Nada se salvó del oleaje destructivo de la pandemia. No se salvó la cultura, ni se salvó la elaboración de políticas públicas, ni, tristemente, la educación. México, claramente, no estaba listo. De acuerdo con un reporte del Banco Mundial, en América Latina y el Caribe nos enfrentamos a un nivel de deserción escolar del 20% o más (para septiembre de 2020, la SEP ya había admitido que la deserción escolar en México rondaba el 10%.) Pero no nos demos el lujo de ignorar lo evidente: el sistema educativo de México ya estaba tullido desde antes de la pandemia. El covid no es excusa, ni lo es, tampoco, el hecho de que México es México.
México es un país lleno de recursos y de oportunidades, sí. Y México, pobrecito México, es un país tullido por la corrupción, casi tercermundista, y poco modernizado. Bla, bla, bla. Mientras tanto, nuestro sistema educativo languidece, siendo insuficiente, desigual, y paupérrimo por momentos. Estos dos discursos sobre el potencial y las limitaciones de México suenan todo el tiempo en nuestra cultura, y, a pesar de que suenan opuestos, en realidad son amigos. Que México es una mezcla de culturas infinitamente valiosa, y que posee recursos abundantes y únicos en el mundo, es cierto. Y que México es un país con problemas estructurales que abarcan toda su cultura, y que ni se acerca al poderío de las superpotencias, también es cierto. Estas dos ideas juntas son, nada menos, que la concepción del país como un diamante en bruto. Son, también, una excusa que, hemos tomado como nación para darnos un pase libre ante nuestra lentitud al modernizarnos, ante nuestra cautela y falta de ambición No importa el potencial de la nación, ni importa si este está muy, o poco desaprovechado, sino que México debe tomar la responsabilidad de su propio destino.
Por supuesto, la crisis que enfrenta el mundo tiene una complejidad que era inestimable antes de que surgiera, y es obvio que las cosas no iban a salir a la perfección. Sin embargo, que sea imposible superar las pruebas de la vida a la perfección, no significa que no debamos intentarlo, y en ese sentido, el covid no es diferente de la corrupción, ni de la falta de recursos. Pero nuestra reacción como nación debe ser fervorosa y veloz, comprometida.
Ante la imposibilidad de brindar educación a distancia, hay que preguntarnos, ¿qué haremos con los mexicanos que conforman ese 30% de la población que no tiene acceso al internet? Y queda todavía la cuestión de la literacidad digital (a falta de mejores palabras.) Si, para empezar, miembros de la CNTE se han opuesto, durante años, al condicionamiento de las posiciones de los profesores a que estos superen exámenes de aptitud ¿qué podemos esperar, ahora que es necesario dominar no solo la educación tradicional, sino también la mixta? Nada. No podemos esperar nada, pero sí debemos exigirnos todo.
Lewis Carroll escribió que “hay que correr tan rápido como uno pueda, solo para quedarse donde está parado.” Es una frase que espero que nos quite el sueño a los mexicanos. Nuestro sistema educativo tiene que dar saltos a la velocidad de la luz para mantenerse al corriente. La necesidad de un sistema educativo que domine el ámbito digital tanto como el virtual no desaparecerá cuando termine la pandemia. Los alumnos necesitan tanto la convivencia y la sensibilización que les provee la educación presencial como el infinito mar de información que hay en el ámbito digital. Antes que todo lo demás debe venir la educación, la herramienta más poderosa que existe para producir cambios duraderos.
Y sí, es cierto, este artículo bien podría versar sobre cualquier otro tema. Que así sea, a final de cuentas, he tomado la educación porque es un mecanismo excelente para provocar cambios permanentes en la estructura de un país. Pero la misma exhortación vale para todos y cada uno de los ámbitos, con tal de acabar con el mito expiatorio de que México es un diamante en bruto.
La situación es angustiante, sin duda. Por ello mismo, hay que buscar el único remedio que nos queda: la ambición. No pensemos ya en la tragedia de México. Esa será tarea de los que hablan y hablan y hablan. Es momento de ser de los que hacen, y comenzar a ver a México como un reto.
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