El intelectual francés Laurent Vidal (1967) reivindica en su último ensayo, ‘Los lentos’ (Errata Naturae), un ritmo vital menos frenético, más acorde con la cadencia propia de las cosas. Por un momento, creímos que la pandemia desterraría la prisa, pero no aprendimos mucho, nos recuerda el escritor galo, «volvimos a nuestros antiguos patrones, a pesar de que sabíamos que nos esclavizaban». Tampoco peca de ingenuo: hay esferas en las que resulta titánico imprimir un ritmo pausado, como el trabajo, así que se trata de que lo vertiginoso no presida nuestra vida.
La idea de estar en el presente, de habitar y hacerlo con la lentitud necesaria como «para estar en la celebración» es una recomendación que, bajo distintas nomenclaturas y formulaciones, encontramos desde hace siglos. ¿Por qué no acabamos de acatarla?
Porque una cosa es la vertiente filosófica, reconocida y recogida por la religión o por cierto número de preceptos, y otra cosa son, efectivamente, las imposiciones que vienen de la vida en sociedad. Estas imposiciones interfieren en nuestra voluntad, y dificultan determinados modelos de vida. Además, las imposiciones nacen del modelo económico alrededor del cual se organiza la sociedad, y nuestro modelo capitalista ha hecho de la rapidez y la prontitud un modelo de vertiente social en el que sentirse un hombre moderno. Para serlo, hay que ser rápido, disponerlo todo pronto, pero es mucho más importante habitar lentamente el presente. Habitar lentamente el presente es una cosa que nos enseña la filosofía, y ser un hombre moderno y eficaz significa, antes que nada, ser un hombre rápido.
¿Por qué «la fuerza está de parte de los lentos», como decía Milton Santos?
Porque, aunque se los descalifique por su lentitud o, sobre todo, por su incapacidad para seguir el ritmo rápido que imprime la vida moderna, el trabajo moderno, «los lentos» trabajan también para nuestra sociedad, para este mundo moderno, y nos alertan de los riesgos de esta vida moderna. Por eso se salen de la rapidez. En cierto modo, están en ambos lados, por su trabajo (ritmo rápido) y su cotidianidad (ritmo lento). En lo laboral están atrapados en la rapidez, pero no en lo cotidiano. Esto crea la posibilidad de un sentimiento de fuerza, de ejemplaridad para el resto, es posible sentir las dos cosas: la rapidez y la resistencia a esta imposición absurda.
«Es posible sentir las dos cosas: la rapidez y la resistencia a esta imposición absurda»
¿Cómo distinguir a un lento de un perezoso o un indolente?
Son adjetivos que unas personas utilizan para referirse a otras y cambian según las comunidades, los grupos humanos… pero todos estos adjetivos tienen el mismo sentido: mostrar que esta persona, comunidad o clase social está inadaptada a la vida moderna, que debe ser una vida rápida, eficaz, sin pérdidas de tiempo.
La lectura, el amor, los afectos… ¿lo importante es incompatible con la velocidad?
Es una buena pregunta que no puedo responder a modo de caricatura y decir que todo lo que es importante se hace con lentitud. La rapidez queda también del lado de la intuición. Voy a poner un ejemplo. Enamorarse. Es una cosa que puede ser extremadamente rápida. Pum. Ya está. Por tanto, hay cosas que requieren o que pueden producirse con una extrema rapidez, pero para lo esencial es verdad que se necesita su tiempo para pensar, para reflexionar, para desarrollar un pensamiento crítico. La rapidez, por lo general, no permite el desarrollo de un pensamiento crítico, porque está en la emoción y no en el análisis. La rapidez nos hace quedarnos en la superficie de las cosas. Si vuelvo a mi ejemplo de enamorarse, puedes enamorarte y darte cuenta de que es un error porque el amor no es lo mismo que enamorarse. El amor es una construcción que requiere de tiempo, de años, por lo tanto, no está en el plano de la rapidez.
«La rapidez, por lo general, no permite el desarrollo de un pensamiento crítico, porque está en la emoción y no en el análisis»
Los lentos, al no ser (lo suficientemente) productivos, ¿pueden convertirse en los expulsados del sistema?
Los más lentos están excluidos del sistema. No es una cuestión de productividad o no. Se trata de saber si su trabajo se reconocerá con un salario. Es el caso de las personas que, durante la pandemia, estaban en la segunda línea, realizando trabajos que no permitían el teletrabajo y, por tanto, tenían que trabajar obligatoriamente y, a menudo, por bajos salarios. Se trata de personas que, al final, se sienten fuera del sistema porque sus salarios no les permiten llevar una vida plena. En Francia, el presidente Macron afirmó que, durante la pandemia, había comprendido la importancia que tiene toda esta gente cuyo trabajo no puede ser desmaterializado y que es fundamental para lo cotidiano, asegurando que la sociedad francesa debería comprometerse con ellos. Cosa, por cierto, que no ha hecho.
Si el ensayista y poeta alemán Heine, en el XIX, ya proclamaba «la victoria de las artes mecánicas sobre el espíritu», ¿podría decirse que las nuevas tecnologías lo han aniquilado?
Las nuevas tecnologías se podría decir que han manchado el espíritu. Para reinventar estas nuevas tecnologías hace falta un espíritu, un genio, pero efectivamente hoy hay que reflexionar sobre ellas porque es inquietante comprobar de qué modo las nuevas generaciones están atadas a las redes sociales y se comunican a través de algunas que no dejan utilizar más de x caracteres; podemos decir que estamos creando una generación incapaz de concentrarse y «perder el tiempo» en un texto de filosofía o de política. Esto es inquietante porque el espíritu crítico requiere tomarse tiempo y medir los elementos contenidos en un texto, un documento, un argumentario…
«El uso del reloj de pulsera impuso el aprendizaje de un tiempo artificial opuesto al tiempo natural»
¿De qué manera menoscabó la vida la difusión masiva de relojes de pared y pulsera, en el XIX?
Han medido mal la vida porque los hombres y las mujeres se encontraron con una imposición del tiempo al que no estaban acostumbrados. El tiempo se convirtió en un tiempo controlado. Los trenes ya no pasaban cuando pasaban. Lo hacían a una hora concreta y todo el mundo tenía que estar en la estación a esa hora. El uso del reloj de pulsera impuso el aprendizaje de un tiempo artificial que ya no es el tiempo natural del ritmo de la jornada.
¿Cómo saber que estamos viviendo correctamente el tiempo, que nuestro ritmo vital es el adecuado?
Todo individuo está sometido a la temporalidad, la temporalidad de la vida cotidiana, de la vida familiar. Existe la temporalidad de la amistad, del trabajo… vivir correctamente es llegar a equilibrar esta temporalidad, no dejarse absorber por una sola temporalidad, intentar equilibrarlas tanto como sea posible. Tenemos que aprender a hacerlo y es un aprendizaje que no termina nunca. El desafío más bonito para la humanidad es saber reinventarse constantemente.
¿Hasta qué punto uno puede imponer en su vida cierta lentitud, en una sociedad como la nuestra en la que todo es rápido y expeditivo?
Hace falta estar a la vez en la sociedad sin aceptar sistemática e innecesariamente todas las imposiciones. Se aprende con el tiempo y hay que lograr este equilibrio. De ese equilibrio depende la riqueza de la humanidad.
«El desafío más bonito para la humanidad es saber reinventarse constantemente»
Pienso en la preocupación que supone la fatiga como «enfermedad de la energía». Entre el agotamiento y el esplendor, ¿qué nos jugamos?
Esta es una cuestión que me parece muy importante porque, en efecto, desde la segunda mitad del siglo XIX, surge la cuestión de la fatiga como enfermedad de la energía; es el momento en el que la psicología se está desarrollando como ciencia y se considera que hay personas que tienen una capacidad energética superior y que no poder seguir el ritmo se puede solucionar, de forma médica o psicológica. Hoy, en las formaciones de directivos, se ve cómo motivar a un empleado perezoso o desmotivado. Hay que terminar con esta enfermedad de la fatiga. Estamos en una sociedad cada vez más agotada. Es un hecho que hay que admitir: la fatiga es el síntoma de que una sociedad va mal.
El ensayo está trufado de citas poéticas. ¿Es la poesía el mejor territorio para ejercer lo lento?
En todo caso, los poetas nos invitan a pensar. No hay que quedarse en la primera impresión que la yuxtaposición de palabras produce en nosotros. La poesía supone distintas capas de análisis y las interpretaciones aumentan a través de la relectura y el pensamiento.
¿De qué modo los lentos favorecen una vida común, comunitaria (pienso en las mujeres de las rotondas, próximas a los chalecos amarillos)?
Desde que los europeos descubrieron a los indios en el Nuevo Mundo, se han atribuido descalificativos a grupos como los indios, los esclavos africanos, etc. Por fortuna, cuando el grupo toma conciencia de su discriminación, reacciona, o al menos puede hacerlo. En este ensayo he intentado mostrar tanto nuestros patrones de reacción individuales como los colectivos. Cuando la comunidad toma conciencia, abre nuevos espacios de libertad.
Tomado de Ethic.es
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