La muerte del tiempo

“La poshistoria implantada por el capitalismo salvaje ha confiscado el tiempo, entendido éste como una sucesión de intervalos, de lapsos y ritmos, días y noches, ausencias y presencias, interrupciones y continuidades. Ahora es un presente siempre igual que nunca cesa”.Tomado de...

TA MEGALA

Fernando Solana Olivares

La poshistoria implantada por el capitalismo salvaje ha confiscado el tiempo, entendido éste como una sucesión de intervalos, de lapsos y ritmos, días y noches, ausencias y presencias, interrupciones y continuidades. Ahora es un presente que nunca cesa. “Un rasgo destacado del mundo actual es la irrelevancia de cualquier noción de preservación o conservación”, señala Jonathan Cray en un ensayo de su libro 24/7, donde explora el tiempo idéntico y por ello suspendido de la actualidad.

       La frenética orgía ininterrumpida, como la designa Crary, de saqueo y acumulación, de expropiación de recursos que tiene lugar en el planeta las veinticuatro horas de los siete días de la semana, sin dar lugar a la regeneración de los sistemas vivientes, deriva también en una ilusión de tiempo instantáneo existencial según la demanda del deseo propio, una demanda que al no interactuar con el tiempo de los otros no desarrolla el “sentido de responsabilidad” que significa ese trato.

       Toda forma de democracia requiere la paciencia mínima de escuchar a los demás y esperar el turno para hablar. Esperar es un atributo propio de cualquier relación humana que practica el diálogo, ese arte de mirar juntos lo real. Pero el sistema 24/7 erosiona la paciencia y la deferencia hacia el prójimo. Esperar es “una incompatibilidad” esencial del capitalismo del 24/7 con cualquier práctica social de compartir, ser recíprocos y cooperativos. Al evaporarse los ritmos del tiempo, lo que se fomenta es una cultura vacía de la autopromoción y la autoabsorción. El individuo se encierra a sí mismo en un presente que requiere de la distracción y el entretenimiento para volverse tolerable e imaginariamente personal.

       El sueño parece ser la última zona relativamente libre del control del sistema. Sin embargo, los urbanitas actuales duermen seis horas frente a ocho de la generación anterior y diez de la otra, los pájaros de las ciudades se despiertan más temprano y trabajan más que los del campo. El tiempo continuo se infiltra en la conciencia donde sucede, según la idea de Henry Jenkins, una convergencia mediática posmoderna de las industrias narrativas del momento: los videojuegos, las teleseries y la telerrealidad, esos elementos con los que la persona del 24/7 crea su mitología imaginaria y propia, escasamente susceptible de objetivarse.

       El cuento es una operación sobre el tiempo, lo mismo que la novela. Hay técnicas diversas como los enlaces, las parábolas, las capas de la cebolla o reventar los puentes. Todas llevan a un mismo resultado: la condensación de un tiempo de velocidades múltiples que representa una sucesión. Cuando el tiempo es asesinado desaparecen todos los actos, esos hábitos y pequeños gestos con los que la persona va entrando a los umbrales del día.

       La cortesía es una expresión del tiempo: el detenimiento atento en el tiempo del otro —una virtud no tan antigua así ahora parezca un anacronismo: fulano es muy atento, se decía hasta hace poco. La atención es tiempo que sostiene toda virtud, la cual siempre es energía. 

       Ahora están reapareciendo acciones y conductas cruciales para las serias luchas políticas que seguirán extendiéndose “en medio de la intensificación de la catástrofe ecológica, la polarización económica y la guerra imperial”. Acciones y conductas que consisten en una apropiación personal del tiempo: reposo, contemplación, recogimiento. Una existencialidad donde surgen nuevas maneras de vivir en el tiempo. De amar lentamente, comer lentamente, mirar lentamente, ser lentamente.

        Esto significa rechazar la mortal y destructiva cultura del dinero y sus tóxicas fantasías, su monótona compulsión, dejando de comprar lo que no se necesita, venciendo el deseo o regulándolo cuando menos. Los mixes oaxaqueños definen la verdadera riqueza como la reducción drástica de la necesidad.

       El espacio de otras formas de vivir el presente está en la mente y por ella comienza. Todo trabajo personal descansa en una palanca primordial: saber que uno no es lo que piensa, y ejercitar mentalmente esa certeza tantas veces como sea necesario para dejar de pensar lo que se piensa. Tal interrupción voluntaria del flujo mental es lo que los textos llaman yoga. Una intervención sobre el tiempo mental que se suspende y al purificarse se multiplica, transcurre, vuelve a danzar.

       De ahí que una resistencia política delante de la supresión del tiempo sea aprender a liberar el pensamiento propio. Borges escribió: “Convertir el ultraje de los años en una música, un rumor, un símbolo”. El ultraje de los años es el tiempo. Darse tiempo es una forma superior de resistencia, una contra narrativa que contiene el tiempo otra vez hecho de tiempos que después de esta oscuridad vendrá. La dicha inicua, diría Leduc, de perder el tiempo. 

Tomado de https://morfemacero.com/