La Armada rusa tuvo la feliz idea de diseñar y fabricar barcos de guerra redondos. Le salió regular

Si algo funciona, ¿para qué tocarlo? Desde luego no es la máxima de la que más rédito ha sacado la historia de la tecnología, ni la que más anima a la innovación; pero hay veces en las que...

Si algo funciona, ¿para qué tocarlo? Desde luego no es la máxima de la que más rédito ha sacado la historia de la tecnología, ni la que más anima a la innovación; pero hay veces en las que sí es la más inteligente. Que se lo digan si no a Andréi Alexandrovich Popov, artífice de una de las embarcaciones más curiosas y malhadadas de la Armada rusa, a las que incluso dio nombre: los “popovkas”, buques de combate con armas, botes… y forma circular. Exacto, igual que gigantescos nenúfares.

En la segunda mitad del siglo XIX Andréi A. Popov, oficial de la Armada Imperial Rusa, llegó a la poca ortodoxa conclusión de que lo que realmente necesitaba la flota de su país eran barcos con diseño de oblea. Suena disparatado, pero ni Popov era el primero en pensar en las ventajas de un modelo así ni su razonamiento, visto con calma y sobre el papel, resultaba tan extravagante.

Tras el fin de la Guerra de Crimea y el Tratado de París, el Mar Negro había quedado convertido —al menos en teoría— en una vasta área libre de militares, una perspectiva con la que Rusia no se sentía del todo cómoda. Sin sus buques de guerra ni fortificaciones asegurando la zona, quedaba expuesta frente al Imperio Otomano. Por si eso fuera poco la medida tampoco contribuía a sus aspiraciones de conseguir un acceso directo al Mediterráneo. Hacía falta una solución. Y lo antes posible.

A su favor San Petersburgo tenía las ideas bastante claras: quería embarcaciones bélicas que se adaptasen bien al escenario, capaces de defender las costas del estratégico Estrecho de Kerch y la desembocadura del río Dniéper. Y sobre todo intimidar a cualquier enemigo que rondase la zona.

Las ideas claras… sobre el papel

Al analizar la situación Popov llegó a la conclusión de que lo mejor era optar por estructuras ligeras, bien armadas, capaces de defender el litoral y… —lo realmente curioso— con un diseño circular, más parecido a rosquillas que a buques. No era el único convencido de que en ciertas circunstancias un diseño así resultaba más interesante que la tradicional configuración estilizada de los navíos.

Las ventajas de los barcos con una manga amplia ya las había trazado el prestigioso ingeniero escocés John Elder y, lejos de Glasgow o San Petersburgo, también captaron el interés de Edward Reed. Razones no les faltaban, como recuerdan en Va de barcos y La Brújula Verde.

Al menos sobre el papel.

Al estirar al máximo su manga, la embarcación reducía el calado y la superficie que debía blindarse. Eso sin contar con que ganaba teóricamente capacidad para transportar cañones de gran calibre. Se perdía velocidad, cierto, pero aquello no era nada que no se paliase con unos buenos motores.

Popov trazó, en resumen, un barco capaz de manejarse en aguas poco profundas y lucir un armamento que arredraría al más pintado de los enemigos. Quizás su configuración resultase un poco estrafalaria, pero en ingeniería aplicada a la guerra tampoco es que importase gran cosa.

La idea era lo suficientemente sólida como para convencer al gran duque Kontsntin Nikolayevich, almirante de la Armada, así que Popov pudo pasar del papel al astillero. Se decidió fabricar cuatro unidades y tras varios prototipos que el mismísimo zar apodó “popovka” el buque empezó a fabricarse en abril de 1871 y quedó finiquitado casi en la Nochevieja de ese mismo año.

Aunque Nikolayevich se había decantado en un inicio por un diseño amplio, de 46 metros de diámetro, provisto de cuatro cañones y más de 6.000 toneladas de desplazamiento, su factura resultaba tan rematadamente estratosférica que hubo de conformarse con una versión algo menor y más ajustada a las cuentas de 29 m. El bautizado como Novgorod acabaría superando ligeramente los 30 m de manga con un calado de 4,1 m y casi 2.500 toneladas de desplazamiento.

Lo de la forma de oblea no fue lo único curioso del Novgorod.

Su propia logística parece sacada de un relato de Kafka. Una vez el buque estuvo finalizado la Armada decidió desmontarlo y trasladarlo por piezas primero a bordo de un tren y más tarde en barcaza desde San Petersburgo, donde se había ensamblado, a Nikolaev, su destino final a orillas del Mar Negro. El Novgord no acabó botándose hasta tiempo después, a mediados de 1873.

Cuadro que muestra al Novgorod llegando a Sevastopol.

Grabado que muestra el buque Vicealmirante Popov en 1878.

Vista de uno de los «popovka» en la que se aprecian sus hélices.

No fue el único “popovka” que surcaría las aguas. En el 72 había arrancado en el propia Nikolaev la construcción de otra embarcación similar, el Kiev, más tarde conocido como Vicealmirante Popov en un guiño al veterano oficial que había planteado el modelo. El navío se finalizó en 1876, a tiempo para el estallido de una Guerra de Oriente —se desarrolló de 1877 a 1878— durante la que el Novgorod se centró básicamente a la defensa del litoral de Odessa.

La (poco épica) leyenda de los «popovka»

¿Resultaron los barcos circulares tan buena idea como creía Popov a principios de esa misma década? No, aunque en justicia su resultado no fue tan malo como lleva a creer la fama que se han labrado los “popovka”, de los que se cuenta incluso que giraban con la fuerza de cada disparo.

La realidad —precisa Va de barcos— es que las bases de los cañones del buque presentaban un fallo que afectaba a los cañonazos y los técnicos tuvieron que corregir. Lo de las supuestas vueltas sin control no es, en cualquier caso, el único pero de las peculiares naves del oficial Popov.

Cuando navegaba en zonas tranquilas su estructura era estable, pero la cosa se complicaba al surcar corrientes fuertes. Entre los vaivenes maniobrar con los cañones no resultaba fácil.

Tampoco era especialmente ágil en los giros, maniobraba con lentitud, alcanzaba una velocidad muy limitada, de apenas 6,5 nudos, y el manejo de sus máquinas de vapor exigía transportar una considerable carga de carbón que —señala la Brújula Verde— le restaba autonomía.

“No fueron capaces de navegar en mar abierto y eran más lentos que tortugas. Por otra parte, la fuerza de los disparos hacía al barco girar sobre sí mismo. Estas naves podrían haber desempeñado un papel menor, solo como medio de defensa costera, pero tampoco de manera destacada”, señala el excomandante de la Flota del Mar Negro, Ígor Kasatónov, en declaraciones recogidas por Russia Beyond. Para rizar el rizo, tampoco estaban muy pensados para acoger tripulación.

Aun pese a su discreta hoja de servicio a la crónica del Novgorod y Vicealmirante Popov les quedaban aún unas cuantas páginas por escribir. Eso sí, sin grandes episodios. A lo largo de los años siguientes siguieron modernizándose, se reforzó su armamento y destinaron a la defensa del litoral, el escenario en el que mejor se defendían. En 1903 se les dio la jubilación y en 1911, tras una venta frustrada, acabaron apuntando su ¿proa? al desguace, donde se escribió su último capítulo.

O no.

Los «popovka» no fueron las únicas embarcaciones que exploraron las posibilidades de expandir la manga a niveles inauditos. Las teorías de Popov aún se probaríam en otro buque, el Livadia, que se botó en julio de 1880 con un diseño ligeramente más estilizado que evitaba que pareciese un enorme plato. Aún hoy, ya bien entrado el siglo XXI, queda en servicio algún barco de forma circular.

Imágenes | Wikimedia, Zandcee, Красовский Н.П.

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