diciembre 3, 2024

LA CULTURA PARLAMENTARIA DEMOCRÁTICA

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Eduardo de Jesús Castellanos Hernández

El 1 de septiembre próximo se inicia la LXV Legislatura del Congreso de la Unión. El número de las legislaturas federales -y también el de las locales, en el caso de los estados de la federación que para entonces ya existían como tales-, curiosamente, parte de la vigencia de la Constitución de 1857.

La razón de la numeración de las legislaturas desde 1857 es muy sencilla: extrañamente -pues habían derrocado con éxito al antiguo régimen-, el Congreso Constituyente de 1917 fue convocado por los revolucionarios -supuestos herederos de la causa de don Francisco I. Madero y triunfadores militares en contra del general golpista Victoriano Huerta- para reformar la Constitución de 1857, no para expedir una nueva Constitución.

Los libros de historia constitucional mexicana, y la mayor parte de las ediciones de la Constitución vigente, claramente señalan que el decreto expedido por el C. Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de los Estados Unidos Mexicanos, Venustiano Carranza, menciona: “Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, que reforma la de 5 de febrero de 1857”.

La explicación que puede darse para mantener la continuidad de dicha numeración es que don Francisco I. Madero llegó a la presidencia de la república por la vía electoral, conforme a las disposiciones y ley electoral de la Constitución de 1857. Durante un año Madero gobernó con la legislatura en funciones, es decir, con legisladores electos durante el gobierno del general Porfirio Díaz. Fue hasta junio de 1912 que se convocó a elecciones federales y pudieron llegar legisladores partidarios del nuevo gobierno maderista, aunque solo duraron seis meses, pues esta Legislatura fue disuelta por el general golpista.

Como el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez fueron asesinados con motivo del golpe militar encabezado por el general Victoriano Huerta, se puede pensar que sus supuestos herederos tenían que actuar al amparo de la constitucionalidad y legalidad que representaba el presidente depuesto. Por lo que no se atrevieron a cambiar la numeración.

Algún optimista podría pensar que, además, el respeto a la continuidad de la numeración de las legislaturas mencionadas es la expresión de una cultura parlamentaria democrática, característica de los revolucionarios que después de luchar contra la dictadura también lo hicieron contra el general golpista y sus cómplices. Lamentablemente, como veremos en seguida, los hechos históricos demuestran lo contrario. El inicio de la constitucionalidad revolucionaria había desaparecido, antes de nacer, con el fracaso de la Convención de Aguascalientes.

Resulta que, sin entrar en mayores detalles, cuando don Venustiano Carranza se da cuenta que ya está a punto de obtener la victoria militar sobre el Ejército Federal de Victoriano Huerta, habían surgido ya una serie de generales revolucionarios -Obregón, Villa, Zapata y muchos más- dispuestos a disputarle la jefatura de la revolución. Así es que ni tardo ni perezoso convocó a una convención revolucionaria que empezó a funcionar en el edificio de la Cámara de Diputados en la ciudad de México.

El discurso inaugural, desde luego, estuvo a cargo de don Venustiano, y no solo eso, sino que, además, al terminar su discurso, renunció a la jefatura de la revolución y acto seguido se retiró del recinto parlamentario dejando a los convencionistas con el paquete de nombrar a un nuevo jefe.

Hábilmente, don Luis Cabrera tomó la palabra para proponer que le aceptaran la renuncia y ahí se armó el escándalo, pero para que no se le aceptara la renuncia a don Venustiano, cosa que -como habían previsto don Venustiano y don Luis- desde luego sucedió.

Solamente que en esa convención no estaba el general Francisco Villa, jefe de la División del Norte, y el general Emiliano Zapata ni siquiera había sido invitado. Así es que no faltaron los representantes villistas que propusieran cambiar de sede a una ciudad donde ninguna de las fuerzas revolucionarias fuera predominante, a fin de mantener la autonomía de las discusiones. En tal virtud, la Convención se mudó a la ciudad de Aguascalientes donde con gran fervor los convencionistas firmaron sobre la bandera nacional para dejar constancia que acatarían los acuerdos adoptados por esa convención parlamentaria. Además, los villistas propusieron invitar a los zapatistas.

Finalmente, el general Villa llegó a Aguascalientes, y firmó en la bandera. Pero el asunto se puso bueno, si no es que mejor, cuando llegaron los representantes zapatistas. Uno de ellos, el de mayor experiencia en la oratoria tribunicia, Antonio Díaz Soto y Gama, se negó a firmar en la bandera y se burló de quienes lo habían hecho. Como todos los generales concurrían armados a esas sesiones, poco falto para que ahí mismo lo ejecutaran, pero finalmente se salvó y continuó la discusión.

Desde luego que las fuerzas militares del general Villa se fueron acercando a Aguascalientes, no obstante que por esos días ya se habían firmado los Tratados de Teoloyucan, por virtud de los cuales se acordaba la desaparición del Ejército Federal y prácticamente era la victoria de los revolucionarios en contra de Huerta. Los representantes zapatistas, por su parte, insistían en que todo debería someterse al Plan de Ayutla -que, por cierto, había sido en contra de Madero; lo mismo le habían propuesto a don Venustiano, pero éste ni los tomó en cuenta por razones militares más que obvias, los zapatistas sólo tenían presencia militar en algunas regiones del estado de Morelos-. Y el general Villa se retiró de la Convención, pero se quedaron sus representantes.

El caso es que la Convención de Aguascalientes tomó dos acuerdos: que don Venustiano renunciara a la primera jefatura del Ejército Constitucionalista y que el general Villa renunciara a la jefatura de la División del Norte. Entre tanto, nombraron al general Eulalio Gutiérrez presidente de la república. Por lo que de inmediato una delegación -en la que iba el general Obregón- fue a buscar a don Venustiano para decirle que renunciara, y otra fue a buscar al general Villa -en la que iba don Julio Madero, hermano de don Francisco- para lo mismo.

Como ninguno dio su brazo a torcer pues simplemente continuó la lucha armada. De nada sirvió que hubieran firmado con su puño y letra en la bandera nacional que iban a cumplir los acuerdos adoptados. Cabe recordar, además, que cuando el general Obregón fue a invitar al general Villa para que asistiera a la Convención, Villa estuvo a punto de fusilarlo. Por lo que no es extraño que el general Villa también estuvo a punto de fusilar al presidente Eulalio Gutiérrez. Según cuentan todos los historiadores de este periodo, como Jesús Silva Herzog y Miguel Alessio Robles, testigos presenciales de algunos de los hechos que narran.

En Veracruz, don Venustiano nombró a Obregón general en jefe para que marchara sobre Puebla a combatir a las fuerzas de la Convención. Cuando don Eulalio salió de la ciudad de México porque su secretario de Gobernación, el general Lucio Blanco, se le echó para atrás, la Convención nombró presidente interino al coronel Roque González Garza. Después nombraron presidente interino del interino al licenciado Francisco Lagos Cházaro.

Finalmente, los que eran menos y ocupaban menos territorio nacional ganaron la guerra civil -algo tuvo que ver la primera guerra mundial y la consecuente escasez de armamento, así como el reconocimiento de los Estados Unidos al gobierno de Carranza-. No obstante que unos y otros bandos y sus respectivos jefes se habían propuesto lograr la unidad revolucionaria a través de una convención parlamentaria. Como cualquier otro parlamento del mundo civilizado, la Convención de Aguascalientes nombró al jefe del ejecutivo, pero los jefes militares no le hicieron caso al parlamento que ellos mismos habían formado.

La convocatoria al Congreso Constituyente de 1917, y la integración de éste, no ofrecían mucho con respecto a la supremacía del parlamento, el texto de la Constitución aprobada tampoco. De acuerdo con la Nueva Historia General de México, publicada por El Colegio de México, el Ejecutivo tuvo más facultades que el Legislativo; hubo un predominio del gobierno federal sobre los estatales y municipales; tuvimos una constitución presidencialista y centralista; con un Estado fuerte e intervencionista, según la voluntad presidencial. Sin que el debate parlamentario democrático pudiera contar mucho para controlar sus decisiones, según puede constatarse a lo largo de nuestra historia política.

El 1 de septiembre próximo inicia la LXV Legislatura del Congreso de la Unión. En la Cámara de Diputados habrá 260 diputados de la coalición legislativa mayoritaria y 240 de la coalición opositora. Entre tanto, el presidente de la república anuncia una reforma electoral para cambiar a las autoridades electorales -por cierto, las que avalaron sus triunfos electorales-, e insiste en una consulta pública sobre la revocación o ratificación de su mandato. La democracia participativa vs. la democracia representativa.

Congreso y presidencia enfrentan ahora una gran oportunidad para fomentar la cultura del parlamentarismo democrático y actuar en consecuencia. Esperemos que así sea.

Ciudad de México, 22 de agosto de 2021.
Eduardo de Jesús Castellanos Hernández.
Profesor e Investigador. Licenciado en Derecho por la UNAM; maestro en Administración de Empresas por la UAEMéx; doctorado en Estudios Políticos por la Universidad de París (Francia); Especialidad en Justicia Electoral por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (México); doctorado en Derecho por el Instituto Internacional del Derecho y del Estado (México); posdoctorado en Control Parlamentario y Políticas Públicas por la Universidad de Alcalá (España); posdoctorado en Regímenes Políticos Comparados por la Universidad de Colorado, Campus Colorado Springs (EUA).

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