Colaboraciones
Kurt Hackbarth
Octubre en Oaxaca es un rico periodo de transición: al principio del mes todavía podría llover mientras que al final llegan las flores de cempasúchil y los vientos de los muertos. Justo en medio de este proceso de cambio llega, cada año, la mal llamada Feria Internacional del Libro de Oaxaca (FILO).
Más que una feria, la FILO representa un jugoso negocio para una empresa: Almadía/Fondo Ventura. Este año, según los mismos organizadores, alrededor del 65% de los ocho millones de presupuesto provendrá de los tres niveles de gobierno: del federal a través de la convocatoria Apoyo a Festivales Culturales y Artísticos (PROFEST), del gobierno del estado e incluso del municipio. Es decir que los contribuyentes oaxaqueños estarán aportando a la feria no sólo a través de su ISR e IVA, sino también por medio de su tenencia y predial. Dado todo eso, claro que habrá facilidades para que los libreros, las editoriales, y los y las escritores no alineados a Almadía participen; ¿según el nombre, es su feria, después de todo? No, señor. Como en todos los años, la vasta mayoría de los oaxaqueños tiene una sola opción: financiar la feria –incluyendo el fiestón privado y la barra libre VIP en el segundo piso del Centro de Convenciones– y callarse.
El 21 de septiembre, señalé en Facebook un dato sencillo pero iluminador: que una editorial independiente podrá participar en la Feria del Libro del Zócalo de CDMX a un costo de $2,600 pesos por stand. A manera de comparación, un stand en la FILO Oaxaca para las mismas fechas (incluso un día menos) costará $17,000 pesos: es decir, *6.5 veces más*. Y para una fracción del público comparada con el que asistirá al Zócalo. Noté, a continuación, que este tipo de precios tiene todos los efectos esperados: crea una barrera infranqueable para las iniciativas locales, homogeneiza la oferta de libros al cerrarle la puerta a editoriales con contenidos diversos y, finalmente, aumenta el «efecto embudo» de canalizar millones en financiamiento público a Almadía-Fondo Ventura, irónicamente, para que sigan aumentando sus operaciones en España. Con razón, concluí, tantos proveedores salieron tan inconformes de la feria el año pasado.
A raíz de eso, los organizadores se pusieron en modo control de daños. Al día siguiente recibimos un mensaje de Vania Reséndiz, directora de la FILO, prometiendo a la brevedad una “propuesta para presencia de sus títulos”. A los pocos días, varios recibimos un correo con la tal propuesta. Dejó, a decir poco, bastante que desear. La FILO estaba ofreciendo un stand –uno– a todas las editoriales y librerías independientes. Uno solo, como si fuéramos un chorizo para embutirnos a todos juntos, sin siquiera una mesa para hablar de nuestra obra (la mesa sobre “edición independiente”, usted ve, ya estaba ocupada por representantes de Argentina, Chile y por supuesto, Guillermo Quijas, director de Almadía). Física y literalmente, fue lo mínimo absoluto que pudieron haber hecho.
Pero finalmente, éste es el tipo de oferta que puede permitirse una empresa que goza de una posición cuasi-monopólica en su mercado. La Proveedora Escolar, de donde surgió Almadía, controla casi todo el negocio de papelería en el estado, público y privado. Y como cualquier otro monopolio, aprovecha su posición preponderante para crear barreras a la entrada de otras iniciativas: en el caso de la FILO, por medio del cobro excesivo de los stands, la exclusión de las mesas y una perversa campaña de relaciones públicas con la que intentan etiquetarse a ellos mismos como la “resistencia”.
Ante eso, una sana política pública debería esforzarse en crear algo semejante a una igualdad de condiciones o –como mínimo absoluto– no agravar la desigualdad imperante. En lugar de eso, año con año, tanto federación como estado como municipio se empecinan en subvencionar la empresa oaxaqueña que menos lo necesita. ¿Y con qué resultados? ¿Cuánto ha subido el nivel de lectura del pueblo oaxaqueño debido al gasto multimillonario de la FILO, con todos sus lujos para unos cuantos? ¿Cuánto ha subido el promedio de libros leídos en un año? ¿El nivel de comprensión lectora y redacción en las escuelas? No se puede saber porque ni siquiera hay mediciones a cambio de tanto desembolso; sólo la repetición mecánica anual de una política incuestionada e incuestionable. Mientras tanto, las pocas librerías en Oaxaca viven al margen y al día, sin apoyos y sin siquiera poder participar genuinamente en la feria que ostenta su nombre y se beneficia de sus impuestos. Justo esta semana supimos que la excelente librería Arámburu, que tiene una oferta única de psicología, filosofía asiática, literatura y más, se verá obligado a cambiar de ubicación y replantearse el modelo de negocio porque sencillamente no puede en las condiciones existentes. Y como Arámburu, Chejov’s y otros nombres a lo largo de los años. Al mismo tiempo, cada año la misma FILO luce cada vez más desangelada, cada vez más abandonada. El modelo se ha agotado y el público lo intuye.
Si la Proveedora/Almadía/Fondo Ventura quiere hacer su propia feria con su propio dinero, que ponga las reglas que quiera. Pero en cuanto hay dinero público de por medio, y no poco, existen otras obligaciones, entre ellas, las de ser abierto, inclusivo y transparente. Hay otras maneras de hacer cultura, otras maneras de diseñar políticas públicas, otras maneras más eficaces de acercar el placer de la lectura al público. Hay otras maneras, finalmente, de usar el dinero que se destina a la FILO. Sólo falta visualizarlas.
Tomado de https://morfemacero.com/
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