Las últimas cartas de Roque Dalton, el poeta rebelde ejecutado por los suyos

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Actualizado Sábado,
3
abril
2021

10:05

Horacio Castellanos Moya recrea al poeta y disidente, asesinado en 1975 por sus compañeros de revolución

Heberto Padilla y Roque Dalton, en La Habana 1966.ALAMY

Roque dalton fue un hombre tenaz, comprometido con la poesía y con el comunismo de los años 60 y 70 que tan poderoso fue en América Latina. Roque Dalton (El Salvador, 1935-1975) fue también el cuerpo fusilado por sus compañeros bajo la acusación de colaborar con la CIA, lo que provocó una marea de indignación y protestas. ¿Se sabía que la inculpación era falsa? «Quien dio la orden fue el entonces jefe del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), Alejandro Rivas Mire, él sí que sabía que eran falsas. Pero de Rivas se dice que era un triple agente, de los castristas, de la CIA y del ejército salvadoreño, ve usted la complejidad. Si los asesinos materiales sabían que se trataba de una traición, no lo sé», afirma Horacio Castellanos Moya, autor del legendario El asco: Thomas Bernhard en San Salvador. Ahora, el autor salvadoreño estrena Roque Dalton: correspondencia clandestina y otros ensayos (Literatura Random House), el libro que rastrea la trayectoria del poeta revolucionario tras descubrir 16 cartas suyas escritas poco antes de morir.

«Oficialmente lo acusaron de ser agente de la CIA, como él ya había previsto que sucedería. Lo cuenta en su novela póstuma, Pobrecito poeta que era yo (Ediciones Baile del Sol). En 1964, Dalton fue secuestrado en San Salvador por el Ejército en una operación montada por la CIA para convertirlo en doble agente. Harold Swanson, entonces director de contrainteligencia de la Oficina para el Hemisferio Occidental de la CIA, viajó de Washington a San Salvador para interrogar personalmente a Dalton; no pudo convencerlo de colaborar y entonces le advirtió de que sería difamado como traidor. Pero Dalton escapó de la cárcel. Eso es lo que narra en su novela», agrega Castellanos Moya, que ejerce de profesor en la Universidad de Iowa (EEUU).

El libro que nos ocupa aporta fragmentos de cartas que Horacio Castellanos Moya encontró «por casualidad en los archivos de la familia Dalton». En realidad buscaba la primera versión y los cuadernos de notas del último capítulo de Pobrecito, que se publicó 16 meses después de su asesinato. Ese capítulo, José. La luz del túnel, cuenta (con ese humor que a veces surge de la tragedia) los 51 días de cautiverio en manos del ejército salvadoreño en 1964. Castellanos Moya no halló lo que pretendía pero sí una carpeta con 16 cartas, algunas originales y otras copias en papel carbón. Fechadas entre 1973 y 1975. Iban dirigidas a su ex esposa Aída Cañas, a su madre María García y a Frank, el nuevo compañero de Aída. El autor de El asco cree que, a la luz de las cartas, Dalton (con la cara modificada por la cirugía a cargo del mismo médico que alteró el rostro al Che Guevara) entró clandestinamente en El Salvador a comienzos de diciembre de 1973, y no más tarde como se creía. Las cartas están en clave y, la mayoría, las dirige Miguel (Dalton) a Ana (Aída Cañas, que vive en Cuba con los tres hijos que tuvieron) y Mónica (la actriz Miriam Lezcano, con quien había empezado una relación). En ellas relataba los motivos de su separación y cómo su ya ex esposa siguió ayudándole en sus «necesidades editoriales», entre otras cuestiones.

«No te olvides de llamar por teléfono al tico que nos debe plata», escribe Dalton a Cañas. «Te pedí que me copies el par de materiales que quedaron allí: Mi padre y Miriam. Saca una copia y que la traiga mi señora». Estos son fragmentos de la última carta que envió el 5 de enero (fue fusilado el 10 de mayo) que indica su deseo de seguir escribiendo. Este interés literario, sospecha Castellanos Moya, «significa que algo estaba chirriando en su entrega total al trabajo político».

Castellanos rastrea, también, la relación que tuvo Dalton con su asesino, Rivas Mira. «En todas sus cartas se refiere al jefe de la organización con respeto y simpatía; no parece que hubiese habido tensión entre ellos, sino camaradería. El 5 de enero de 1975, cinco meses antes de que Rivas Mira ordenara su asesinato, Dalton da instrucciones a Aída para que su madre, María, cuando llegue a La Habana visite a los padres del jefe, con la autorización de éste: Luis R. [Rivas Mira] te manda muchos saludos y te dice que puedes llevar a mi señora a ver a sus papás».

Castellanos Moya dice de Dalton que fue un «poeta bohemio, polemista radical, borracho provocador, mujeriego y escritor torrencial». Mas ese hombre, anterior a 1973, queda atrás para convertirse en el compañero apodado Julio, un hombre que decide pelear desde la clandestinidad.

Su vida había estado marcada por exilios (México, Cuba), cárceles, huidas (Praga) y trabajos como periodista. Y con un origen curioso: fue hijo único e ilegítimo de María García Medrano y el estadounidense Winnall Agustín Dalton, natural de Tucson (Arizona), «quien llegó a Centroamérica tras un riesgoso periplo a través de México, luego de que él y su hermano se birlaran los 25.000 dólares que Pancho Villa les habría dado para la compra de armas», según detalla Castellanos Moya.

Roque Dalton molestaba porque no se doblegaba, porque tenía un sentido del humor que dejaba caer en el poema como una piedra en un pozo profundo. Un humor incómodo que no sólo «apela a la ironía, sino a la mera alegría de vivir», como escribió Mario Benedetti en el prólogo a su Antología (Visor). «Los herejes siempre son molestos. Y él siempre fue un hereje: primero dentro del comunismo y luego dentro de la guerrilla. Era además un poeta satírico, sabía ridiculizar al mundo que lo rodeaba. Tenía una veta de Quevedo, aunque nunca la reconociera. Escribió unos versos que lo retratan: Nunca pude contener la risa./ Incluso creo que el resumen de mi vida podría ser ese:/ Nunca pude contener la risa. O como dice en otra parte de su obra: Las glorias nacionales sólo son útiles a los países gloriosos. En los países pequeños molestan», comenta Castellanos Moya. Y agrega: «Dicen quienes lo conocieron que era brillante, audaz, irónico hasta lo burlón y un gran polemista. En su artículo necrológico, Julio Cortázar lo recuerda una noche en La Habana discutiendo con Fidel Castro sobre el uso de una ametralladora. Cuenta Cortázar que era impresionante cómo se pasaban de mano la ametralladora imaginaria al calor de la discusión».

Roque Dalton estuvo muy anclado a El Salvador, «uno de los países de América donde los pobres son más pobres» y vivió «siempre asediado por la violencia» (según Mario Benedetti). Creyó que vida y literatura eran inseparables. El mismo hombre que recibió el Premio Centroamericano de Poesía en 1956, 1958 y 1959 y el Casa de las Américas en 1969 por Tabernas y otros lugares y que nunca pudo imaginar que fuera fusilado por sus correligionarios.

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