El descubrimiento de cerebros conservados en el registro arqueológico se considera inusual. Sin embargo, hay miles de casos que desafían la comprensión de su preservación.
El cerebro es el órgano más efímero del cuerpo humano, su descomposición ocurre rápidamente después de la muerte, dejando sólo el cráneo como testigo de su existencia. Encontrar cerebros bien preservados con cientos o miles de años es una rareza en el registro arqueológico aunque los hay. Esta peculiaridad ha intrigado a científicos y arqueólogos, quienes han buscado comprender mejor cómo y por qué algunos cerebros logran resistir el paso del tiempo mientras que otros se desintegran completamente.
El cerebro de 1000 años de antigüedad encontrado en un cementerio de Bélgica. Foto: Alexandra L. Morton-Hayward vía Science.
En un reciente artículo publicado en Proceedings of the Royal Society B, investigadoras documentaron más de 4.400 de cerebros que se conservaron después de la muerte, estos provienen de todos los continentes a excepción de uno: la Antártida. Estos hallazgos, muchos con miles de años de antigüedad, podrían ser la puerta de entrada a información valiosa sobre el pasado humano.
Dentro del registro elaborado, destaca un grupo de 1.300 cebreros que constituyen el único tejido blando conservado entre restos esqueletizados. Aunque se conoce que la deshidratación, la congelación, la saponificación y el bronceado pueden preservar este órgano, ninguno de estos procesos puede explicar lo que sucede con ellos, incluso las investigadoras han considerado que este mecanismo de conservación es «desconocido».
«El descubrimiento de más de 4.400 cerebros humanos conservados, de los cuales más de 1.300 tienen una antigüedad de hasta 12.000 años y se conservan en ausencia de otros tejidos blandos, sugiere que los tejidos nerviosos persisten en una abundancia que ha sido pasada por alto en la literatura arqueológica», mencionan las conclusiones de la investigación.
A la incógnita se suma que los cerebros fueron encontrados en una amplia variedad de sitios sin un patrón en común: tumbas, naufragios, ataúdes de madera y plomo, fosas comunes, entre otros. Además de no compartir sitio de hallazgo, tampoco coinciden las condiciones climáticas.
La antropóloga forense de la Universidad de Oxford Alexandra Morton-Hayward, autora del estudio, explicó que los cerebros conservados de forma desconocida tienen pocos factores en común, aunque ocasionalmente se menciona la presencia de humedad, arcilla y hierro en el entorno funerario. Dependiendo del entorno del entierro, estos pueden ser negros y parecer sedimentos. Algunos pueden ser de color naranja brillante o incluso amarillo, dependiendo del contenido de hierro en el suelo circundante o en el cerebro mismo.
«Se encuentran en túmulos y naufragios hundidos, en el fondo de pozos y en ataúdes de plomo. Conservan su forma y arquitectura microscópica cuando el resto del tejido blando del cuerpo ha desaparecido, lo cual es sorprendente», dijo Morton-Hayward en entrevista con Science.
«Mi creencia, basada en la evidencia, es que es algo particular del sistema nervioso central, debido a la bioquímica única del cerebro. Hay grasas en el cerebro que no se expresan en ningún otro lugar del cuerpo y proteínas que contienen azufre que forman parte del mecanismo de señalización del cerebro. Creo que todo eso se está fusionando para formar un material recalcitrante que puede conservarse durante mucho tiempo», explicó.
El descubrimiento de cerebros conservados en el registro arqueológico se considera inusual. Sin embargo, hay miles de casos que desafían la comprensión de su preservación.
El cerebro es el órgano más efímero del cuerpo humano, su descomposición ocurre rápidamente después de la muerte, dejando sólo el cráneo como testigo de su existencia. Encontrar cerebros bien preservados con cientos o miles de años es una rareza en el registro arqueológico aunque los hay. Esta peculiaridad ha intrigado a científicos y arqueólogos, quienes han buscado comprender mejor cómo y por qué algunos cerebros logran resistir el paso del tiempo mientras que otros se desintegran completamente.
El cerebro de 1000 años de antigüedad encontrado en un cementerio de Bélgica. Foto: Alexandra L. Morton-Hayward vía Science.
En un reciente artículo publicado en Proceedings of the Royal Society B, investigadoras documentaron más de 4.400 de cerebros que se conservaron después de la muerte, estos provienen de todos los continentes a excepción de uno: la Antártida. Estos hallazgos, muchos con miles de años de antigüedad, podrían ser la puerta de entrada a información valiosa sobre el pasado humano.
Dentro del registro elaborado, destaca un grupo de 1.300 cebreros que constituyen el único tejido blando conservado entre restos esqueletizados. Aunque se conoce que la deshidratación, la congelación, la saponificación y el bronceado pueden preservar este órgano, ninguno de estos procesos puede explicar lo que sucede con ellos, incluso las investigadoras han considerado que este mecanismo de conservación es «desconocido».
«El descubrimiento de más de 4.400 cerebros humanos conservados, de los cuales más de 1.300 tienen una antigüedad de hasta 12.000 años y se conservan en ausencia de otros tejidos blandos, sugiere que los tejidos nerviosos persisten en una abundancia que ha sido pasada por alto en la literatura arqueológica», mencionan las conclusiones de la investigación.
A la incógnita se suma que los cerebros fueron encontrados en una amplia variedad de sitios sin un patrón en común: tumbas, naufragios, ataúdes de madera y plomo, fosas comunes, entre otros. Además de no compartir sitio de hallazgo, tampoco coinciden las condiciones climáticas.
La antropóloga forense de la Universidad de Oxford Alexandra Morton-Hayward, autora del estudio, explicó que los cerebros conservados de forma desconocida tienen pocos factores en común, aunque ocasionalmente se menciona la presencia de humedad, arcilla y hierro en el entorno funerario. Dependiendo del entorno del entierro, estos pueden ser negros y parecer sedimentos. Algunos pueden ser de color naranja brillante o incluso amarillo, dependiendo del contenido de hierro en el suelo circundante o en el cerebro mismo.
«Se encuentran en túmulos y naufragios hundidos, en el fondo de pozos y en ataúdes de plomo. Conservan su forma y arquitectura microscópica cuando el resto del tejido blando del cuerpo ha desaparecido, lo cual es sorprendente», dijo Morton-Hayward en entrevista con Science.
«Mi creencia, basada en la evidencia, es que es algo particular del sistema nervioso central, debido a la bioquímica única del cerebro. Hay grasas en el cerebro que no se expresan en ningún otro lugar del cuerpo y proteínas que contienen azufre que forman parte del mecanismo de señalización del cerebro. Creo que todo eso se está fusionando para formar un material recalcitrante que puede conservarse durante mucho tiempo», explicó.
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