T
ras la crisis y humillación posterior a la Primera Guerra Mundial, el régimen nazi vio en las juventudes un terreno fértil para sembrar su ideología criminal, autoritaria y destructiva. Utilizó propaganda masiva de manera intensiva y la dirigió específicamente a ellos, los jóvenes, incluso desde la infancia.
En la Alemania de 1930, la educación en las escuelas dejó en un segundo lugar de importancia al idioma, las matemáticas, la historia y las ciencias naturales, para en su lugar inculcar el odio al “enemigo” y el antisemitismo racial, al tiempo en que la imagen de Adolfo Hitler se erigió como la de un líder que protegía a su nación mediante la erradicación sistemática no sólo de quienes pensaran distinto, sino también de aquellos que tuvieran rasgos físicos diferentes a lo que se vendió como una “raza superior”.
Ese discurso logró una lealtad ciega suscrita con un juramento colectivo para dedicar las energías de los jóvenes alemanes al servicio de Hitler, y con ello a un régimen, el nazi, que por medio de la discriminación orquestó la persecución y el genocidio de millones de personas consideradas “inferiores”.
En la actualidad, a 80 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, grupos neonazis se forman y funcionan con factores similares a los concebidos por Hitler y continuados hasta 1945 por Baldur von Schirach y Artur Axmann. Se crean chivos expiatorios para problemas sociales o personales, se radicaliza a la población y por medio de Internet y redes sociales se difunde propaganda para construir comunidades sectarias.
Para lograr la identificación, primero se debe crear identidad: ello define y diferencia a una persona o colectividad. Los jóvenes, en su constante búsqueda de identificación, son susceptibles de ser víctimas del manipulador, quien identifica sus inseguridades y puntos vulnerables para, mediante la imposición de una identidad, controlar el comportamiento, emociones y las decisiones de un víctima que, como suele suceder, termina convirtiéndose en victimaria.
En el México posneoliberal, hoy un grupo de viejos políticos, plagados de aquellas mañas viejas, brincan de la rancia X que utilizaron en las organizaciones de la franquicia del “júnior tóxico de la oligarquía”, también conocido como Claudio X. González –el mismo de Sí X México, Va X México y Mexicanos X la Corrupción–, a la letra Z, en el intento por crear identificación con jóvenes de entre aproximadamente 12 y 27 años, integrantes de la Generación Z.
Detrás de la marcha de la Generación Z no hay jóvenes pertenecientes a esta generación, sino viejos priístas, como muestra con evidencia la investigación del autor del newsletter semanal sobre Internet, Áyax, titulada “¿Quién está detrás de las movilizaciones de la Generación Z? Spoiler: es el PRI y traje pruebas”.
En su trabajo, el autor señala que la primera señal de alarma que encontró fue la difusión coordinada por cuentas de derecha de videos que hablan de jóvenes, pero ningún joven aparece a cuadro, lo que le llevó a indagar hasta detectar evidencia de que el llamado Movimiento Generación Z México está ligado al PRI.
La marcha de la Generación Z no representa a la mayoría de jóvenes de entre 12 y 29 años de edad en México. ¿Contemplan quienes usurparon el nombre Z para una actividad política a los cerca de 3 millones de jóvenes beneficiarios del programa Jóvenes Construyendo el Futuro? ¿A los miles de Servidores de la Nación que a pie cruzaron los ríos crecidos en cinco estados afectados por las lluvias para llevar apoyo a la población el mes pasado? ¿A millones que, sin ser militantes de Morena, protestan como jóvenes sin sesgos politiqueros en sus denuncias y exigencias?
La convocatoria de la protesta que usurpa el nombre de la Generación Z también se apropia de una denuncia legítima y de una exigencia urgente. Surge tras el homicidio del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, y pretende atrapar simpatizantes mediante la demanda al cese de la violencia. ¿Quién podría estar en desacuerdo con lo anterior? Los organizadores saben que nadie.
Es por medio de esa denuncia y de esa demanda que el oportunismo busca encontrar en la tragedia el instrumento para amplificar voces agoreras y trasladar el repudio a los gobiernos de la 4T o a la presidenta Claudia Sheinbaum.
Algo no bueno sucede con un joven que no protesta, que está conforme; implicaría que no observa injusticias ni rezagos. La protesta es obligatoria en la conducta sana de un joven, forma parte de su desarrollo.
Pero el juicio crítico también. Cuando una convocatoria a protestar es oportunista y manipuladora, si se vale de una denuncia legítima para hacer politiquería, si utiliza en vano el nombre de la justicia, entonces no es protesta, es activismo sectario, igual a lo que hacía Hitler con las juventudes nazis.
Tomado de https://www.jornada.com.mx/




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