En el tema Beautiful Boy, séptimo título del álbum Double Fantasy, un John Lennon plenamente sumergido en el romanticismo familiar canta a su hijo pequeño: «Antes de cruzar la calle, toma mi mano. La vida es lo que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes».
Esta frase –que no es original del ex-Beatle– dio la vuelta al mundo no solo por su importancia histórica, ya que fue de las últimas que escribió su autor antes de ser asesinado, sino también por su profundidad reflexiva. Es un tierno consejo que guarda una gran verdad sobre la condición humana: la tendencia de estar mentalmente ausentes, siempre preocupados por las ansiedades del futuro. A pesar de que el ser humano es la única especie (o al menos la mejor) con pensamiento complejo, que le permite planificar, recordar e imaginar, este poder con doble filo empuja hacia la «sobrereflexión», y puede atraparnos en una maraña de suposiciones sobre «lo que podrá ser». ¿Quién no recuerda el cuento de la lechera, aquella mujer que lo planeó absolutamente todo para acabar con el cántaro hecho trizas?
Muchos individuos, precavidos por la moraleja del cuento, viven aferrados a su cántaro, protegiéndolo de más para que la realidad no ponga en peligro las expectativas. En este sentido, John Lennon encontró una fórmula para mitigar los efectos de semejante agobio: dedicarse a su familia. Cuando compartía tiempo con Yoko Ono, el tiempo se paraba, sus pensamientos dejaban de divagar, sus preocupaciones se disipaban, y era entonces cuando sus sensaciones pertenecían únicamente al «ahora». Esta inmersión tan característica es lo que hace tan especiales los abrazos y los besos con nuestros seres queridos. Es de lo poco que realmente nos ancla al presente, sin distracciones.
Los abrazos y los besos son de lo poco que realmente nos ancla al presente, sin distracciones
De este modo, en lugar de estar planeando obsesivamente un futuro que posiblemente nunca llegue o estancarse con los fantasmas de la juventud pasada, se puede encontrar propósito en el presente. Al fin y al cabo, la vida siempre sorprende con planes inesperados, y es ridículo pensar que el futuro va a ponerse de acuerdo con nosotros. Asimismo, esta impredecibilidad es fundamental en la experiencia humana. Es el recordatorio que nos mantiene humildes, pues, aunque nos esforcemos para anticipar el porvenir, siempre hay elementos que se escapan de nuestro control. Por eso, aceptar la impredecibilidad puede ser incluso liberador. Es la forma de reconocer que lo inesperado, tanto lo placentero como lo sofocante, es parte integral de la vida. No es tan malo confiar en que, incluso en situaciones de incertidumbre, tenemos resiliencia de sobra para continuar nuestro viaje. Ahora bien, por muy despreocupado que pudiera parecer John Lennon, su mensaje no es que la aceptación de un futuro incierto conlleve resignarse a la impotencia. Más bien, implica una actitud de flexibilidad y entusiasmo ante lo desconocido.
Imagina que un viernes por la noche, después de salir a cenar con amigos, pierdes el último autobús de regreso a casa. A regañadientes aceptas que volverás a pie, pero desde el primer paso ronda por la mente que te acostarás demasiado tarde, que no podrás aprovechar la mañana siguiente, que quizás coges un resfriado por el camino, etcétera. Sin embargo, raramente se permite uno pensar que ese paseo puede ser una oportunidad para cruzarnos con un amigo del pasado, para ayudar a algún turista desorientado o, simplemente, conversar con uno mismo. Como diría cualquier estoico moderno, intentar sacar el máximo provecho a los obstáculos puede fomentar la serendipia, y en consecuencia disfrutar de muchas más experiencias en la vida, más allá de las que canónicamente se consideran positivas. Al fin y al cabo, Lennon nunca predijo encontrarse con Yoko Ono, ni tener un hijo con ella, ni mucho menos que la última persona en felicitarle por la canción Beautiful Boy fuera su verdugo, Mark David Chapman.
Tomado de Ethic.es
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