en la escena política y en la opinión pública en los últimos años enarbolando consignas de derecha: anti-inmigración, religión, soberanía. No solo eso, sino que están siendo votados por un electorado que cada vez se siente menos identificado con la narrativa de la izquierda, en particular la más marcadamente anticapitalista en cuanto a temas de economía, representaciones simbólicas, migración  y temas religiosos. 

Un caso especialmente llamativo es de Alice Weidel, del partido AfD alemán, consolidándose como la segunda fuerza política de ese país, pese a que es considerada una organización extremista. Weidel está casada con una mujer inmigrante y ambas tienen dos hijos adoptados. La alemana ha dicho en varias ocasiones que la razón que la transformó de una liberal crítica con el excesivo poder del Estado e inclinada por el libre mercado al euroescepticismo, fue la apertura de la administración Merkel con la migración musulmana y cómo desde este sector se agrede a la población LGBTQ+. Marine Le Pen ha atraído al electorado LGBTQ+ prometiendo protegerlos del “islamismo radical”. Aunque su partido históricamente se ha opuesto al matrimonio igualitario, figuras como Florian Philippot, su exnúmero dos y abiertamente gay, han contribuido a suavizar su imagen. Sin embargo, activistas advierten que esta estrategia es oportunista y que su ascenso representa una amenaza para los derechos LGBTQ+.

Scott Bessent, secretario del Tesoro en la administración Trump y también abiertamente gay, demuestra que la orientación sexual no determina automáticamente una ideología política; Bessent ha sido elogiado por su trayectoria financiera, convirtiéndose en el funcionario LGBTQ+ de más alto rango en la historia de Estados Unidos bajo un gobierno republicano. Un tercer ejemplo es el de Richard Grenell, exembajador de Estados Unidos en Alemania y director interino de inteligencia nacional bajo Trump; de hecho, Grennell lideró una iniciativa global para despenalizar la homosexualidad en países donde aún es ilegal. Aunque su nombramiento fue histórico, muchos activistas lo vieron como una estrategia de “pinkwashing” para encubrir políticas regresivas del gobierno hacia la comunidad LGBTQ+. El apoyo de algunos votantes LGBTQ+ a Trump también ha generado controversia; es el caso de  organizaciones republicanas como Log Cabin Republicans, que defienden que la inclusión no debe estar monopolizada por la izquierda. Esta postura abiertamente de derecha, aunque minoritaria, refleja una creciente diversidad ideológica dentro del colectivo.

El ataque común de quienes cuestionan el viraje hacia la derecha de agendas asociadas con la izquierda, es que se han radicalizado adoptando narrativas reaccionarias de ultraderecha por pura ignorancia. Se han acuñado calificaciones como la de “homonacionalismo”, formulada por Jasbir Puar y que tiene que ver con el uso estratégico de derechos LGBTQ+ para marcar diferencias culturales, especialmente frente al islamismo radical o la inmigración masiva. En este marco, la inclusión de personas gays y lesbianas en gobiernos conservadores no siempre implica un compromiso genuino con la igualdad, sino una forma de reforzar narrativas nacionalistas. Aunque esto pueda ser cierto, vista por ejemplo la celeridad con la que Trump decretó que en los documentos oficiales solo se iban a señalar  los sexos masculino y femenino, cabe otra hipótesis más matizada: la política identitaria –cuya ala intelectual más hacia la izquierda acusa a quienes tienen otros estilo de vida de “homonacionalistas”, “heteronormativos”, “conservadores”– suele olvidar la variedad ideológica real de la población LGBTQ de distintos sectores sociales, orígenes culturales, religiones, valores e intereses. Existe el temor, no completamente infundado, de que ciertos valores culturales dentro y fuera de las democracia liberales son contrarios a los derechos obtenidos por la diversidad sexual e identitaria en décadas de lucha. 

Pareciera que la fatiga con la “deriva woke” comienza a permear dentro de la población LGBTQ+ que no se siente representada por las alas más a la izquierda de las organizaciones que reivindican sus derechos. La feminista francesa Elizabeth Roudinesco se ha referido al “identitarismo excesivo” que impide desde determinadas características personales luchas más amplias. Tampoco dejar de ser cierta una infantilización del discurso de reivindicación que se traduce en un apego excesivo a definiciones y en la suma de siglas, y, por supuesto, la  defensa de organizaciones LGBTQ+ hacia autoritarismos islámicos y de izquierda por el simple hecho de entonar un discurso “anti-imperialista”. En este caso, se olvida que las tres dictaduras que existen en América Latina son de izquierda antiimperialista y en estas los derechos que ya ha ganado el movimiento en el continente brillan por su ausencia. También se le da la espalda a que una cosa es el cuestionamiento de  la política actual de Israel respecto a Gaza y otras que  la población LGBTQ palestina es menos libre que en las democracias liberales, aunque soporta como todos sus connacionales las consecuencias de la guerra.  Es igualmente absurdo acusar de  islamófobo a todo el que recuerde la represión anti LGBTQ+ en países donde predomina el islam y no hay separación entre la iglesia y el Estado, como dejar de lado que hay corrientes en el islam más abiertas al tema, como las hay en el cristianismo y el judaísmo.  

En la crisis actual de la democracia liberal, el movimiento LGBTQ+ y la población a la que atiende en sus luchas tiene mucho que perder. Hay que interrogarse seriamente sobre el hecho de que la variedad sexual e identitaria también significa variedad ideológica y política, sin olvidar los múltiples matices existentes entre las izquierdas más extremas y las derechas más extremas. En cualquier caso, la búsqueda de otros marcos de representación política no significa que se sea racista, colonialista, supremacista blanco o burgués. De lo que habría que alejarse es de los extremos políticos que niegan los derechos humanos y las libertades individuales y públicas. El peligro de las agendas LGBTQ+ en gobiernos de derecha nacionalista es muy real, no olvidemos la Rusia de Putin, El Salvador de Bukele  o la Hungría de Orbán; pero tampoco olvidemos  las teocracias islámicas, China o las dictaduras de izquierda del Caribe. Definitivamente, la democracia es para el movimiento LGBTQ+ una lucha existencial. 

Tomado de https://letraslibres.com/