Quizá sirva entrar por cualquier parte en esta selección de textos periodísticos –análisis, columnas, tribunas, comentarios, reseñas, críticas de libros– que Santos Juliá (Ferrol, 1940-Madrid, 2019) publicó entre 1982 y 2019 en el diario El País. Las piezas cubren un largo periodo de tiempo y, por tanto, se ocupan de los gobiernos de Felipe González, José María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez. Hablan de cosas del pasado, por próximo que pueda resultar, pero consiguieron en su momento echar raíces de una manera tan profunda que es como si trataran de los problemas de ahora mismo. La historia no va dejando cosas cerradas atrás, y no hay nunca novedades en lo que está por venir, las personas y las sociedades dan vueltas y vueltas sobre parecidas cuestiones, también la política, así que no resulta extraño que lo que Santos Juliá dice sobre lo que ocurrió hace ya años siga resultando esclarecedor para entender lo que sucede hoy.
Se dice rápidamente, pero hace falta hacerse cargo de lo que significa estar atento durante más de 35 años a los asuntos de la política española para procurar desentrañar su sentido cada semana, o cada dos, o varias veces al mes. Miguel Martorell y Javier Moreno Luzón dicen en su introducción que en total Santos Juliá escribió durante esos años “más de 800.000 palabras, unas 1.200 páginas en letra apretada”. Lo que proponen es solo una selección, centrada en sus textos más políticos y dejando así de lado los que abordan cuestiones específicamente históricas. Aunque en realidad esa distinción es irrelevante, porque lo que da especial enjundia a cualquier consideración de Santos Juliá es que la elabora moviéndose siempre con luces largas y, por eso, sus saberes de historiador están presentes en cada una de sus piezas como parte del caldo en el que cocina su aproximación a los hechos concretos de los que trata.
De Santos Juliá no tardé en tener noticia al poco tiempo de incorporarme en 1992 a El País para coordinar la edición de Babelia. Alguno de mis jefes me sugirió que le encargara una pieza sobre uno o varios libros de historia, no recuerdo ahora, y apuntó a su solvencia y a su rigor como cartas de presentación, y a lo bien que lo contaba todo. Tenía razón. Más adelante, en la época en la que llevó el suplemento Ángel Sánchez Harguindey, fue parte del consejo asesor que cada semana recomendaba qué libros y qué debates culturales y qué tendencias debían recogerse en sus páginas, y fue el encargado de pilotar cuanto estaba relacionado con la historia. Cuando me incorporé a Opinión, unos años después, se convirtió en el interlocutor con el que comentar los asuntos más enojosos. No pontificaba nunca, ni tampoco cerraba las cuestiones con fórmulas demasiado previsibles o gastadas o partidistas, lo que hacía era buscarle las cosquillas a cada circunstancia y problematizarla aún más para comprenderla. Y siempre desde el mismo marco, el de la democracia. Lo apuntan Martorell y Moreno Luzón cuando abordan su manera de comportarse como intelectual: nunca pretendió ser ni faro de la sociedad ni predicador de los grandes relatos de la política contemporánea. “Bastaba con opinar sobre los problemas coetáneos, desde los limitados saberes y la capacidad de análisis de cada cual, con el fin de proponer interpretaciones y salidas razonables a lo que ocurría.” Y punto.
Santos Juliá tiene una mirada clara, en el sentido de que aporta claridad para acercarse a lo que sucede, pero también porque la suya fue –es, sigue siendo– una mirada sin contaminar. Escribir en los periódicos obliga a estar operando en campos minados de intereses, sobre hechos embarullados, y al hilo de una actualidad que se dispara hacia adelante y que no cesa. No existe margen para tomarse demasiado tiempo, salvo a costa de ser arrollado, y por eso lo que resulta más frecuente son los clichés, las fórmulas que dictan los laboratorios de comunicación, los zarpazos previsibles que surgen de los engranajes de las ideologías, los guiños de presentes entendidos. Nada de eso hay en Nunca son inocentes las palabras porque lo que Santos Juliá hace en cada uno de sus textos es precisamente tomarse en serio las palabras. Las disecciona, las pone en contexto, asiste a sus endiablados cambios de significado y las agarra para desnudarlas e ir al hueso. Y así, en estas páginas, queda recogida la historia reciente de España: la Transición, el terrorismo de ETA y el de los GAL, las izquierdas y las derechas, la sombra de la dictadura, el clientelismo caciquil y la corrupción, las convulsiones que ha padecido la monarquía, la nueva política, la relación con Europa, el uso de la memoria, la deriva independentista de Cataluña y el reparto territorial del poder, los proyectos siempre postergados de reforma la Constitución, etc. Santos Juliá se comporta como una suerte de artesano, un alfarero que no tiene más remedio que meter las manos en el barro para construir un jarro de agua del que poder beber para encontrar el impulso de entender lo que nos rodea. Este comentario no puede ser sino partidista, de un partidismo radical por una manera de escribir de la historia y la política. Sin ataduras. ~
Tomado de https://letraslibres.com/
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