La desolada grandeza de Q Lazzarus

La desolada grandeza de Q Lazzarus

Tomado de https://letraslibres.com/
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Joyce Carol Oates escribió, en un tuit del 21 de diciembre de 2023, “Qué triste que cuando Scott Fitzgerald murió todos sus libros estaban agotados y no tuviera idea de la fama póstuma que le aguardaba”. Claro que es triste que Scott muriera pensando que había fracasado y, al mismo tiempo, parece una cruel ironía que a los pocos años de su muerte, gracias a la edición que el ejército estadounidense publicó en 1944, comenzara a rodar la gran bola de nieve que convertiría a El gran Gatsby en una de las novelas más célebres de la literatura norteamericana y del siglo XX. Más tristes son los casos de quienes escucharon el llamado del arte y sus esfuerzos y obras no causaron resonancia.

Nacida en una pequeña población de Nueva Jersey, Diane Luckey (1960-2022) descubrió desde niña su vocación y tras cantar en el coro de su iglesia, al cumplir 18 años decidió cumplir su sueño de actuar en Broadway o convertirse en cantante de rock y emigró a la vecina Nueva York. Sus inicios fueron promisorios: trabajaba como corista y escritora de estribillos publicitarios y lideraba su propia banda: Q Lazzarus and the Resurrection. Un director de videoclips que sería uno de los grandes directores de su generación incluyó en sus películas varias canciones de ella … Cualquiera diría que Luckey era afortunada. Desdichadamente, la única suerte que disfrutó fue la de su apellido.

El sino trágico incita a parafrasear el título de la conocida tragedia del Duque de Rivas: “Q Lazzarus o la fuerza del sino”. En efecto, su vida parece marcada por el diseño del destino. Por ejemplo, los encuentros con los cineastas decisivos para su trayectoria. Una madrugada de 1985 –en unreportaje de The New York Times se da la fecha de 1986, pero es errónea por los datos que expongo a continuación–, conoció a Jonathan Demme. Según contó en una entrevista, al terminar la mezcla final del video de“Sun city”, la canción escrita por Steven Van Zandt en protesta contra el apartheid en 1985, solicitó un taxi y la conductora, tras preguntarle si trabajaba en la industria musical, reprodujo en el tocacintas del auto un demo con su música. Fascinado, Demme le entregó su tarjeta al término del viaje. Ella no desperdició la oportunidad y así aparecieron “The candle goes away” en Something wild (1986) y “Goodbye horses” en Casada con la mafia (1988) y, más memorablemente, en El silencio de los inocentes (1991); todas, dirigidas por Demme. Además, la invitó a efectuar un cameo en Filadelfia (1993), en la que interpreta una versión de “Heaven” de los Talking Heads; actuación que repitió en el estreno de la película, aunque, para infortunio de la artista, no fue incluida en el disco con la banda sonora.

Treinta y tres años después –cifra sugestiva para el creyente de la numerología–, en 2019, la cantante, retirada desde hacía más de dos décadas de la vida pública, conoció a la directora que sería clave para su legado: Eva Aridjis Fuentes, documentalista y directora de ficción oriunda de México, pero educada en Estados Unidos y avecindada en Nueva York desde los noventa. La cineasta, apremiada por llegar a una cita en el Soho, solicitó un vehículo por aplicación. Nuevamente, el enlace lo otorgó la música, pues la estrafalaria conductora tocaba Harvest, el álbum quintaesencial de Neil Young, en su reproductor de CD, primer indicio de que se trataba de una persona singular, ya que los taxistas suelen sintonizar la radio. Tras entonar ambas al unísono “Heart of gold” –para los amantes de la sincronicidad, anoto una coincidencia más: Demme filmó en 2006 un documental intitulado Neil Young: Heart of gold; pareciera que desde ultratumba el cineasta continúo velando por Q–, Eva, quien había observado atentamente por el retrovisor a la conductora, de lentes oscuros y con turbante, le preguntó si había visto actuar a Q Lazzarus. Denegó, aunque admitió haber oído de ella. Al concluir el viaje, mientras su pasajera se apeaba, le tendió la mano: “Gusto en conocerte, Eva, soy Q”. Ciertamente no añadió, como el comandante francés de Casablanca, que esperaba que fuera el inicio de una bonita amistad; sin embargo, tras ese encuentro, se forjó una relación entrañable y una sociedad creativa entre la mexicana –quien, en sus mocedades, fue una pinchadiscos aficionada que solía incluir en su lista “Goodbye horses”– y la enigmática cantante.

André Breton acuñó el concepto de azar objetivo (hasard objectif) para explicar coincidencias significativas que parecen guiadas por el destino. Para el profeta del surrealismo, estas no eran casualidades, sino manifestaciones que indican un significado profundo, como si el universo inspirara una verdad esencial. Gracias a Demme, “Goodbye horses”, el único tema que Q Lazzarus publicó en vida, trascendió su época y llegó hasta nuestros días, cautivando a cada generación a través de nuevas versiones. Ahora Aridjis Fuentes no solo resuelve el misterio de su desaparición pública, sino también revela la verdadera identidad de la mujer y la artista en Adiós caballos: las muchas vidas de Q Lazzarus (E.U. – México,2024). Encuentros inesperados que parecerían truculentos en una obra de ficción –a menos que sea Nadja–, pero cuya serendipia vuelve más impactante la vida de la protagonista y le otorga un relieve simbólico.

El primer acierto de la cineasta es presentarnos a Diane Luckey. Como sucedería con alguien a quien empezamos a tratar, la conocemos gradualmente, desde sus primeros años hasta su incursión en la escena musical de Nueva York y Londres a finales de la década de los ochenta; una época difícil para la música, pues se trata de un auténtico interregno marcado por el declive del synth-pop, el post punk, el neosoul, mientras que las subculturas y tendencias musicales que relevarían esos estilos aún estaban en ciernes: el house, el rave, el brit-pop y el grunge. Este tratamiento intimista cumple un objetivo dual: por una parte, aclarar los hechos, pues poco se sabía de Q –incluso su nombre, apellido y origen se asentaban confusamente en la prensa especializada–; por la otra, el espectador conoce a la persona tras la artista: se forma una relación cercana y al familiarizarnos, la comprendemos. Así, al principio, son pocos los testimonios y se reserva la información sobre los acontecimientos posteriores, con lo que se mantiene el misterio que rodeó esta vida. No es únicamente un perfil biográfico, un propósito que todo documentalista debería imponerse, sino un acercamiento humano.

Con la preponderancia del destino, la cinta parecía destinada a convertirse en una apoteósica biopic en el que la protagonista regresaría auténticamente del limbo para, finalmente, grabar un álbum y retomar su carrera. Como el bíblico Lázaro, a la desaparición de Q Lazzarus seguiría la resurrección. ¿Habría sido este uno de los títulos que por entonces tendría en mente Aridjis Fuentes?

Lamentablemente, Diane Luckey murió el 19 de julio de 2022, pasados los peores meses de la pandemia, tras haber caído de una escalera, lesionarse e ir al hospital público, donde contrajo una sepsis que no fue tratada adecuadamente. Cancelada la posibilidad de un final feliz, sin un concierto como acto culminante del estreno y la promoción, la directora debió replantearse.

Esta transformación obligada entrañó méritos. Concebida como una reivindicación que cumplía los preceptos del manual del buen guionista –representar el sufrimiento de un artista para, en el desenlace, satisfacer las expectativas del público con el éxito y el reconocimiento–, la película súbitamente había virado hacia la tragedia; un relato que en vez de resaltar el triunfo del espíritu parecía determinado por una cruel ironía. El gran logro de la directora es impedir que el registro concluya, precisamente, en tragedia y, en cambio, ofrecer un retrato conmovedor.

Sagazmente, Eva une lo que parecieran dos cintas distintas. El tono del principio es alegre. Luckey luce feliz por la oportunidad de contar su vida, aclarar rumores y, eventualmente, retomar su carrera. Sin embargo, tras ahondar en las confesiones, cuando invita al espectador a asomarse al foso donde yacen enterradas las experiencias desagradables, la película adopta un cariz sombrío. Ya no es festiva ni cómica ni exuberante. Por el contrario, se torna oscura, borrosa y lúgubre; en gran medida por las citas visuales; los registros fílmicos y en video de la época. Ese cariz no es deliberado, sino impuesto por la vida de la protagonista en los noventa, cuando vivió en la calle, víctima de las drogas. Sin embargo, a medida que nos acercamos al presente, la perspectiva cambia al aclarar los años en la oscuridad: Luckey superó su adicción; se casó; cuidó de su hijo y, aunque se olvidó de la música, no vivió lamentándose. Ese es el mérito de Aridjis Fuentes: haber editado y resuelto el relato sutilmente, sin que se advierta la transición, con la serenidad con que Luckey dejó de soñar con el éxito para concentrarse en su familia y descubrir que la dicha no residía en los escenarios sino en la armonía hogareña.

La decisión estética más importante en el replanteamiento es que la directora se incluyó entre los personajes; una decisión que otros documentalistas habrían evitado. Y ello convierte esta pieza de no ficción en un testimonio al revelarnos por qué Fuentes Aridjis reconoció en la conductora del vehículo de alquiler a la oscura cantante de la que pocos sabían y a la que nadie había visto en más de veintipico años. Únicamente una fan habría conectado los indicios: la majestuosidad de la voz, el dato de que vivía en Staten Island. Y con esta confesión, con este elemento autobiográfico que rompe las reglas del documentalista, la autora termina refrendando la idea del destino.

Fitzgerald escribió un poema que para muchos podría considerarse su epitafio –de hecho, una biografía recién publicada toma su título de estos versos:

Your books were in your desk
I guess and some unfinished chaos in your head
Was dumped to nothing by the great janitress of destinies.

(Tus libros estaban en tu escritorio, supongo,
y la gran portera de los destinos
arrojó a la nada el inconcluso caos que tenías en tu cabeza).

Gracias a la guardiana del templo del destino, el inconcluso caos de Q Lazzarus no terminará arrojado al vacío; gracias a que la cineasta solicitó un vehículo por aplicación y detonó una serie de acontecimientos que habrían fascinado al Lyotard de De la seducción –esa trama serendipítica se menciona en el filme, pero Aridjis Fuentes la cuenta con más detalle en una entrevista con Interview–, Adiós caballos: las muchas vidas de Q Lazzarus (Goodbye horses: the many lives of Q Lazzarus) se convierte en la auténtica resurrección de Q Lazzarus hacia la vida eterna de la fama y el reconocimiento póstumos. Finalmente, tenemos un álbum de la enigmática artista de culto, cuya música permaneció inédita durante décadas. Aridjis Fuentes es la Boswell de Q Lazzarus: con este documental, además de situar a Q Lazzarus como cantante, asegura la permanencia de su legado. ~

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