septiembre 13, 2025

La correspondencia de Flaubert (1862-1868)

“He sido remero en el Nilo, conductor en Roma en los tiempos de las guerras púnicas, retórico griego en Suburre, donde me devoraban las chinches. Morí, en la cruzada, por haber comido demasiadas uvas en la playa de Siria. Fui pirata...

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo

Seguimos revisando la correspondencia de Flaubert. En estos años escribió su novela cartaginesa, Salambó. Destaca su crítica feroz a Los miserables de Victor Hugo y su defensa contra la crítica de Sainte Beuve.

      A Ernst Feydeau, enero de 1862: «Cuando una obra está terminada, hay que soñar en otra».

    A Mademoiselle Leboyer de Chantepie, 24 abril de 1862: «El domingo pasado, a las siete, terminé mi novela Salambó. No puedo más. Tengo fiebre todas las noches y apenas puedo sostener la pluma». 

     Junio de 1862: «El futuro me inquieta. ¿Qué haré? Estoy lleno de dudas, de sueños y de miedos». 

     23 de abril de 1866: «Hay un fondo de estupidez en la humanidad que es tan eterno como la humanidad misma». 

     A la princesa Matilda, 1867: «Conozco pocos hombres -como Turguéniev- de una conversación tan exquisita». 

     A los hermanos Goncourt, junio de 1867: «¿De dónde viene tanto odio a la literatura? ¿Es envidia, o estupidez?».

     A Jules Michelet, 12 de noviembre de 1867: «Las brumas de la melancolía de Rousseau han oscurecido en los cerebros franceses la idea del Derecho». 

I. Los miserables

En 1862 apareció Los Miserables, de Victor Hugo, la figura tutelar en términos literarios y políticos de la literatura francesa en su tiempo. No le gustó a Flaubert. Podemos estar de acuerdo o no con sus argumentos, pero su crítica es fascinante y toda una lección de literatura.

     A Madame Roger des Genettes, julio de 1862: 

  • «Vaya, el rey desciende. Los miserables me exasperan y uno no tiene permitido decir algo malo, tendríamos el aire de un soplón. La posición del autor es inexpugnable, inatacable. Y yo, que me he pasado la vida adorándolo, ¡estoy indignado! 
  • Hay prostitutas como Fantine, convictos como Valjean, pero no los veo sufrir una sola vez desde el fondo de su alma. Son maniquíes, hombres buenos de azúcar, empezando por Monseñor Bienvenido.
  • ¡Y las digresiones! ¡Cómo hay! ¡Cómo hay!
  • En cuanto a los dialogos, todos hablan bien, ¡pero todos hablan igual!
  • Decididamente este libro, a pesar de bellos fragmentos, es infantil. 
  • La observación es una cualidad secundaria en literatura, pero no está permitido describir de una manera tan falsa la sociedad si uno es contemporáneo de Balzac o de Dickens.
  • Ésta es mi opinión. La guardo para mí, se entiende. Todo aquel que haya tocado una pluma tiene tanto reconocimiento a Victor Hugo como para permitirse una crítica; pero me percato que los dioses envejecen. 

II. Sainte Beuve

Aunque escribió poesía y narrativa, fue el primer escritor cuya obra más importante fue la crítica literaria. Consideraba que la vida del autor daba luz sobre la obra. El gran novelista francés Marcel Proust decía que ese método, el considerar que había «un otro yo» que escribía y que era diferente del escritor mundano, era falso. Escribió un libro entero, Contra Sainte-Beuve, para refutarlo. En él afirma: «Me parece que nunca comprendió lo que hay de particular en la inspiración y el trabajo literario».

    A Sainte-Beuve, 24 de diciembre de 1862:

  • «Mi querido Maestro. Su tercer artículo sobre Salambó me ha suavizado. Una vez más y muy sinceramente, le agradezco las señales de afecto que me ha dado. Ahora comienzo mi apología.
  • He querido fijar una ilusión al aplicar a la antigüedad los procedimientos de la novela moderna y traté de ser simple. ¡Ría cuánto quiera! Dije simple, pero no sobrio. Nada más complicado que un bárbaro.
  • En cuanto a ese énfasis en lo operístico y la pompa, ¿porqué pretende usted negar que las cosas hayan sido así, si ahora son de ese modo? 
  • Y ya que nos estamos diciendo nuestras verdades, le confieso que el que haya dicho de mí que tengo «un punto de imaginación sádica» me ha herido. Son palabras graves. No nos sorprendería que un día alguien que lo haya leído escriba en un periódico difamador: ‘Flaubert es un discípulo de Sade’.
  • Termino, querido maestro, dándole las gracias de nuevo, Al darme arañazos, al mismo tiempo me ha dado un apretón de manos. Sus consejos no se irán al vacío. No trata usted con un tonto ni con un ingrato».
  • A la princesa Matilda, enero de 1867: «Qué bueno que Sainte-Beuve se restablece. Es necesario que viva mucho, ¡lo necesitamos!» 

III. El hombre universal y atemporal

Conocida es la frase donde, al describir su proceso de escritura de Emma Bovary, Flaubert dijo que al escribir era ella y los árboles y el río… en suma, como un Dios, era todo al mismo tiempo. 

     En una carta a George Sand, de septiembre de 1866, afirma: «

     «No siento, como usted, ese sentimiento de una vida que comienza, el estupor de la existencia que aún fresca eclosiona. Al contrario, me parece ¡que he existido siempre! Poseo recuerdos que se remontan a los faraones. Me veo en diferentes épocas de la historia de manera muy clara, ejerciendo oficios diferentes y con fortunas múltiples. Mi individuo actual es el resultado de mis individualidades desaparecidas. He sido remero en el Nilo, conductor en Roma en el tiempo de las guerras púnicas, retórico griego en Suburre, donde me devoraban las chinches. Morí, en la cruzada, por haber comido demasiadas uvas en la playa de Siria. Fui pirata y monje, saltimbanqui y cochero. Quizá emperador de Oriente, también». 

Tomado de https://morfemacero.com/