La influencia de la cultura sobre la agresión | por Bronislaw Malinowski


El autor de este ensayo asegura que los pleitos, confrontaciones y desacuerdos entre personas tienen una base cultural que los puede potenciar.


En el ensayo Un análisis antropológico de la guerra, Malinowski explora el carácter inherente de la guerra en la naturaleza humana y argumenta que la cultura juega un papel fundamental en la resolución de los problemas. Con respecto a los tiempos críticos en los que nos encontramos, quisimos recuperar esta postura sobre los factores culturales que influyen en la agresividad.

Las primeras dos partes ya han sido publicadas en este blog, te recomendamos leer La guerra a través de las edades y La guerra y la naturaleza humana.

Por Bronislaw Malinowski

Otro punto interesante en el estudio de la agresión, es el de como la caridad empieza en el hogar. Pensemos en los ejemplos que hemos dado. Todos ellos implican un contacto directo y después la explosión de la cólera por motivos inmediatos, en donde ocurre una divergencia de intereses, entre los locos la divergencia es producto de la imaginación.

Efectivamente, mientras más pequeño es el grupo ocupado en un trabajo en cooperación y unido por algún interés común, viviendo junto día con día, por lo que se les facilita el irritarse mutuamente y montar en cólera. Freud y sus discípulos han demostrado fuera de dudas y cavilaciones, que dentro del grupo más pequeño de cooperación humana, la familia, se presentan con frecuencia los disgustos, los odios, y los impulsos asesinos y destructores.

Los celos sexuales dentro del hogar, pleitos por los alimentos, por los servicios u otros intereses económicos ocurren en todos los hogares primitivos o civilizados. Yo mismo he visto a los aborígenes australianos, papuanos, melanesianos, bantús africanos e indios mexicanos, enojarse y hasta encolerizarse en ocasiones de estar trabajando juntos, celebrando fiestas, o discutiendo algunos planes o asuntos de su vida cotidiana. Sin embargo, el hecho de la violencia corporal es tan raro que viene a carecer de importancia para la estadística.

Veremos brevemente por qué es esto así. Los que sostienen la “agresividad natural” como causa permanente de la guerra tendrán que probar que esta agresividad obra más entre extranjeros que entre miembros de un mismo grupo. Los hechos tomados de la evidencia etnográfica nos dan una respuesta enteramente diferente. Los extranjeros de otras tribus están sobre todo eliminados de cualquier contacto con los otros.

Así, los veddas de Ceylan tienen hechos arreglos por medio de los cuales pueden hacer transacciones e intercambio de mercancías y enviar mensajes simbólicos a sus vecinos los tamils y singaleses sin llegar nunca a estar frente a ellos.

Los aborígenes australianos cuentan con un elaborado sistema de aislamiento intertribal. Lo mismo sucede con los grupos primitivos como los punans de Borneo, los finlandeses y los pigmeos del África y de la Malasia. Además del aislamiento encontramos también formas claras y legalizadas de contacto entre las tribus.

En Australia y en Nueva Guinea, en todo el pacífico y en el África podemos encontrar sistemas de leyes intertribales, que permiten a un grupo visitar a otro, comerciar entre ellos o colaborar en una empresa. En algunas regiones una intrusión de parte de un extranjero, contra las reglas de la ley intertribal y rompiendo la línea divisoria, era peligrosa para el intruso.

Podían matarlo o esclavizarlo; y algunas veces servir de piece de resistance en un banquete de caníbales. En otras palabras, la ejecución del delincuente la determinaba la ley tribal, por el valor de su cuerpo para la cocina de la tribu, o de su cabeza para la colección de un especialista cazador de cabezas.

Es obvio, que la conducta del asesino y de la víctima, en tales casos, no tiene nada que ver con la psicología de la cólera, de la pugnacidad, o de la agresividad fisiológica. Tenemos que concluir que, al contrario de la orientación de la teoría que prevalece, la agresión como materia de la conducta, no se presenta en el contacto con extranjeros de la tribu, sino dentro de la misma y entre los grupos cooperativos, sus componentes.

Acabamos de ver que la agresión es un producto que acompaña a la cooperación. Esta última organiza a los seres humanos en un sistema de actividades coordinadas. Un sistema de estos, o institución como también la podemos llamar lo es la familia. Un pequeño grupo de gentes quedan unidas bajo el contrato del matrimonio. Se dedican a la producción y a la educación de los hijos.

Obedecen un sistema de normas dictadas por la costumbre, operando en conjunto la economía doméstica, es decir, formando una porción del medio con el aparato, los implementos y los bienes de consumo. El clan y el grupo local, los agricultores y los industriales, los dirigentes y las sociedades secretas son todos y cada uno sistemas de actividades coordinadas, organizadas en forma institucional.

Tratemos de comprender ahora el lugar que ocupa la agresividad dentro de una institución. No cabe duda, que dentro de estas maneras cooperativas de la organización humana reducidas y condensadas espacialmente, la agresividad genuina se presentara con mayor frecuencia y universalidad que en cualquier otra parte. Los impulsos de pegarle a la mujer o al marido y a los hijos, son personalmente conocidos de todo el mundo y etnográficamente universales.

Ni los que están asociados o que trabajan juntos se libran de la tentación de cogerse por el cuello, ya sean primitivos o civilizados. Sin embargo, la esencia de una institución es la de que está construida sobre una carta de reglas fundamentales que define claramente los derechos, las prerrogativas y los deberes de todos los asociados.

Un conjunto de normas menores y más detalladas de la costumbre, de la técnica y de la ética regulan las funciones respectivas en lo que se refiere al tipo, la cantidad y la ejecución de cada actividad diferencial. Esto no significa que la gente no tenga disputas y pleitos sobre si la ejecución y las prerrogativas no han sido infringidas.

Quiere decir antes que nada que semejantes disputas están dentro del dominio del discurso legal o casi legal. Y quiere decir también que la disputa puede arreglarse por la decisión de la autoridad en lugar del arbitrio de la fuerza.

Aquí llegamos al hecho, de que la carta -la ley fundamental ordinaria define siempre la división de autoridad en cada institución. Define también el uso de la fuerza y de la violencia, cuya regulación es en verdad la esencia de lo que llamamos la organización social de un grupo institucionalizado.

La familia patriarcal le da al padre el derecho de gobernar aun haciendo uso de los implementos de la violencia. Bajo el matriarcado el padre tiene que someterse en gran parte a las decisiones e influencias de la familia de su mujer, particularmente del hermano de ella. Dentro de la institución del clan las disputas y las disensiones están estrictamente proscritas, porque el clan en muchas culturas actúa como unidad de solidaridad legal.

Sin embargo, el mito de la perfecta armonía de todos los hombres del clan, ha tenido que disiparse. No obstante, las disputas dentro del clan, son eliminadas rápida y efectivamente por la autoridad centralizada, definida y organizada de que están investidos los líderes y los patriarcas.

El grupo local no solamente tiene el derecho de coordinar las actividades y los intereses económicos de las familias y de los clanes; sino que cuenta también con los medios para reforzar sus decisiones cuando se ha hecho uso de la violencia o hay que prevenirla. La tribu, como el grupo de coordinación más grande, tiene también su carta legal, y cuenta a menudo con algunos medios de ejecución para hacer valer sus decisiones sobre las disputas, los pleitos y los odios dentro del grupo.

Es característico una vez más que la mayoría de los pleitos en las estructuras primitivas ocurren entre las unidades más pequeñas del mismo grupo cultural. Los miembros de dos familias, de dos clanes o de dos grupos locales pueden llegar a las manos. Tenemos ejemplos de esta clase entre los veddas, los aborígenes australianos, y otras tribus más primitivas.

Estos pleitos intertribales son siempre el resultado de la infracción de la ley de la tribu. El miembro de un clan o de una familia es asesinado. Una mujer ha sido seducida o bien se ha cometido un acto de adulterio. Muy rara vez comienza el pleito espontáneo e inmediatamente después de la violación. Porque existen reglas de la ley tribal que definen la manera de como se ha de dirimir la disputa.

El tipo de pleito entre las familias, clanes o grupos locales es convencional, determinado en todos los detalles por las creencias y los elementos de cultura material y por convenios. La conducta colectiva en esos pleitos, y que caracteriza el nivel primitivo de los salvajes, es guiada y controlada en todos sus pasos por factores que pueden ser estudiados únicamente refiriéndonos a su organización social, a sus leyes ordinarias y a las ideas mitológicas, así como también al aparato material de una cultura primitiva.

Cuando existe una fuerte rivalidad entre dos grupos, y cuando esta lleva a un estado general de la mente -generando explosiones frecuentes de cólera y sentimientos de odio sobre divergencias reales de interés encontramos un arreglo en que los pleitos ocasionales no solamente son permitidos, sino organizados especialmente, con el objeto de dar salida a los sentimientos hostiles y restablecer el orden después de que se ha expresado libremente la manera de sentir.

Esta clase de pleitos ocasionales toma a veces una forma pacífica muy pronunciada. Los cantos públicos insultantes, con los que los esquimales arreglan sus diferencias y expresan sus odios, sus agravios o su hostilidad, son ejemplos bien conocidos. En la Europa Central la costumbre de beber y pelear los domingos por la tarde llena la función de un intercambio regulado de insultos, fanfarronerías, algunas veces injuriosas, que dan lugar a accidentes, con lo que los resentimientos acumulados durante la semana buscan su desquite.

Tenemos una buena descripción de estos pleitos reglamentados dentro del grupo de los Kiwai Papuans, entre los polinesios, y entre los indios de la América del Sur. La evidencia antropológica, correctamente interpretada, nos muestra, por tanto, que hay una completa separación entre el hecho psicológico de la pugnacidad y la determinación cultural de los odios y de los pleitos.

La pugnacidad se puede transformar por medio de los factores culturales tales como la propaganda, el temor y la indoctrinarían, en canales de todas clases y aun hasta en los más improbables. Hemos visto el cambio en Francia: la pugnacidad de ayer se cambió de la noche a la mañana en una tibia alianza, y la amistad del más reciente pasado, en un momento dado se convierte en la pugnacidad de mañana.

Se admite, por tanto, la existencia de la materia prima de la pugnacidad. No es de ninguna manera la medula biológica de cualquier tipo de violencia organizada, en el sentido en que encontramos que el sexo es la parte medular de la vida de la familia organizada, que el hombre lo es del comisariado, la evacuación de la instalación sanitaria, o la conservación de la temperatura del cuerpo humano como factor biológico que sirve de centro a los ajustamientos culturales del vestido y de la habitación.

La cólera y la agresividad pueden aparecer casi en cualquier momento en el curso de la cooperación organizada. Su frecuencia disminuye con el tamaño del grupo. Como impulso, la pugnacidad es indefinidamente plástica. Como tipo de conducta puede ser desviada a un número indefinido de motivos culturales.

En todas partes, en todos los niveles de desarrollo y en todos los tipos de cultura, encontramos que los efectos directos de la agresividad son eliminados por la transformación de la pugnacidad en odios colectivos, en políticas tribales o nacionales, que llevan a pleitos organizados y ordenados, pero que previenen cualquier reacción fisiológica de la cólera.

Los seres humanos nunca pelean en gran escala bajo la influencia directa de un impulso agresivo. Combaten y se organizan para ello debido a la tradición tribal, a las enseñanzas de un sistema religioso o a un patriotismo agresivo, puesto que han aprendido ciertos valores culturales que están preparados a defender, y están saturados de ciertos odios colectivos que los hacen estar listos para asaltar y matar. Dado que la pugnacidad está muy extendida y posee una plasticidad indefinida, el verdadero problema no es el eliminarla completamente de la naturaleza humana, sino el de poderla canalizar de manera de hacerla constructiva.

Tomado de http://Notaantrpologica.com/