La hija predilecta

“Los destinos de Benito Juárez y Porfirio Díaz suelen ser considerados en su divergencia: Benemérito de las Américas uno, sangriento dictador el otro. Sin embargo, ambos hombres comparten más de una coincidencia: ambos se formaron en la misma institución educativa liberal;...

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Jorge Pech Casanova

Los destinos de Benito Juárez y Porfirio Díaz suelen ser considerados en su divergencia: el indígena de Guelatao queda en la historia como Benemérito de las Américas, mientras que el militar oaxaqueño degeneró en dictador. Sin embargo, ambos hombres comparten más de una coincidencia: ambos se formaron en una distinguida institución educativa liberal (el Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca); ambos ocuparon el más alto cargo político, que los transformó en obsesos por el poder; ambos se abandonaron a tentaciones y hábitos dictatoriales; las familias de ambos fueron golpeadas por la fatalidad. 

El trágico destino de cinco de los hijos e hijas que Juárez tuvo con Margarita Maza está documentado en la doliente correspondencia de su esposa, quien le fue noticiando al marido, en el lapso de 1850 a 1865, el deceso de María Guadalupe, Amada, Jerónima Francisca, José María y Antonio. Cinco hijas y un hijo del matrimonio sobrevivieron. 

Por su parte, Porfirio Díaz tuvo menos suerte con su descendencia. De sus ocho hijos e hijas, sólo tres le sobrevivieron. Una hija “natural” y siete hijos reconocidos tuvo el militar. La primera hija de Díaz, Deonicia Amancise de Jesús, la tuvo Porfirio fuera de matrimonio con Rafaela Quiñones, mujer de la que poco se conoce, salvo por unos cuantos datos consignados en Historias del olvido por el biógrafo Carlos Tello Díaz, quien dice que el entonces capitán y la joven Rafaela se conocieron en Huamuxtitlán, Puebla. 

El autor añade que la pareja tuvo una hija “a la que llamaban Amadita” y de la cual Díaz mantuvo la tutela para enviarla a la Escuela Secundaria de Niñas. Tello Díaz agrega que la madre de Amadita empezó a recibir en Huamuxtitlán remesas que el militar le enviaba por conducto del teniente coronel Aniceto López, y que Rafaela siguió recibiendo esos depósitos tras haberse casado. 

Otros investigadores aclararon que Amadita fue bautizada el 8 de abril de 1867, un día después de su nacimiento. Sus medios hermanos Deodato Lucas Porfirio y Luz Aurora Díaz Ortega serían los contados descendientes del general que sobrevivieron a su padre. 

Los niños Porfirio Germán (1868-1870) y Camilo (1869-1870), así como las niñas Laura Delfina (1871-1872) y Victoria Francisca (1880) murieron a muy temprana edad. Excepto por Amada, todos ellos fueron engendrados por Delfina Mariana Ortega Díaz, sobrina y primera esposa del militar, quien tampoco tuvo una larga vida: nació en 1845 y murió a los 35 años de su edad, en 1880. 

Aunque Díaz, ya presidente de la república, se casó en segundas nupcias con María Fabiana Sebastiana Carmen Romero Rubio y Castelló, Carmelita no le dejó descendencia, aunque fue su esposa desde 1881 hasta el fallecimiento del ex dictador en 1915. 

Amada, la hija predilecta de don Porfirio, viviría una larga y accidentada existencia. En 1888 se desposó con el millonario empresario Ignacio de la Torre y Mier, quien esperaba que su casamiento le redituara altos cargos políticos. Sin embargo, como su yerno se daba a notar por su vida licenciosa, Díaz se negó a apoyar su candidatura al gobierno del Estado de México en 1892, dejando que el opositor José Vicente Villada ocupara el puesto. En cambio, el dictador le permitió a su pariente político integrarse a la dirección del Banco de Londres y México, y sólo hasta 1897 logró el millonario ser diputado de la XVI Legislatura durante dos años. 

Amada, por su parte, padecía la ausencia de su marido y sus excesos. Mujer de hondas devociones a la vez que culta, temerosa del qué dirán y un tanto vanidosa (a decir de la autora Pam Romero Pereyra), Amada tuvo que tolerar inclusive que su marido fuese señalado como el número 42 del infame “Baile de los 41”, una fiesta de homosexuales y “vestidas” que terminó con una redada policial el 18 de noviembre de 1901. Las habladurías afirmaban que el licencioso empresario fue discretamente liberado por la policía. Una veintena de los demás detenidos, en cambio, fue enviada a combatir a los mayas rebeldes en las selvas de Yucatán y no se volvió a saber de ellos. 

Los privilegios de la pareja Torre Díaz se mantuvieron hasta 1911, cuando la revolución acabó con el régimen de Porfirio Díaz. Sin embargo, Torre y Mier todavía tuvo tiempo de contribuir a otra dictadura al prestar el automóvil que transportó al depuesto presidente Francisco I. Madero hasta el sitio donde los sicarios de Victoriano Huerta exterminaron al revolucionario junto con el vicepresidente José María Pino Suárez. 

Años después, Venustiano Carranza mandó apresar a Torre y Mier por su complicidad en ese crimen. Lo mantuvo encerrado en la prisión de Lecumberri hasta que las fuerzas convencionistas tomaron la Ciudad de México y Emiliano Zapata se llevó entre sus tropas al empresario. 

En esa etapa se abre un episodio lleno de habladurías e historias inconfirmables: a partir del libro El álbum de Amada Díaz, publicado por Ricardo Orozco en 2003, corre la versión de que Zapata, quien fue caballerango de Torre y Mier, era asimismo amante del millonario. Las habladurías generadas incluyen que Zapata raptó a Ignacio, hasta que lo dejó a merced de la tropa para que lo violaran y humillaran. 

El autor Orozco inclusive narra que Amada se quejó de haber visto a su marido y al caballerango “revolcarse en el establo”, pero no parece haber otra base para ese exabrupto que el profundo resentimiento que Amada sentía hacia su infiel cónyuge. 

La hija preferida del ex dictador visitó a su padre en el exilio en 1913. De esa visita le resultó una depresión que sólo supero después de siete años, a tiempo para afrontar otro drama familiar. 

Ignacio Torre se fugó a Nueva York en 1917. En el hospital Stern intentó tratarse las hemorroides que lo condujeron a la tumba el 1 de abril de 1918. Amada Díaz viuda de Torre —afirma alguna fuente no identificada— tuvo que vender sus propiedades para pagar deudas de Ignacio. Otra fuente sin identificar indica que los carrancistas le devolvieron a Amada algunas de sus propiedades y ella le vendió la Plaza de Toros de la Condesa a Maximino Ávila Camacho, el “hermano incómodo” del presidente Manuel. 

Además, es de suponer que algún apoyo recibió Amada de su cuñada Susana Mariana Estefanía Francisca de Paula del Corazón de Jesús, con la cual residía (según el periodista Alfonso Diez) en la casa número 1 de Plaza de la Reforma, ubicada en la confluencia de las actuales calles de Bucareli-Guerrero, Reforma y Avenida Juárez. Susana, por cierto, se casó con el conde Maxence Melchior Edouard Marie Louis de Polignac y llegó a ser la bisabuela de Rainiero III y tatarabuela de Alberto II de Mónaco. 

La dolida “princesa mexicana” Amada Díaz Quiñones tuvo una larga vida que terminó en 1962, cuando tenía 95 años de edad.

Tomado de https://morfemacero.com/