LA TÉCNICA DEL DISCURSO

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Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

Cuando era niño acompañé a mi madre al sepelio de algunas personas amistades de la familia. Fue una experiencia tal vez poco frecuente para un niño, la de acudir a los cementerios, pero por alguna razón a mí me toco vivirla. Al paso del tiempo me doy cuenta que esa forma gradual de familiarizarse con un hecho inevitable como es la muerte puede llegar a tener, por lo menos, la ventaja del aprendizaje de un suceso que necesariamente algún día se va a presentar, o que de hecho se presenta varias veces a lo largo de nuestras vidas. Pero también puede haber otros beneficios. Uno de ellos fue que, por lo menos en dos o tres ocasiones, me tocó escuchar oraciones fúnebres pronunciadas por una persona que, con una gran elocuencia, y ante el respetuoso silencio de los dolientes y sus acompañantes, destacó las virtudes de la persona que era despedida, justo antes de que su ataúd fuera cubierto por la tierra de su propia fosa. El orador siempre fue la misma persona, por cierto. Era un abogado de prestigio, mayor de edad, sin duda un hombre imponente, de baja estatura y voz grave, pero clara y firme, cuyo elogio fúnebre era escuchado con respeto.

Ahora que lo recuerdo, sin duda fue la primera vez que escuché un discurso que no fuese la homilía dominical para explicar el evangelio cuyo fragmento de su texto acababa de ser leído en la misa. Durante la Semana Santa, había sacerdotes cuya homilía en la ceremonia para recordar y explicar el significado de las siete palabras del redentor crucificado -Dios, como yo lo entiendo- era motivo de especial reconocimiento, por lo que acudían numerosos feligreses a escucharlos. Pero también hubo otros discursos que tal vez por frecuentes me impresionaron menos, aunque en el corto plazo de ellos haya entendido más. 

Los días lunes por la mañana, en la escuela primaria, había una ceremonia cívica presidida por la bandera nacional acompañada por una escolta formada por los alumnos de cada grado escolar que habían obtenido las mejores calificaciones durante la semana anterior, y que justo antes de iniciar la ceremonia eran señalados por sus respectivos profesores para pasar a formar parte de la escolta a la bandera. Durante la ceremonia, alguien de las y los profesores hacía la referencia a un hecho histórico cuyo festejo correspondía a los días cercanos. Había quienes leían el texto que habían preparado para realizar su apología, pero había otros que no tenían la costumbre de leer sus intervenciones. Recuerdo que una vez sus colegas felicitaron a uno de ellos por su intervención, quien recibió la felicitación con humildad. El director de la escuela primaria, por su parte, de voz grave y fuerte, jamás leía sus intervenciones. También era un orador imponente, escuchado siempre con atención y respeto. Lo recuerdo con admiración y afecto, por su bondad -consecuencia de su humanismo o religiosidad- y profesionalismo.

Otras piezas oratorias cívicas que escuché eran las expresadas el día de la independencia nacional o en el aniversario de la revolución mexicana, ceremonias que congregaban a grupos de profesores y alumnos provenientes de todas las escuelas de la ciudad. Oriundo del estado de Oaxaca, la ceremonia para conmemorar el natalicio del presidente Benito Juárez -restaurador de la república con el apoyo de los Estados Unidos, en contra de la intervención francesa que propició un segundo imperio en México; el primero existió  inmediatamente después de la independencia nacional y también así terminó, inmediatamente-, fuese en la ciudad capital de la entidad o en la población donde nació, San Pablo Guelatao, fueron el escenario de otras piezas oratorias que escuché en esa época. También hubo entonces oradores que leyeron sus discursos y otros que los pronunciaron sin necesidad de leer.

Recuerdo que en una ocasión vino el presidente de la república a una ceremonia de homenaje al presidente Benito Juárez celebrada frente a su estatua en el patio central del edificio principal de la Universidad local pública que lleva su nombre. El rector de la Universidad pronunció un discurso que lo hizo merecedor de ser invitado semanas después como orador oficial en otra ceremonia celebrada en la ciudad de México con la presencia del presidente de la república. Pero recuerdo con mayor asombro otro discurso, el de otro presidente de la república que varios años antes vino a la ciudad de Oaxaca a la toma de posesión del gobernador del estado; cuando al terminar su alocución anunció que con el nuevo gobernador había sonado la hora de Oaxaca. La reacción del público fue apoteótica, además de que en ese momento se encendieron cientos o miles de antorchas entre el público que estaba frente al escenario -espero que entre esas personas transportadas a presenciar el evento ninguna haya sufrido alguna quemadura-. Años después, en 1968, este gobernador intervendría personalmente ante el comandante de la zona militar para evitar que el ejército irrumpiera en la Universidad. En Oaxaca no hubo masacres de estudiantes como en la Ciudad de México, en 1968 o 1971.

En el balcón central del palacio de gobierno de Oaxaca, en diferentes fechas, la reina de Inglaterra y la reina de Holanda salieron a saludar a la multitud congregada para vitorearlas, pero no pronunciaron discursos. No era necesario, para eso eran reinas. Una de ellas sigue siéndolo, la hija de la otra abdicó hace algunos años. Una vez vino a Oaxaca el cardenal Eugenio Tisserant, decano del colegio cardenalicio, con la representación del Papa; salió al balcón central de la casa del hombre que entonces se decía era el más rico de Oaxaca, pero tampoco hubo discurso. Si hubo homilía en alguna celebración litúrgica no lo supe. 

Vinieron después los discursos que escuché durante el movimiento estudiantil de 1968 y sus secuelas, algunos pronunciados desde el balcón principal del edificio central de la Universidad pública y otros, años después, enfrente del palacio de gobierno, mientras veía que el gobernador del estado se asomaba tras los vidrios de una ventana, tal vez la de su oficina. Ese gobernador que observaba y escuchaba a los jóvenes que se pronunciaban en contra del gobierno, después fue secretario de Educación Pública del gobierno federal. Nunca escuché entonces discursos leídos, eran proclamas surgidas de una conciencia social que se manifestaba sin reservas.

De la oratoria parlamentaria, lo que mejor recuerdo fueron los discursos pronunciados en el Senado por los cuatro senadores del entonces denominado Frente Democrático Nacional, más tarde Partido de la Revolución Democrática: Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez Hernández, Roberto Robles Garnica y Cristóbal Arias Solís. Ninguno de ellos leía sus discursos. Pero de los discursos de Muñoz Ledo a lo largo de su vida pública, todos combativos y originales, habría que preguntarle a él mismo cuál considera que ha sido el mejor. Tal vez, su contestación al informe de gobierno cuando le tocó presidir el Congreso de la Unión -documento seguramente leído y cuidadosamente preparado-, en 1997, pero puede haber otros, por ejemplo, en la sede de las Naciones Unidas.

La academia es otro campo propicio para el discurso, donde también los hay leídos o pronunciados; pretendidamente todos a partir de un orden lógico acompañado de datos a veces plausibles, a veces incontestables. Aunque aquí también habría que distinguir entre varios subgéneros. Uno, es el de la cátedra universitaria, por ejemplo; otro, el de los congresos o seminarios entre colegas. En uno y otro los objetivos son distintos; formar e informar en un caso, compartir descubrimientos y convencer de su pertinencia en otro. En el caso de Diego Valadés puedo testificar una intervención suya cuya versión estenográfica fue transcrita tal como él la pronunció, sin leer, en un seminario de origen universitario y legislativo, hacia la Constitución para la Ciudad de México. El texto aparece en un libro con este nombre. Desde luego que hay otros colegas a quienes he escuchado con igual delectación, sin que lean, pero no he verificado la corrección gramatical de su discurso en la versión estenográfica.

Todas y todos los ciudadanos mexicanos de mi edad o un poco más, recordamos dos fechas emblemáticas para el discurso político, una anual y otra sexenal: el informe anual de gobierno del presidente de la república y el discurso de toma de posesión del nuevo presidente. Hubo un presidente que fue el primero que ya no pudo hacerlo en San Lázaro, el informe anual, así es que la sede se trasladó al palacio nacional, hasta hace poco que ya regresó al recinto legislativo. Aunque bajo la misma legitimación de rendición de cuentas ahora se mantenga todas las mañanas en palacio nacional bajo la modalidad de conferencia de prensa. En cualquier caso, como todo discurso político, su impacto depende del contenido y del contexto. Aunque la cotidianeidad pueda restarle eficacia. La prueba, ahora, mediante dos consultas electorales venideras dirán qué tanto un discurso puede provocar su propio agotamiento o fortaleza. Pues tal vez el impacto del discurso político más importante y necesario para sus autores sea el de las campañas electorales, las que buscan convencer al ciudadano para obtener su voto a favor o por lo menos en contra de un adversario -cualquiera que éste sea- para beneficiar al menos a un aliado.

Llego finalmente al discurso judicial, oral o escrito, según lo imponga la materia sustantiva que corresponda. En cualquier caso, es una esgrima argumentativa a partir de teorías jurídicas, hechos y datos de prueba, acompañados de la capacidad de persuasión; la cual incluye derrotar, anular o cuestionar la argumentación del adversario o contraparte y convencer al juzgador de la teoría del caso que es defendida. Es un debate en el que puede estar en juego la libertad, el patrimonio, la seguridad, la respetabilidad o el decoro del representado, es decir, elementos esenciales de su vida misma. Luego entonces, como hemos visto, la técnica del discurso es parte de la vida, sin que para nada se trate de una exageración.

Ciudad de Oaxaca, 20 de julio de 2021.

Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.

Profesor e Investigador. Doctor en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia) y doctor en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España) y posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (Estados Unidos de América); cuenta con la Especialidad en Justicia Electoral por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (México).

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