La figura del pregonero (y otras formas de comunicación perdidas)

La figura del pregonero (y otras formas de comunicación perdidas)

Tomado de Ethic.es

Hubo un tiempo en que las noticias no viajaban a través de cables ni se difundían al instante por una pantalla. Antes de la prensa escrita, la radio y las redes sociales, las sociedades se organizaban mediante formas de comunicación que, en su momento, fueron fundamentales para el tejido social. Una de las figuras más emblemáticas en este contexto fue la del pregonero: un hombre (casi siempre) que recorría las calles a golpe de campana anunciando las últimas disposiciones del poder, los sucesos más relevantes o los productos en venta. En el siglo XXI, su recuerdo sobrevive apenas en fiestas populares y recreaciones históricas. Pero ¿qué otras formas de comunicación se han perdido o están en riesgo de hacerlo? ¿Qué nos dice esto sobre cómo evoluciona nuestra forma de estar en el mundo?

La labor del pregonero era esencial, pero también un acto teatral. Era el noticiero, el altavoz del poder y el mensajero de la comunidad. Su desaparición no fue abrupta: se diluyó lentamente con la llegada de otros medios, más eficientes y menos dependientes de la voz humana.

Sus raíces son muy antiguas: van desde la Grecia clásica hasta la Edad Media en Europa. Era una figura a medio camino entre lo oficial y lo popular. Nombrado por el concejo o por el señor feudal, su labor consistía en hacer llegar las disposiciones legales, las sentencias judiciales, los bandos municipales o los eventos festivos a una población mayoritariamente analfabeta. En muchos casos, era también quien daba voz a los mercados, anunciando los productos del día o informando sobre objetos perdidos.

Su eficacia dependía de la información que esparcía, pero también de su carisma. Tenía algo de poeta, de actor, de cronista y de heraldo. Con su desaparición, también se apagó una forma de relación directa y corporal con la información.

El pregonero era el noticiero, el altavoz del poder y el mensajero de la comunidad

Antes de los pregoneros (y en paralelo a ellos), existieron otras formas de transmitir mensajes que hoy nos parecen, como poco, improbables. Las palomas mensajeras, por ejemplo, fueron durante siglos un medio fiable para enviar comunicados urgentes en tiempos de guerra.

El sistema de postas del Imperio Persa o el cursus publicus romano permitía transportar mensajes a grandes distancias mediante relevos de caballos y jinetes entrenados.

En muchas culturas africanas, los tambores eran capaces de transmitir mensajes codificados entre aldeas distantes, aprovechando la resonancia de su sonido.

En regiones andinas, los quipus y los chasquis formaban parte de una red compleja de mensajeros que llevaban la información oral y contable. Estos sistemas no solo eran ingeniosos: también estaban profundamente integrados en la organización social y simbólica de las comunidades.

En el Imperio Persa, se transportaban mensajes mediante relevos de caballos

Durante siglos, la información también circuló por los muros, con carteles clavados en lugares estratégicos, inscripciones efímeras o pintadas. Es de sobra conocido que en la Roma antigua, los muros servían para anunciar desde espectáculos hasta proclamas políticas. En la Edad Moderna, los bandos se colgaban en las plazas o se leían en voz alta. Muchos de estos formatos sobrevivieron hasta bien entrado el siglo XX, cuando todavía se encontraban tablones de anuncios en los pueblos, o músicos que llevaban la crónica cantada de los sucesos del día.

Estos sistemas eran comunicación efímera, inmediata y pública. En cierto modo, podría decirse que el muro de Facebook o el feed de X o TikTok son sus herederos digitales: espacios de mensajes breves y muchas veces olvidados rápidamente. La gran diferencia es que aquellos mensajes antiguos partían de un emisor conocido y presente, mientras que hoy la autoría se diluye en algoritmos y cuentas anónimas.

El valor perdido de la oralidad

Una de las grandes transformaciones en la historia de la comunicación ha sido el paso de lo oral a lo escrito (y luego a lo digital). Con ello se ha ganado inmediatez, archivo, capacidad de difusión. Pero también hemos perdido ciertas cualidades propias de la comunicación oral: la modulación emocional, el contacto humano, la posibilidad de la improvisación y el matiz.

El pregonero, como figura oral, no solo transmitía un mensaje: lo interpretaba. Su entonación, su presencia física y su forma de dirigirse al público influían en la manera en que se recibía la información. Hoy, muchos de nuestros mensajes más importantes se reducen a un correo electrónico, una notificación o un mensaje de texto que, por su propia naturaleza, corren el riesgo de deshumanizar la comunicación.

Detrás de todas estas formas de comunicación perdidas hay una verdad fundamental: comunicar es transmitir datos, pero también crear y tejer vínculos humanos. Las formas antiguas de comunicación implicaban presencia, escucha y atención compartida. El pregonero necesitaba que la gente se detuviera, escuchara y reaccionara. El tambor requería códigos compartidos. El mural implicaba tiempo y espacio común.

Tomado de Ethic.es