La epifanía de Hermógenes

“Alentado por la novela póstuma Bouvard y Pécuchet de Gustave Flaubert, Fernando Solana emprende la escritura de un texto híbrido y erudito que hila el encuentro de la ciudad de Oaxaca con sus cronistas, historiadores y críticos, con personajes imaginarios, echando...

Araceli Mancilla Zayas

¿Qué provoca la ciudad de Oaxaca en quienes la viven?

     No eran el licenciado Zárate ni el comerciante Hermógenes Suárez los culpables de la “la molicie del hastío” que ambos compartían. Era Oaxaca. Pero no se les tome a mal este sentimiento, en apariencia negativo. Oaxaca es una ciudad de finales de los años veinte del siglo pasado y algunos más, que estos personajes, cómplices pintorescos, van desmenuzando con anécdotas y comentarios crecidos en interés y complejidad intelectual conforme avanzan los once capítulos que integran El tedio de Hermógenes (1450 Ediciones, 2ª edición, Oaxaca, 2023). 

     La molicie del hastío que sufren se debe al exceso. Oaxaca es un espacio donde los dos amigos viven en un presente que encuentra presencia en el pasado y se proyecta al futuro. Porque en el alma existen las tres cosas, se dice en este libro, citando a san Agustín. La ciudad es tiempo que va dando carácter al lugar con acontecimientos, personajes, formas de ser, construcciones históricas, desaveniencias, acuerdos y valores entendidos. Oaxaca es en sí misma un personaje que impone su cuerpo y espíritu milenario a Hermógenes Suárez y al licenciado Zárate. La presencia de la ciudad los rebasa en un éxtasis. A estos dos compañeros de disertación no les queda más que rendirle culto, contemplarla, vivirla, sufrirla y tratar de descifrar sus misterios, sus razones para ser como es.

   Alentado por la novela póstuma Bouvard y Pécuchet,de Gustave Flaubert, Fernando Solana emprende la escritura de este texto híbrido y erudito que hila el encuentro de la ciudad de Oaxaca con sus cronistas, historiadores y críticos más agudos, echando mano de un tono sarcástico

    Francisco de Afrojín, sacerdote viajero del siglo XVIII, inicia el entramado de voces que hablan de ella, pasando por Manuel Toussaint, el padre José Antonio Gay, Charles Etienne Brasseur o los escritores D.H. Lawrence, Italo Calvino y Malcolm Lowry, entre muchos más. La ciudad y sus circunstancias, su posición como un pequeño territorio novohispano, primero, y luego población de belleza y sabor colonial singulares, se nos muestra compleja y, por momentos, inescrutable. 

    La forma que ha escogido el autor para mostrarnos Oaxaca la enlaza a su historia, incluso a la prehispánica, a través del diálogo entre el licenciado Zárate y Hermógenes Suárez, pero también entre éste y su futura esposa, la perspicaz Catalina Ochoterena Mori.

     Entre los diálogos directos de estos personajes se inserta la voz de un narrador que muestra lo que dijeron algunos visitantes ilustres sobre Oaxaca, sea porque estuvieron de paso en ella, o porque la vivieron en el entorno de situaciones específicas, como en el caso del fotógrafo francés Désire Charnay, quien estuvo en la ciudad a mediados del siglo XIX, durante siete meses, o el músico oaxaqueño Juan Matías, maestro de capilla de la Catedral en el siglo XVII. 

     Esta voz narrativa expone sus ideas, ensaya posibilidades y da opiniones a partir de lo que revelan las cartas, diarios y crónicas a que alude, a la vez que maneja diversos espacios temporales. Con este trasfondo crecen en consistencia las disertaciones de Hermógenes y el licenciado Zárate y las de la propia Catalina.

     Es admirable la cantidad de asuntos de los que se entera el lector alrededor de temas diversos como la llegada del chocolate a Mesoamérica; el inicio de la fotografía de monumentos y sitios arqueológicos en México; el manejo de las plantas de conocimiento, en particular de los hongos psicoactivos, utilizados con sabiduría por la chamana María Sabina; la intoducción de oficios como el de panadero, o la  huella del mezcal, “luna caústica” que atrajo sin remedio a Malcolm Lowry y lo instaló en la noche de Oaxaca y en la cárcel mexicana.

     Vemos pasar, en el dramatismo de una procesión solitaria a plena luz del día, la política episcopal que logró derrotar a las órdenes dominica, franciscana y agustina, “las órdenes religiosas que habían erigido la arquitectura, las artes, los oficios y el espíritu del pueblo de Oaxaca, transmitiéndole conocimientos civilizatorios, de raíces utópicas e igualitarias ante César y ante Dios”, nos dice el narrador. El suceso ocurrió en 1627.

     En este libro se entera uno de que los muñecos de calenda, tan tradicionales y folclorizados en el presente, fueron invención del obispo Montaño y Aarón al disponer la creación de estos gigantes, esculturas representativas de las varias razas humanas, para hacerlos bailar en la procesión del Corpus. Se destinaron a este fin desde 1741.

    En El tedio de Hermógenes hay macro y microhistoria. Los conflictos que se presentan tienen hondas raíces filosóficas y sociales. Han atravesado los siglos y perviven, transformados, en el presente. Es el caso de la actitud racista que traslucen las opiniones de D.H. Lawrence sobre la gente de Oaxaca. Algo que sucedió a principios del siglo XX en el encuentro de un escritor colocado entre los grandes de la literatura universal con la ciudad, deja ver lo relevante que es la creación de nuevas narrativas e interpretaciones de la realidad de Oaxaca, a la luz de un conocimiento profundo de las identidades, formas de vida y maneras de pensar que conviven en ella.

       Uno de los episodios más inquietantes del libro trae a colación la famosa reunión de teólogos y consejeros de Carlos V, encabezada a mediados del siglo XVI por Bartolomé de Las Casas y Juan Ginés de Sepúlveda, para debatir sobre la humanidad de los habitantes de estas tierras, a quienes los conquistadores llamaron desde entonces, por un error geopolítico, indios. La visión prevaleciente en los hechos fue la de considerar a la población designada con ese nombre como no del todo humana y someterla a esclavitud; sirvió para inferiorizarla, discriminarla y mejor explotarla durante los siglos subsecuentes. 

    Los daños y efectos de tal política colonial persisten. Las muchas maneras sutiles y no tanto en que el racismo y el clasismo se expresan hasta el día de hoy se hacen visibles en El tedio de Hermógenes y reafirman que el camino para expulsar de nuestro lenguaje las palabras indio e indígena debe continuar abierto en las discusiones actuales. 

     El capítulo “Zaratustra en los portales” es especialmente conmovedor. Las cartas inteligentes y nobles de Juan Matías, la preciosa disertación que entabla con Antonio de Membrilla sobre forma y fondo en el arte, así como la ilusión de apresar el mar con música, dejan resonancias poéticas. Fernando Solana logra crear con gran belleza las palabras que sin duda hubiera podido decir el notable músico a interlocutores que en realidad son imaginarios.

   ¿Qué provoca la ciudad de Oaxaca?: El tedio de Hermógenes es un largo y amoroso viaje por su historia desde la búsqueda, la imaginación y la fantasía de un hijo ausente que no la olvida.

Tomado de https://morfemacero.com/