Julio José Ordovás es un gran observador, uno de esos tipos capaces de encontrar a Emil Cioran en un McDonald’s de Zaragoza. Su nuevo libro, Lecciones de abismo, tiene bastante que ver con El peatón sentimental, y también enlaza con su novela de aprendizaje Castigado sin dibujos (los tres están publicados en Xordica). Trata de la ciudad y la literatura, de la vida corriente y la vida de los libros, con sus alegrías y frustraciones.
Es una colección de textos breves, algunos con pulso de cuento y otros de artículo, un retrato de una ciudad y de una forma de mirarla que construye una atmósfera novelesca a base de tramas amagadas o sugeridas. El narrador casi siempre es un hombre con obligaciones que recorre Zaragoza a pie o en bici, que tiene una mezcla de curiosidad y cansancio, de timidez y fiereza, de desengaño rezongón y vitalismo voluntarioso. Apunta en una libreta: un escritor es un espía o un detective que mira a los demás para saber algo sobre sí mismo.
El paso del tiempo es uno de los temas: la ciudad es un palimpsesto; también de nosotros mismos: nuestro cuerpo y sus rincones contienen nuestra biografía. La prosa es precisa, elegante, sensitiva; describe Zaragoza con una mirada realista y onírica al mismo tiempo. Es un lugar donde aparecen cadáveres a la orilla del Ebro, donde hay viejos policías que explican que la sangre nunca se borra y donde uno puede ser feliz empujando el cochecito de bebé o tomando una Guinness mientras lee a Le Carré. Ordovás habla de las transformaciones urbanas, de inmigrantes, de camareras que escriben y desaparecen.
A veces adopta la perspectiva de uno de esos personajes secundarios algo desesperados, bolañescos; recrea la vida de Julio Antonio Gómez, inventa encuentros con compañeros de colegio triunfadores que pretenden timar con la política a los pringados que timaron en los negocios. Habla de exnovias y barrios, de amores, separaciones y mudanzas. La topografía y los estratos de la ciudad también cuentan la historia de una vocación literaria.
En Lecciones de abismo, donde salen Rastignat, Nemo y Sam Spade, Ordovás hace pensar a veces en un Fernando Sanmartín de barrio más duro, y sobre todo en Juan Marsé, a quien homenajea en un hermoso texto. Comparte con él una visión desengañada y romántica, la apreciación por expresiones coloquiales de aire vintage, una imaginación aventurera y casi pulp que se cuela y colorea la realidad aplatanante. La arquitectura del libro, con sus continuidades e incongruencias deliberadas, crea un clima extraño y fascinante, fantasmal como la vida misma.
Publicado originalmente en El Periódico de Aragón.
Tomado de https://letraslibres.com/



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