La ruta de las lágrimas

La ruta de las lágrimas

“De sesenta mil a cien mil pobladores originarios marcharon por esa ruta de privaciones, dolor y muerte para establecerse en el Territorio Indio. Iban a pasar más de diez años en tristísima emigración forzada, caravana tras caravana."...Tomado de https://morfemacero.com/

Culturas impopulares

Jorge Pech Casanova

Un camino de lágrimas: la frase suena sentimental pero atenúa trágicas historias de desalojo ilícito, de territorios robados, de destierro forzado, de pueblos originarios compelidos a desplazarse de sus tierras para ir a establecerse a un sitio lejano después de sobrevivir a marchas extenuantes, fatídicas. Si eso no configura un etnocidio, es al menos un crimen de lesa humanidad que agravia la memoria de los pueblos indígenas en Estados Unidos.

Los pueblos Cheroqui, Chickasaw, Choctaw, Creek, Seminola, Quapaw, Osage e Illinois vivieron sin problemas hasta 1830 en sus territorios al este del río Mississippi, antes de que esa franja se convirtiese en parte de los Estados Unidos de América. El gobierno suscribió tratados y otros acuerdos para que esos pueblos viviesen en paz en sus tierras. No faltaban conflictos de indígenas con colonos, pero se arreglaban por ley; a veces, a tiros.

Desde 1824, Thomas Jefferson había propuesto que los pueblos indios del este se reubicasen voluntariamente en nuevos territorios. Consiguió que algunas comunidades se trasladaran al oeste con la ley que se aprobó ese año. Así es como hemos llegado a asociar con el Far West las bandadas de pieles rojas que atacan sin tregua a afanosos colonizadores. Ni indígenas ni emigrantes europeos tendrían que haber estado presentes en esos lugares, pero el gobierno del país puso a ambos grupos en pugna al destinarlos a las mismas comarcas.

Los presidentes Washington, Adams, Jefferson y Madison se esforzaron en balancear las relaciones de colonos con indígenas. Pero Andrew Jackson, recluta en la guerra contra los Creek de 1813 a 1814, llegó a la presidencia en 1828 con la determinación de abrir el este a los blancos. Dado que el gobierno estadounidense compró Luisiana y se halló oro en tierras indias, Jackson determinó que era imposible proteger a los pueblos originarios del avance incontenible de colonos hacia el este.

El jefe cheroqui Kah-nung-da-tla-geh, conocido por los blancos como Cresta Mayor, era un indígena acoplado a usos extranjeros que ideó crear una nueva nación para su gente. Idea similar movió a John Ross, otro jefe tribal, y entre ambos promovieron en 1825 la creación en Georgia de su capital, Nueva Echota. Adaptaron la Carta Magna estadounidense para regir al Consejo Nacional Cheroqui, apelando al derecho constitucional de que “todos los hombres son creados iguales”.

Otros pueblos indios en desacuerdo con Cresta Mayor y Ross decidieron desde 1820 establecerse en lo que ahora es el noroeste de Arkansas, que no existía como estado. Esos pueblos temían perder sus costumbres y su religión al asimilarse como lo habían hecho los seguidores de Cresta y Ross. Mientras tanto, los colonos blancos no respetaban tratado alguno: entraban a territorio cheroqui para apoderarse de cada vez mayores extensiones.

Al fin, en 1836, Jackson y su Congreso formularon el Tratado de Nueva Echota para obligar a los pueblos indios a desterrarse por cinco millones de dólares y nuevas tierras en Territorio Indio. Con esta medida el gobierno “ganó” partes de Carolina del Norte, Tennesse, Georgia y Alabama, al enviar a sus pobladores ancestrales al que sería el estado de Oklahoma.

Entre las primeras en partir estuvo la tribu del jefe Serpiente Andante, anciano de cabellos blancos que encabezó la marcha en su pony, seguido por jóvenes jinetes y carretas caravaneras. Al alejarse un soleado día, escucharon un ruido como de truenos al oeste. Después dijeron que aquel estruendo fue un mal augurio.

Las caravanas siguieron dos rutas principales: una iría por vía acuática, aprovechando los navíos que surcaban el Mississippi y prometían un traslado cómodo. Al terminar 1838, los desterrados se embarcaron y, tras cruzar Missouri y Kentucky, fueron depositados en el puerto de Golconda. Era invierno. Tuvieron que hacer el resto del viaje en la nieve, sin provisiones ni calzado. En el tramo murieron de frío, enfermedad y hambre la mayoría de las ancianas, los ancianos, los niños. Alrededor de cuatro mil indígenas tuvieron por tumba la nieve.

Al saber del tortuoso destino de la primera caravana, otras tribus cruzaron el camino de más de mil millas a pie. No les fue mejor que a sus predecesores, porque el gobierno no les proveía provisiones, si bien los demoraba en campos de concentración a lo largo de la ruta, donde había puestos militares. Ahí, los soldados trataban a los desterrados como prisioneros. Contribuían así a exterminar por hambre o enfermedad a los exhaustos indígenas.

De sesenta mil a cien mil pobladores originarios marcharon por esa ruta de privaciones, dolor y muerte para establecerse en el Territorio Indio. Iban a pasar más de diez años en tristísima emigración forzada, caravana tras caravana.

Los cheroquis desde el primer traslado acumularon iras y rencores contra Cresta Mayor y sus descendientes, John Ridge y Elias Boudinot, considerados traidores porque los convencieron de marchar. Cresta, John y Elías establecieron una plantación en el nuevo territorio, en el arroyo Miel. Ahí llegó a asesinarlos en 1839 un grupo cheroqui enemigo.

John Ross prevaleció como líder indio cuando la Ruta de Lágrimas se convirtió en un amargo recuerdo. No le incomodaba que lo llamasen exterminador de los Ridge, porque habían contendido por la jefatura cheroqui desde que fundaron Nueva Echota. Al establecerse en la reservación que después sería Oklahoma, redactó una nueva constitución para las tribus cheroquis, como lo había hecho antes, cuando se alió con Cresta Mayor. Murió en su lecho en 1866.

Ahora los Estados Unidos preservan la Ruta Nacional Histórica llamada de Las Lágrimas, para conmemorar la limpieza étnica que sobrellevaron los pueblos Cheroquis, Chickasaw, Choctaw, Creek, Seminola, Quapaw, Osage e Illinois. Arqueólogos van marcando el infame sendero para que no se pierda el rastro de aquellas comunidades expulsadas y sometidas a seguir uno de los trayectos más letales de que se tenga noticia en América. El gobierno nunca les pagó a los sobrevivientes los cinco millones de dólares ofrecidos por la emigración.

Con el tiempo, los descendientes de los nativos enviados a padecer en la Ruta de las Lágrimas han comenzado a recordar cómo sus antepasados se establecieron en los territorios que nadie quería poblar. Al final de la mortífera “conquista del oeste”, no pocos pobladores de sangre indígena se sumaron a las leyendas criminales del Far West. La familia del bandolero Henry Starr fue parte de esas fabulaciones delictivas. 

Sobrino o pariente de la bandolera Belle Starr, Henry Starr se hizo famoso como asaltabancos a finales del siglo XIX y principios del XX. Llegó a interpretarse a sí mismo en la película El forajido (The Outlaw). Cuando estaba por establecerse como estrella del cine silente, el bandolero de ascendencia cheroqui decidió cometer el primer asalto en automóvil a un banco. El atraco salió mal, Starr recibió dos tiros y murió en la cárcel en 1922, sin honrar a sus antepasados que ochenta años antes sobrevivieron a la Ruta de Lágrimas. 

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