El laberinto del mundo
José Antonio Lugo
I. Un escritor a contracorriente
Mijáil Afanásievich Bulgákov nació en 1881 en Kiev, cuando Ucrania formaba parte de lo que, después de la revolución rusa, se llamaría Union Soviética.
Escribió teatro y narrativa. Su obra cumbre, El maestro y Margarita, narra la historia de Poncio Pilatos y su diálogo con Joshua Ga-Nozri -Jesucristo-, al tiempo que el Diablo -Messere Voland- llega al Moscú de los años treinta del siglo pasado, acompañado de su séquito, compuesto por Asaselo, Korokiev-Fagot, la voluptuosa Guela y el genial gato Popota.
El personaje principal -El maestro- es quien escribe en la Rusia soviética la novela sobre Poncio Pilatos. En esta obra Bulgákov se burla -como lo había hecho antes en distintas obras de teatro y novelas- de la burocracia soviética y denuncia la opresión de los poderosos -en su caso Stalin-. Se identificaba con Molière, el genial dramaturgo francés, quien fue hostilizado por Luis XIV. Le dedicó una obra de teatro: La conspiración de los hipócritas (Molière) y una biografía: Biografía del señor de Molière. Para Bulgákov, Stalin era al Rey Sol lo mismo que él al autor de Tartufo y Las preciosas ridículas. Por cierto, el maestro de Bulgákov, Saltikov-Schredin (1826-1889) fue hostilizado ni más ni menos que por el zar Pedro I. Las historias se repiten.
II. La guardia blanca y Los días de los Turbin
Los días de los Turbin, la primera obra de teatro relevante de Bulgákov, es una adaptación de su novela La guardia blanca. El título se alteró con el fin de no dar demasiado importancia a los «blancos»; es decir, a los ucranianos que se opusieron a los bolcheviques, los «rojos». El Teatro de Arte de Moscú invitó a Bulgákov a adaptar la novela para teatro, lo que hizo junto con Pavel Iarkov e Ilya Sudakov. Desde ese momento, Bulgákov tuvo que aceptar la presencia de intrusos en la reescritura de su novela, mismos que alegaban consideraciones políticas y partidistas para alterar o suprimir pasajes y personajes. Stanislavsky realizó muchos cambios durante los ensayos, al punto que la obra de teatro termina con el triunfo de los bolcheviques, que llegan cantando la Internacional, lo que no está escrito en la novela y cuesta trabajo imaginar en un autor de posturas tan radicalmente ausentes de compromiso político como las de Bulgákov.
III. El estreno de la obra
La puesta en escena produjo una de las mayores controversias del teatro soviético. Al oponer una verdad teatral a la «verdad oficial», el público se mostró conmovido y entusiasmado, pero las críticas fueron negativas. Se afirmaba que Bulgákov pretendía idealizar a los blancos por encima del poder soviético. El tema era muy delicado, porque los nacionalistas ucranianos se unieron a los alemanes en la defensa contra los rojos. En esa época de turbulencia y confusión, el concepto de patria era ambiguo y difícil de definir. Myshlaevsky, un capitán de artillería de los blancos, afirma en la obra: «Suficiente. He estado combatiendo desde 1914. ¿Para qué? ¿Para defender a la madre patria? Pero, ¿qué tipo de patria es ésta que me conduce a la desgracia? Me dicen que debo continuar. No, gracias». La obra termina cuando Nikolka, al escuchar la llegada de los rojos, dice: «Señores, esta noche es el gran prólogo de una nueva etapa histórica», a lo que responde Studzinsky: «Para algunos un prólogo, para otros, un epílogo».
IV. Cien años después
En 2024, el Instituto Ucranio de Memoria Nacional es el organismo del Gobierno responsable de redactar las directrices que indican a las administraciones públicas si una determinada figura debe ser retirada del espacio público. El Instituto ha dictaminado: «Así, se tiene en cuenta el hecho de que M.A. Bulgákov, de conformidad con el subpárrafo d del párrafo cuarto de la parte 1 del artículo 2 de la ley, pertenece a las personas que públicamente, sea en los medios de comunicación, en obras literarias y otras obras artísticas, apoyaron, glorificaron o justificaron la política imperial rusa, llamaron a la rusificación o a la ucranofobia».
V. Los aliados de Rusia en el siglo XX (y sus contrapartes)
Los escritores del realismo socialista: Maximo Gorki, autor de La madre; Mijail Shólojov, premio nobel y autor de El don apacible; Nikolái Ostrosvky, autor de la novela Así se templó el acero y Anton Makarenko y su Poema Pedagógico. No olvidemos que en 1934 Djanov planteó, en su Discurso al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, que: «los éxitos de la literatura soviética están condicionados por los éxitos de la construcción socialista».
Los disidentes: Boris Pasternak, quien logró sacar su novela Dr. Zhivago a Italia, donde fue publicada casi a escondidas por el editor Feltrinelli, pero tuvo que rechazar el Premio Nobel de Literatura; Isaac Babel, quien desapareció y fue asesinado por el régimen (corrió el rumor de que había una novela inédita suya, tema que recoge el escritor brasileño Rubem Fonseca para escribir su estupenda novela Grandes emociones y Pensamientos imperfectos); Ana Ajmátova, quien cantó el horror; Osip Mandelstam, que escribió un poema sobre el montañés del Kremlin -Stalin- y murió asesinado también por el régimen, y Alexander Solyenitzin, autor de Archipiélago Gulag.
El que se fue: Vladimir Nabokov.
VI. Bulgákov y Grossman
El gran escritor Vasili Grossman, autor de la monumental novela Vida y destino, también, como Bulgákov, era ucraniano. Ingeniero químico, trabajó como tal en Donetsk -hoy área en medio del conflicto entre Rusia y Ucrania-. Él tampoco fue bien tratado por el régimen soviético y, sin embargo, como Bulgákov, hoy, también, es condenado por los ucranianos acusándolo de prorruso. ¡Nada más falso, en ambos casos! Sin embargo, los gobiernos nacionalistas a ultranza necesitan enemigos y chivos expiatorios, aunque sus víctimas sean sus glorias literarias.
No importa.
En su obra Molière, Bulgákov puso en boca de uno de sus personajes estas palabras: «No te humilles jamás, Bouton. ¡Odio la tiranía del rey! ¡La venganza del artista es su inmortalidad!»
Tiempos ominosos surcan el planeta. En todos lados, grandes maestros de la literatura y del arte serán ultrajados y se tratará de borrar su memoria y pensamiento crítico.
Pero, como dijo el propio Bulgákov en El maestro y Margarita: «Los manuscritos no se queman».
Grossman y Bulgákov pueden dormir tranquilos en su tumba: la inmortalidad les pertenece.
Tomado de https://morfemacero.com/





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