El helicóptero sobrevolaba las azoteas rumbo a Tlatelolco, como lo sabría después. A mis nueve años, subido en unas tejas del techo de la casa vecina, aquello nos parecía la mejor aventura al grupo de amigos que acostumbrábamos pasar algunos momentos de la tarde en lo alto de nuestro edificio.
Un año antes de aquel suceso recuerdo a mi padre entrando a nuestro departamento como si hubiera visto un fantasma, al borde literalmente de un ataque de nervios. Nos contó que los soldados del ejército lo habían amagado con sus bayonetas poniéndoselas al cuello en presencia del presidente de la república Gustavo Díaz Ordaz. A sus 34 años mi padre había publicado un libro sobre la huelga de hambre de los estudiantes en la Universidad de Sonora y la brutal represión del gobernador Luis Encinas Johnson contra ellos en 1967 al calor del proceso electoral por la gubernatura estatal. Un antecedente histórico de la matanza de Tlatelolco. Mi padre se abrió paso entre la gente durante un acto público y le entregó un ejemplar al presidente en propia mano diciéndole: “Este libro lo escribí contra usted”. El libro se llama Sonora, en torno al valor de mi pueblo. Es posible encontrarlo en internet. Durante años escuché a mi papá contar esa historia verídica.
Fue en esa época que por primera vez supe que el presidente, ese presidente, vivía en un lugar llamado Los Pinos.
Luego vino Luis Echeverría con su Guerra Sucia pero ya en esas fechas nos habíamos ido a vivir a la frontera, a Sonora. Los Pinos era la casa donde vivía un asesino de estudiantes y el presidente que perseguiría también hasta matarlo a Lucio Cabañas Barrientos, el hombre que soñó con darle educación y unidad a los campesinos. El periódico Excélsior de los primeros años de aquel sexenio me esperaba al regresar de la secundaria en la biblioteca de mi padre con artículos subrayados en rojo. Se los leía lentamente en voz alta para que él los fuera escribiendo a máquina. Supe así de esa Guerra Sucia y de todo lo que mi padre me decía para sus escritos de esos tiempos oscuros, terribles, hasta que el 8 de julio de 1976 Echeverría ordenó traicioneramente dar un golpe al periódico. Los Pinos era un sitio tenebroso donde vivía y se reunía gente tenebrosa. La lectura del libro La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, reavivó a mis diecisiete años mis recuerdos infantiles sobre ese extraño helicóptero que pasó fugazmente sobre nuestras cabezas una tarde del 2 de octubre de 1968.
El año de 1978 regresé a la Ciudad de México con la intención de ingresar a la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda. Llegué en tren a la estación de Buenavista. Al poco tiempo de estar inscrito en la escuela ubicada en la Colonia Guerrero empezaron las historias de compañeros detenidos arbitrariamente por policías vestidos de civiles pertenecientes a la Dirección Federal de Seguridad cuyo titular era Miguel Nassar Haro. Decir su nombre producía terror. Caminar por las calles de la ciudad de México siendo estudiante significaba que en cualquier momento podías ser abordado por agentes vestidos de civil o por policías al mando de otro personaje siniestro: Arturo Durazo Moreno, más conocido como “El negro Durazo”. No fueron pocas las ocasiones cuando sufrí ese tipo de detenciones arbitrarias en las que eras introducido a una patrulla o a un automóvil sin placas para ser interrogado, violentado y despojado de tus pocas pertenencias o dinero. El presidente amigote de estos crueles personajes era José López Portillo, habitante de Los Pinos de 1976 a 1982.Defendió como un perro sus propios intereses y lloró cínicamente al final del sexenio.
Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo habitaron también en esa tenebrosa mansión. Seis años cada uno, con sus respectivas familias y sus respectivos negocios turbios acordados en ese territorio desconocido por el pueblo de México, inaccesible y oscuro hasta que fue rebautizado con el nombre de Los Pinoles por Vicente Fox Quezada y Martha Sahagún.
En Los Pinoles estalló el escándalo del “Toallagate” a los pocos días de asumir la presidencia. Toallas de más de 400 dólares y costosos enseres domésticos que sumaban más de 9 millones de pesos.
Una pesadilla pinolera de una pareja presidencial que se imaginó monárquica y resultó corrupta, dañina. Seis años lucrando en familia.
El 15 de septiembre de 2008, durante la celebración del Grito de Independencia en Morelia, estallaron un par de granadas de fragmentación que dejaron como saldo siete muertos y 132 heridos.
El nuevo habitante de Los Pinos ya era Felipe Calderón Hinojosa. Sinónimo de muerte e iniciador de una guerra absurda e inútil que enlutó al país llenándolo de fosas comunes y desgracias. La residencia presidencial de nuevo se tiñó de sangre. Hombre soberbio, ridículamente vestido con un uniforme militar dos o tres tallas más grande que su pequeña estatura.
Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera habitaron Los Pinos desde el 1 de diciembre de 2012 hasta el 30 de noviembre de 2018. Hoguera de vanidades en la enorme sala de la Casa Miguel Alemán, pasarela televisiva entrando y saliendo. Portadas de revistas de nimiedades. Frivolidad, abundancia y riqueza para los tuyos, los míos y los nuestros.
Pero hoy aquella casa del Chupacabras, Los Pinoles, La Tenebra, es La Casa del Pueblo, el Complejo Cultural Los Pinos. El conjunto de casas que habitaron estos personajes oscuros y siniestros de nuestra historia es visitado permanentemente por familias, grupos de personas de todo el país y el extranjero. La actividad cultural desplegada semanalmente es rica y diversa. Se vive un proceso de asombro al descubrir las instalaciones a todo lujo por parte de la gente que pisa por vez primera esos espacios. Enojo, rabia, sorpresa que se convierten en alegría al saber que ahora ese espacio es propio, colectivo, comunitario. Una energía participativa recorre las áreas destinadas a celebrar encuentros con nuestras culturas y pueblos originarios.
¿Cuánto tiempo tendrá que transcurrir para exorcizar los demonios que habitaron esas casas sin que nuestra memoria colectiva olvide ese pasado?
El 10 de febrero de este 2024 se inauguró una exposición de arte contemporáneo donde participan 18 artistas mexicanos. Organizada por el curador y artista Guillermo Santamarina, lleva por nombre ¿HECHO CONSUMADO? Memoria,civismo crítico y arte contemporáneo.
El lugar donde se exhiben estas obras es la Casa Miguel Alemán.A cada artista se le destinó un espacio dentro de las habitaciones, incluyendo baños, closets, vestidores, y salas. En la habitación que me fue asignada se me ofreció la libertad de seleccionar cinco pinturas. Decidí mostrar obras que tienen un significado específico para esta casa.
Una de las obras que presento, con seguridad la que más dolor e indignación me ha costado pintar en los últimos años, es el óleo titulado: Réquiem por Julio CésarMondragón.
En el transcurso de la noche del 26 de septiembre de 2014 en la que 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, fueron secuestrados y hasta el día de hoy desaparecidos, Julio César Mondragón fue torturado hasta morir desollado vivo según los estudios forenses. Su cuerpo se encontró al día siguiente. Las imágenes de su rostro ensangrentado aparecieron en gran cantidad de medios.
En 2015 pinté un gran cráneo en tonos rojizos por cuyas cavidades emergen grandes cactus que a su vez tienen pequeños brotes de flores. Tragedia y esperanza, luto y flor. Es el cráneo del joven estudiante normalista Julio César Mondragón, estudiante de la Normal Isidro Burgos de Iguala, Guerrero. La misma escuela normal donde estudió Lucio Cabañas Barrientos.
Hoy, desde una de las paredes de esa habitación de la Casa Miguel Alemán, el rostro desollado de Julio César Mondragón, su memoria y la de Lucio Cabañas Barrientos nos recuerdan que los sueños son posibles. Los Pinos florecen
El helicóptero sobrevolaba las azoteas rumbo a Tlatelolco, como lo sabría después. A mis nueve años, subido en unas tejas del techo de la casa vecina, aquello nos parecía la mejor aventura al grupo de amigos que acostumbrábamos pasar algunos momentos de la tarde en lo alto de nuestro edificio.
Un año antes de aquel suceso recuerdo a mi padre entrando a nuestro departamento como si hubiera visto un fantasma, al borde literalmente de un ataque de nervios. Nos contó que los soldados del ejército lo habían amagado con sus bayonetas poniéndoselas al cuello en presencia del presidente de la república Gustavo Díaz Ordaz. A sus 34 años mi padre había publicado un libro sobre la huelga de hambre de los estudiantes en la Universidad de Sonora y la brutal represión del gobernador Luis Encinas Johnson contra ellos en 1967 al calor del proceso electoral por la gubernatura estatal. Un antecedente histórico de la matanza de Tlatelolco. Mi padre se abrió paso entre la gente durante un acto público y le entregó un ejemplar al presidente en propia mano diciéndole: “Este libro lo escribí contra usted”. El libro se llama Sonora, en torno al valor de mi pueblo. Es posible encontrarlo en internet. Durante años escuché a mi papá contar esa historia verídica.
Fue en esa época que por primera vez supe que el presidente, ese presidente, vivía en un lugar llamado Los Pinos.
Luego vino Luis Echeverría con su Guerra Sucia pero ya en esas fechas nos habíamos ido a vivir a la frontera, a Sonora. Los Pinos era la casa donde vivía un asesino de estudiantes y el presidente que perseguiría también hasta matarlo a Lucio Cabañas Barrientos, el hombre que soñó con darle educación y unidad a los campesinos. El periódico Excélsior de los primeros años de aquel sexenio me esperaba al regresar de la secundaria en la biblioteca de mi padre con artículos subrayados en rojo. Se los leía lentamente en voz alta para que él los fuera escribiendo a máquina. Supe así de esa Guerra Sucia y de todo lo que mi padre me decía para sus escritos de esos tiempos oscuros, terribles, hasta que el 8 de julio de 1976 Echeverría ordenó traicioneramente dar un golpe al periódico. Los Pinos era un sitio tenebroso donde vivía y se reunía gente tenebrosa. La lectura del libro La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, reavivó a mis diecisiete años mis recuerdos infantiles sobre ese extraño helicóptero que pasó fugazmente sobre nuestras cabezas una tarde del 2 de octubre de 1968.
El año de 1978 regresé a la Ciudad de México con la intención de ingresar a la Escuela de Pintura y Escultura La Esmeralda. Llegué en tren a la estación de Buenavista. Al poco tiempo de estar inscrito en la escuela ubicada en la Colonia Guerrero empezaron las historias de compañeros detenidos arbitrariamente por policías vestidos de civiles pertenecientes a la Dirección Federal de Seguridad cuyo titular era Miguel Nassar Haro. Decir su nombre producía terror. Caminar por las calles de la ciudad de México siendo estudiante significaba que en cualquier momento podías ser abordado por agentes vestidos de civil o por policías al mando de otro personaje siniestro: Arturo Durazo Moreno, más conocido como “El negro Durazo”. No fueron pocas las ocasiones cuando sufrí ese tipo de detenciones arbitrarias en las que eras introducido a una patrulla o a un automóvil sin placas para ser interrogado, violentado y despojado de tus pocas pertenencias o dinero. El presidente amigote de estos crueles personajes era José López Portillo, habitante de Los Pinos de 1976 a 1982.Defendió como un perro sus propios intereses y lloró cínicamente al final del sexenio.
Miguel de la Madrid Hurtado, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo habitaron también en esa tenebrosa mansión. Seis años cada uno, con sus respectivas familias y sus respectivos negocios turbios acordados en ese territorio desconocido por el pueblo de México, inaccesible y oscuro hasta que fue rebautizado con el nombre de Los Pinoles por Vicente Fox Quezada y Martha Sahagún.
En Los Pinoles estalló el escándalo del “Toallagate” a los pocos días de asumir la presidencia. Toallas de más de 400 dólares y costosos enseres domésticos que sumaban más de 9 millones de pesos.
Una pesadilla pinolera de una pareja presidencial que se imaginó monárquica y resultó corrupta, dañina. Seis años lucrando en familia.
El 15 de septiembre de 2008, durante la celebración del Grito de Independencia en Morelia, estallaron un par de granadas de fragmentación que dejaron como saldo siete muertos y 132 heridos.
El nuevo habitante de Los Pinos ya era Felipe Calderón Hinojosa. Sinónimo de muerte e iniciador de una guerra absurda e inútil que enlutó al país llenándolo de fosas comunes y desgracias. La residencia presidencial de nuevo se tiñó de sangre. Hombre soberbio, ridículamente vestido con un uniforme militar dos o tres tallas más grande que su pequeña estatura.
Enrique Peña Nieto y Angélica Rivera habitaron Los Pinos desde el 1 de diciembre de 2012 hasta el 30 de noviembre de 2018. Hoguera de vanidades en la enorme sala de la Casa Miguel Alemán, pasarela televisiva entrando y saliendo. Portadas de revistas de nimiedades. Frivolidad, abundancia y riqueza para los tuyos, los míos y los nuestros.
Pero hoy aquella casa del Chupacabras, Los Pinoles, La Tenebra, es La Casa del Pueblo, el Complejo Cultural Los Pinos. El conjunto de casas que habitaron estos personajes oscuros y siniestros de nuestra historia es visitado permanentemente por familias, grupos de personas de todo el país y el extranjero. La actividad cultural desplegada semanalmente es rica y diversa. Se vive un proceso de asombro al descubrir las instalaciones a todo lujo por parte de la gente que pisa por vez primera esos espacios. Enojo, rabia, sorpresa que se convierten en alegría al saber que ahora ese espacio es propio, colectivo, comunitario. Una energía participativa recorre las áreas destinadas a celebrar encuentros con nuestras culturas y pueblos originarios.
¿Cuánto tiempo tendrá que transcurrir para exorcizar los demonios que habitaron esas casas sin que nuestra memoria colectiva olvide ese pasado?
El 10 de febrero de este 2024 se inauguró una exposición de arte contemporáneo donde participan 18 artistas mexicanos. Organizada por el curador y artista Guillermo Santamarina, lleva por nombre ¿HECHO CONSUMADO? Memoria,civismo crítico y arte contemporáneo.
El lugar donde se exhiben estas obras es la Casa Miguel Alemán.A cada artista se le destinó un espacio dentro de las habitaciones, incluyendo baños, closets, vestidores, y salas. En la habitación que me fue asignada se me ofreció la libertad de seleccionar cinco pinturas. Decidí mostrar obras que tienen un significado específico para esta casa.
Una de las obras que presento, con seguridad la que más dolor e indignación me ha costado pintar en los últimos años, es el óleo titulado: Réquiem por Julio CésarMondragón.
En el transcurso de la noche del 26 de septiembre de 2014 en la que 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa, Guerrero, fueron secuestrados y hasta el día de hoy desaparecidos, Julio César Mondragón fue torturado hasta morir desollado vivo según los estudios forenses. Su cuerpo se encontró al día siguiente. Las imágenes de su rostro ensangrentado aparecieron en gran cantidad de medios.
En 2015 pinté un gran cráneo en tonos rojizos por cuyas cavidades emergen grandes cactus que a su vez tienen pequeños brotes de flores. Tragedia y esperanza, luto y flor. Es el cráneo del joven estudiante normalista Julio César Mondragón, estudiante de la Normal Isidro Burgos de Iguala, Guerrero. La misma escuela normal donde estudió Lucio Cabañas Barrientos.
Hoy, desde una de las paredes de esa habitación de la Casa Miguel Alemán, el rostro desollado de Julio César Mondragón, su memoria y la de Lucio Cabañas Barrientos nos recuerdan que los sueños son posibles. Los Pinos florecen
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