TA MEGALA
Fernando Solana Olivares
No cabe duda que. Me parece insano comenzar así un texto. Pero me dejo guiar por un consejo escritural siempre peligroso: la primera idea es la mejor idea. ¿Cómo distinguir entre una ocurrencia y una idea? He ahí el dilema. Sólo siguiéndolas hasta el punto en que demuestren su condición: la ocurrencia se desvanecerá de pronto y la idea quizá se volverá prosa.
No cabe duda, entonces, que las putas no tristes de García Márquez sino núbiles e intocadas como las de Kawabata son aquellas que durante el oficio aprenden a pensar, como argumenta Nell Kimball (o Goldie, según su nombre de batalla, tanto éste como el anterior falso) en Memorias de una madame americana (Sexto Piso/Conaculta, México, 2006), un deslumbrante volumen biográfico sobre el sexo, el deseo y la confesión clientelar en burdeles de lujo, acerca del poder, el dinero, el deseo y la moral. Y un memorial desacostumbrado respecto de la condición humana manifiesta en su plena integridad pues ahí es donde está, literalmente, desnuda.
La tía Letty le explicó a Nell, cuando ésta tenía ocho años, que “Toda chica está sentada sobre su fortuna, si tan sólo lo supiera.” Vivían en una granja infértil de Illinois donde ella había nacido en 1854, y de la que se fugó con su primer novio cuando cumplió quince, dejando atrás una infancia rural llena de hambre, pobreza, brutalidad y supervivencia, en la que el sexo era practicado con silvestre naturalidad.
“Al mirar hacia atrás en mi vida —escribe al comenzar sus memorias—, y es la única manera en que puedo mirarla ahora, nada en ella salió de la manera en que la mayoría de la gente hubiera querido vivirla. Y aunque empecé a los quince años en Saint Louis en una buena casa, sin planes, deseando únicamente como toda puta joven ponerme en cuclillas para ganarme algo de comer y de vestir, terminé como una mujer de negocios, y me convertí en una madame de casa de citas, que reclutó y disciplinó putas, que atendió lugares de lujo. Siempre me he preguntado, también, por qué sucedió todo de esa forma. Ahora puedo decirlo: si alguna vez llegué a tener remordimientos, nunca tuve arrepentimientos.”
En 1917 el gobierno clausuró Storyville, zona roja de Nueva Orleans, y Nell debió retirarse. A partir de entonces escribió este libro de memorias que ya anciana, y de nuevo empobrecida pues había perdido el dinero ganado durante años de profesión, ofreció al escritor Sthepen Longstreet para publicarse. Ninguno de los editores a los que fue mostrado en 1932 quiso correr el riesgo de imprimir un manuscrito que por su cruda franqueza expresiva podía afectar hipócritas susceptibilidades morales, y no fue sino hasta más de treinta años después, en 1967, cuando por fin apareció.
“En esos días en Flegel’s (la primera casa de citas a la que llegó) aprendí que el sexo ocupa como el ochenta por ciento de la imaginación de un hombre, […] fabricando fantasías en su mente que dejarían exhausto a un joven sultán. […] Pura figuración de chaqueta, imposible de efectuar y ridícula en sus juegos y exigencias extrañas”.
El sexo no es romántico, supo Nell Kimball desde que la biología animal le dio sus primeras lecciones rurales al respecto, y asimismo creyó, persuadida por su experiencia, que una puta era una esposa superior. “Al menos en esa parte de la vida que es la más íntima. Es superior a una esposa en el sentido de que tiene un entorno dramático, no es un hábito aburrido de casa.”
Autodefinida como una puta maravillosa —“no veo ninguna razón para no admitirlo ahora que estoy a tantos años de mis días y noches de joven”—, la ciudad de Saint Louie y desde luego el burdel como su centro oculto significaron para Goldie un agudo observatorio donde pudo estudiar el sistema americano de corrupción política, que fatalmente resulta ser igual en todas partes:
“La gente respetable votaba por tipos que metían las manos en la caja de la ciudad y la policía y los tribunales formaban parte del fraude. Y siempre había personas buenas con anteojeras y que no llegaban al fondo de las cosas, pero que a cada rato estaban implementando un programa de reforma. […] Se elegían nuevos alcaldes y funcionarios y nuevos jefes de la policía. Los viejos fraudes continuaban. Quizá porque la gente bien y los santurrones eran los dueños de los congales y los prostíbulos.” Gran parte de las mordidas y de los dineros corruptos se gastaban en Flegel’s.
Al mundo lo arruinan los dipsómanos de la moral. Como el cura que se cogía a los monaguillos pero sermoneaba desde el púlpito para expulsar del pueblo al elegante y hasta respetable putero donde Goldie se ganaba dignamente el sustento, y que acabó siendo corrido del lugar por su escandalosa pederastia antes de lograr la clausura del antro pecaminoso.
El entorno dramático de esta autora consiste en usar las palabras para denominar a las cosas sin pauta alguna de sentimentalismo. Y dado que el sentimiento es la superestructura de la brutalidad, la aspereza descriptiva de Nell Kimball, su diestra economía expresiva, su profunda claridad cínica, son manifestación de la más directa escritura que se pueda lograr, la de una franca y no indulgente, inadjetivada contemplación de la realidad personal: “nunca tuve arrepentimientos”.
Herodoto cuenta en un relato sobre la prostitución sagrada una
costumbre de la última etapa de Babilonia según la cual todas las mujeres nativas del país debían, una vez en la vida, ir al Templo de Mylitta para sentarse allí y ofrecerse a un hombre desconocido. Ciñendo sus cabezas con cintas de cuerda trenzada, las mujeres no podían irse hasta que un cliente hubiera arrojado una moneda de plata en su regazo para entrar con ella a una de las alcobas del templo. Las más atractivas eran elegidas de inmediato, las menos agraciadas no. Apenas al sentarse, Nell Kimball lo hubiera sido. Los caminos de la existencia son misteriosos. Toda vida representa un radio que lleva al centro del ser. No importa por cuál de ellos se transite con tal de que a pesar de su sordidez se haga con corazón. Algunas putas son buenas maestras y, como Goldie, a muchas de ellas su difícil oficio las vuelve santificadamente sabias, generosamente humanas. Agudas, perspicaces. Y buenas escritoras también.
Tomado de https://morfemacero.com/
Más historias
Mujer del Peñón: la más antigua habitante del Valle de México
Feliciano Peña, artista mexicano que dignificó el paisaje sin distorsión
La mirada fáustica: fotografía satelital y los límites de la percepción contemporánea