El laberinto del mundo
José Antonio Lugo
I. La guerra de Cartago
Después de haber sufrido y gozado, de 1852 a 1857, al escribir Madame Bovary, Gustave Flaubert decidió alejarse de la vida contemporánea y buscar en el pasado su fuente de inspiración. Para eso, eligió Cartago y el siglo III d.C., ciudad y época de la que se sabía poco, lo que le permitió dar rienda suelta a su imaginación. Sin embargo, como acostumbraba, se documentó con todos los libros disponibles en su tiempo. Es asombroso el conocimiento del autor sobre razas, animales, rituales, costumbres, hábitos, así como sobre tácticas de guerra.
Si Stendhal se hizo famoso por la descripción de la batalla de Waterloo en su novela La cartuja de Parma, y Tolstoi describió con lujo de detalles mórbidos los efectos de la guerra entre el ejército ruso y el ejército francés en Guerra y Paz, Flaubert no se queda atrás al describir la lucha entre los mercenarios y la ciudad de Cartago: «Algunos se arrancaban sus amuletos, escupían sobre ellos. Los moribundos se revolcaban en el barro ensangrentado mordiendo de rabia sus puños mutilados; y cuarenta y tres samnitas, toda una primavera sagrada, se degollaron entre sí como gladiadores. Pronto faltó leña para las hogueras, las llamas se apagaron, todos los sitios estaban ocupados y, cansados de haber gritado, debilitados, tambaleantes, se durmieron junto a sus hermanos muertos aquellos que se aferraban a la vida llenos de inquietudes, y los demás, deseando no despertarse».
II. Emma Bovary, la lectora
Emma es una mujer que lucha con su alma y con su cuerpo por alejarse de la mediocridad que la rodea, representada por su marido Charles, que es un palurdo. Es incapaz de conformarse con su vida. Debería de haberlo hecho porque, a fin de cuentas, era la hija de un campesino, pero… Emma Bovary leía. Sí, leyó Pablo y Virginia, la novela de Bernardin de Saint Pierre, en la que estos dos amigos descubren el amor y luego son víctimas de la catástrofe. Esa novela y otras –las novelas rosas de su tiempo– alimentaron la imaginación de Emma. Don Quijote, el personaje de Cervantes, leía ávidamente las novelas de caballerías. ¿Qué es un lector sino alguien que crea un universo simbólico que se apodera de él –o ella–, al grado de lograr que desprecie la realidad o, en caso extremo, se disocie de la misma?
III. Salammbô, lectora de símbolos
Salammbô también lee, aunque no estemos hablando de libros. En su caso, se trata de la fantasmagoría del zodiaco: «Le exponía la teoría de las almas que descienden a la tierra, siguiendo la misma ruta que el sol por los signos del zodiaco. Con su brazo extendido mostraba en Aries la puerta de la generación humana, en Capricornio, la del regreso hacia los Dioses; y Salammbô se esforzaba por divisarlas, pues tomaba esas concepciones por realidades; aceptaba como verdaderos en sí mismos puros símbolos, y hasta expresiones del lenguaje, distinción que tampoco era siempre muy clara para el sacerdote».
IV. Una épica simbólica
Salammbô es una novela épica. Más allá de la lucha entre cartagineses y sus enemigos, lo que nos muestra Flaubert es una lucha entre símbolos. La hija de Amílcar –Salammbô– ha sido la custodia del manto sagrado que representa a la diosa Tanit, contra quien lucha Moloch, y al final triunfa: «Los cartagineses no habían regresado a sus casas cuando las nubes se amontonaron; los que alzaban la cabeza hacia el coloso sintieron sobre su frente gruesas gotas, y cayó la lluvia. Cayó toda la noche, en abundancia, a raudales; el trueno retumbaba; era la voz de Moloch; había vencido a Tanit; y, ahora, fecundada, ella abría desde lo alto del cielo su vasto seno».
Flaubert, como los escritores de su generación, se vió fascinado por África y sus arenas. De joven, con Maxime de Camp, viajó a Egipto –donde surgió el proyecto de hacer una novela oriental–. Preparando Salammbô, viajó a Túnez a documentarse. Como hemos visto, en esta novela no le interesaba tanto el realismo, sino, sobre una base realista, crear una épica simbólica, en la que su heroína seduce con su poder femenino y, al final, muere en el momento de su matrimonio: «Salammbô se levantó como su esposo, con una copa en la mano, para beber también. Cayó con la cabeza hacia atrás, por encima del respaldo del trono, lívida, rígida, con los labios abiertos –sus cabellos sueltos pendían hasta el suelo. Así murió la hija de Amílcar por haber tocado el manto de Tanit».
Emma y Salammbô son dos grandes personajes de la literatura universal, cada una con un final trágico, que refleja la desesperanza de Flaubert sobre lo humano. También Flaubert encontraba mediocre su entorno y su época. Escribir, vivir «la orgía perpetua» de la pluma sobre el papel, fue su manera de evitar la neurosis del tedio, de vivir una vida simbólica –como sus grandes personajes femeninos–.
Tomado de https://morfemacero.com/
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