Ta Megala
Fernando Solana Olivares
I.
Escribe Peter Sloterdijk en su Crítica de la razón cínica que “si fuera verdad que es el malestar en la cultura lo que provoca la crítica, no habría ninguna época tan dispuesta a la crítica como la nuestra”. Sin embargo, agrega, nunca fue tan fuerte la inclinación del impulso crítico a dejarse dominar por sordos estados de desaliento. Esa decepción analítica, una parálisis para transformar el tiempo histórico, es el resultado de la indolencia fomentada por el mismo modelo del capitalismo ultraliberal, cuyo éxito planetario ha consistido en destruir la posibilidad de pensar una alternativa distinta, fomentando mediáticamente un estado de desaliento social, de inmovilidad crítica y reflexiva, de resignación existencial.
No es que el pensamiento alternativo no exista ahora, y aun desde el comienzo de la sociedad industrial o antes, sino que ha sido vuelto invisible por la ideología hegemónica global y sus mandarinatos políticos, informativos, académicos e intelectuales. Ese golpe de estado mental es lo que Viviane Forrester llama la “extraña dictadura” que ha logrado hacer de un sistema ideológico y de sus prácticas inducidas fenómenos naturales, “tan irreversibles e inflexibles como el Big Bang, tan imposibles de contrarrestar como las mareas, la alternancia del día y la noche o el hecho de que somos mortales”.
En su presentación a El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política de Boaventura de Souza Santos, Juan Carlos Monedero observa que una abstracta y orwelliana política del pensamiento “ha hecho grandes esfuerzos por ocultar parcelas de realidad de manera premeditada”. Dicho empeño de ocultamiento, hasta hoy tan eficaz, borra la acción social colectiva del ayer junto con sus lecciones y experiencias y así impide la posibilidad crítica para entender la miseria del presente, para “la construcción del espanto que produciría, con otra mirada, su horror”. Esa experiencia desperdiciada es calificada por Santos como recortes de realidad que también son recortes del pensamiento, indispensables en la aceptación acrítica del cortoplacismo económico, político, ecológico y social característicos de la lógica capitalista y su patología de la rentabilidad.
Cierta perplejidad persigue desde hace años a Santos: la incapacidad de las ciencias sociales heredadas para dar cuenta adecuadamente de nuestro tiempo y orientarnos en los procesos sociales de transformación en curso. Una realidad social sobreteorizada se mezcla con otra realidad considerada irrelevante o ni siquiera percibida por el monólogo colonialista de la modernidad occidental, el cual está irremediablemente determinado por relaciones ideológicas de superioridad/inferioridad y por criterios monoculturales. Santos denuncia esa “racionalidad indolente, cuya indolencia se traduce en la ocultación o marginación de muchas de las experiencias y creatividades que se dan en nuestro mundo, y, por tanto, en su desperdicio”.
En esta tarea de abrir puertas y mirar donde no se suele dirigir la mirada, Santos reconoce tres líneas maestras que guían su pensamiento crítico, una brillante manera de despensar aquello que el pensamiento hegemónico da por incuestionable y establecido: 1) una nueva teoría de la historia que ensanche el presente para dar cabida a todas aquellas experiencias sociales silenciadas por no corresponder a las monoculturas del saber y de la práctica dominante, y que a la vez encoja el futuro y su falaz exaltación del progreso para sustituirlo con la búsqueda de alternativas tanto utópicas como realistas; 2) la superación de los preconceptos eurocéntricos y occidentalizados de las ciencias sociales, parte de la colonización de un seudo saber impuesto por intereses geopolíticos; 3) la reconstrucción teórica y práctica del Estado y de la democracia en el contexto de lo que hasta ahora se describe como globalización.
Son alternativas para “pensar lo impensado, o sea, asumir la sorpresa como un acto constitutivo” de otra reflexión teórica que construya una utopía intelectual para hacer posible una utopía política. Debe entenderse como justicia cognitiva: pensar para transformar.
II.
Diría Albert Einstein, citado por Juan Carlos Monedero en su glosa del pensamiento de Boaventura de Sousa Santos, que “lo que caracteriza a nuestra época es la perfección de los medios y la confusión de los fines”. La búsqueda de sentido en un mundo que carece de él es lo que algunos pensadores llaman traducción: interpretaciones nuevas sobre circunstancias imperantes cuyas perspectivas de bifurcación o cambio ya están inscritas en las mismas condiciones iniciales que les dieron origen: “como si el hielo que se resquebraja —escribe Monedero— dejara leer en sus múltiples fracturas un camino alternativo que permita salir del naufragio del presente”.
Esa tarea de traducción es el empeño principal de la sociología de las emergencias propuesta por Santos: “crear las condiciones para emancipaciones sociales concretas de grupos sociales concretos”. También lo es de la teoría crítica que propugna, aquella donde se afirma que lo que existe no agota las posibilidades de la existencia, y la cual desconocemos porque pensamos mal o simplemente no pensamos, indiferentes ante el mundo que nos rodea y sus devastaciones cotidianas. Entre ellas, la existencia de las sociedades contemporáneas definidas por Santos como “democracias de baja intensidad”, operativa y mentalmente fascistas porque generan y aceptan condiciones sistémicas de exclusión, de violencia y autoritarismo crecientes. No se trata de regímenes políticos sino de regímenes sociales que combinan la democracia de baja intensidad con dictaduras plurales en las relaciones sociales, económicas y culturales.
Este fascismo social “consiste en la emergencia de relaciones de tal modo desiguales que los grupos sociales dominantes adquieren un derecho de veto sobre la vida y las expectativas de ciudadanos y grupos sociales oprimidos” Afirma que los ciudadanos desposeídos son formalmente libres e iguales, pero viven su cotidianidad como siervos. El fascismo social no es entonces un régimen político sino un régimen social y civilizatorio: “promueve la democracia representativa al mismo tiempo que destruye las condiciones del ejercicio efectivo de los derechos democráticos de las grandes mayorías”.
Cuando menos en cinco ámbitos opera esta nueva forma de autoritarismo integral, distinta en apariencia a los movimientos fascistas de los años treinta del siglo pasado pero idéntica en su sustancia excluyente y dictatorial, según los resume Monedero siguiendo a Santos:
1. El fascismo del apartheid social, el cual crea zonas salvajes en los barrios pobres y zonas civilizadas en ciudades fortaleza rodeadas de cinturones de miseria. Se trata de un mismo Estado amable en unas zonas y brutal en otras, que convierte dicho estado de excepción en una regla para los miserables mientras otorga una bula de exoneración a quienes detentan el poder.
2. El fascismo de un Estado paralelo, cuando el mismo Estado opera la represión de aquellos grupos o individuos que cuestionan el orden existente mediante los pactos policiacos con el crimen organizado, la persecución ilegal de la disidencia o el uso secreto del aparato judicial para silenciar cualquier oposición.
3. El fascismo paraestatal, que comprende la disposición del Estado para dejar el espacio libre a particulares en dos vertientes: el fascismo contractual que permite la privatización de bienes públicos, las subcontrataciones sin control legal o ciudadano y la indefensión colectiva ante los contratos de trabajo, y el fascismo territorial que admite y alienta la existencia de zonas controladas por poderes fácticos no estatales.
4. El fascismo de la inseguridad, consistente en el riesgo cotidiano que genera la precariedad laboral y el desasosiego existencial por vivir en medio de condiciones que no pueden controlarse. Además de servir para la criminalización de grupos que defienden su territorio y su forma de vida como los indígenas, o sus puestos de trabajo como los obreros y empleados, representa el fomento del miedo “convertido en instrumento esencial de la gestión política”.
Y el quinto de ellos, origen de los otros cuatro, el fascismo financiero, el horror de la economía de casino.
III.
Ese quinto fascismo diseccionado por Boaventura de Sousa Santos —-no un régimen político sino como ya se dijo una opresiva ideología social y civilizatoria, “un estado de excepción que se autodefine como normalidad democrática”— es el fascismo financiero, la forma global más virulenta y destructiva en esta posmodernidad que oculta tal condición empleando un doble lenguaje.
Ese conjunto de instituciones y lógicas de intervención del capitalismo financiero global, dominado por la ansiosa compulsión del cortoplacismo y la patológica usura de la máxima rentabilidad, representa “la forma más pluralista del fascismo social porque es comandada por una entidad que verdaderamente no existe, pero que, contradictoriamente, está presente de manera simultánea en todos los cantos del mundo: ‘los mercados’.”
Santos señala que el fascismo financiero puede destruir en pocas horas o semanas las economías y las expectativas sociales de países enteros, como lo ha hecho en Asia, en Latinoamérica y ahora en el sur de Europa. Entre sus muchas formas operativas están las agencias de rating, de calificación financiera, que determinan la estabilidad de las economías nacionales sin importar los criterios arbitrarios en que fundan el nivel de riesgo otorgado. “Estas agencias —escribe Santos— no fueron elegidas por nadie, pero las democracias de baja intensidad les obedecen con más fidelidad que a una sentencia de la Corte Constitucional del país”. He aquí la circunstancia: quienes gobiernan verdaderamente en el mundo actual son instancias supranacionales y antidemocráticas del capitalismo financiero que “resuelven” mediante la devastación social aquellas crisis que intencionalmente provocan. “Armas de destrucción masiva”, las llama el autor.
Siguiendo la definición de Mark Horkheimer, Santos escribe que la irracionalidad de la sociedad actual reside en el hecho de que ha sido producto de una voluntad particular, la del capitalismo, y no de una voluntad general, “una voluntad mancomunada y consciente de sí misma”. Así, las grandes promesas de la modernidad han sido sistemáticamente incumplidas: la igualdad, la libertad, el dominio de la naturaleza. Vivimos en una sociedad determinada por el hábito de proclamar principios y no sentirse compelida a obedecerlos. Decir es la sicótica sustitución del hacer. Los poderes hegemónicos que rigen la sociedad de consumo y la sociedad de la información nos han convencido de que no hay ruta alternativa ante el estado de las cosas. Un posmodernismo celebratorio se ha instalado en el pensamiento común y tres grandes formaciones colectivas son visibles: los defensores del sistema, los indignados y los que prefieren mirar hacia otro lado.
La propuesta de Santos puede definirse como un “un pensamiento alternativo de alternativas”, una pluralidad de ecologías, brújulas provenientes de una posmodernidad de oposición que se enfrentan al saber monista y cerrado propio de la modernidad. Cinco tesis y antítesis que sucintamente son las siguientes, según Monedero:
1. Monocultura del saber (ciencia occidental y alta cultura canónica) frente a una Ecología de saberes (no hay ignorancia ni saber en general, todos saben e ignoran algo). 2. Monocultura del tiempo lineal (un sentido de la historia que guiaría las ideas de progreso y modernización) frente a una Ecología de tiempos no lineales (los otros son contemporáneos, así su cultura se califique como anacrónica). 3. Monocultura de la clasificación social (que define y jerarquiza construyendo desigualdades) frente a una Ecología de los reconocimientos (que democratiza todos los saberes y rechaza la superioridad de cualquier raza). 4. Monocultura de la escala dominante (lo global sobre lo local) frente a una Ecología de las trans escalas (lo local que tiene entidad e identidad al margen de los mercados globales). 5. Monocultura del productivismo (el crecimiento económico como único objetivo del sistema capitalista) frente a una Ecología de la productividad (sistemas alternativos de producción respetuosos de la naturaleza).
La propuesta de Santos es la de una justicia cognitiva que piensa para transformar y rechaza el conocimiento normativo impuesto, que construye un conocimiento liberador crítico, un optimismo trágico o un pesimismo esperanzador donde no hay respuestas definitivas sino esfuerzos civilizatorios para superar los tenebrosos escenarios de hoy y de mañana.
“La puerta está abierta”, diría Epicteto.
Tomado de https://morfemacero.com/
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