septiembre 18, 2025
Instantáneas en la playa

Instantáneas en la playa

“Lo que hoy está mañana se habrá ido, pero no el mar, que seguirá palpitando. Unos van, otros vienen, de ahí la amable o ruda indiferencia de los oriundos para con los visitantes. Y el mar, cuyo color cambia igual que...Tomado de https://morfemacero.com/

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

Uno. La luna, círculo victorioso, cae sobre Mazunte, y un hombre, que se presenta como “el de la primera micción”, teoriza bajo el techo de palmas y de cara al mar bañado de plata acerca de la orinoterapia que practica: en los Vedas, dice, hace miles de años, está la primera referencia a ese elíxir de la eterna juventud que contiene información orgánica, enzimas, proteínas y además la proyección del inconsciente, que al fin es agua, como la que nos rodea. Que cada cual se beba lo que quiera.

Dos. A la palapa de Javier no va nadie: hay lugares con mal fario. Mayra, en cambio, atiende la suya con la elegante dignidad de su cuerpo sólido y esbelto, cuyos contornos han sido esculpidos por (caminar en) la arena. El Centro de Preservación de la Tortuga muestra los misteriosos y bellos quelonios. Una buena acción la de conservar lo que los seres humanos han destruido. “Se cree —dice el guía— que los huevos son afrodisiacos. Es falso, sólo contienen altas dosis de colesterol.”

Tres. El paseante del peluquín en la playa, más estrambótico que todos por querer ocultar lo que así magnifica. Dos barcos se cruzan en el horizonte, delante precisamente de quien los observa: un signo, ¿pero de qué? Los vientos huracanados de antenoche fueron el encuentro de dos corrientes colosales, una que venía de mar adentro y otra que bajó desde la sierra. La poética del conflicto también ocurre aquí. Hoy la luna sigue en el cielo, mirando sin mirar.

Cuatro. Mientras un hombre joven toca un tambor ancestral, otros dos semejan que combaten sobre la arena humedecida y hacen del polisémico “güey” una contraseña útil para decir todo sin decir nada. La divisa lingüística de esta generación. Antes fue “cámara”, y también era la misma filosofía barata del bienestar, este intocable sacramento de pasársela bien. Muchos de los jóvenes que están aquí son o pretenden ser artistas. No hay conciencia política o social en sus acciones. Lo real sólo es aquello que está en su radio inmediato de interés.

Cinco. De pronto surge el hartazgo: ¿para qué las vacaciones? Para descansar, para entretenerse, odiosa palabra. Los niños siempre serán niños, y el mar, que hace de quien penetra en él un corcho sin rumbo. En Zipolite, la playa permisiva, se respira decadencia: un par de hombres maduros se exhiben desnudos para ser mirados, pero ninguna mujer. Una pareja de argentinos trashumantes pide permiso a la evanescente audiencia de la palapa para cantar tres canciones que les permitirán ganarse unos pesos.

Seis. La tormenta nocturna deja sus huellas en el cuerpo-recuerdo. Se le pregunta a D cómo nos ve. Su respuesta es el lugar común: como siempre, contesta, es decir, igual. Quien parece no haber cambiado es él: sigue viendo lo mismo. ¿Política en la playa? Estos jóvenes viven el mundo como si sólo ellos estuvieran. Después una fiesta de lugareños: mala música, silencio de los invitados y férrea exclusión de los de afuera. Al fin el mar estalla porque el viento lo enfurece. Don Darío recoge colillas en la playa para fumar. Le compramos una cajetilla que recibe como un tesoro.

Siete. Y miramos la geografía sagrada, esos símbolos obvios que suelen escapar a la interpretación. La luna arriba alude a lo que representa: el más allá. En el restaurante playero más solicitado —lleno a reventar mientras los otros lucen vacíos— están dos hombres a la mesa. Uno se queja y el otro escucha en silencio sus reclamos: “No hablas de nada, ni siquiera de ti. Viajar contigo es espantoso, me tiras mala onda cuando trato de ligar.” Etcétera.

Ocho. Profesionales de la traslación, bisnietos de los beats viajeros y nietos de los hippies en movimiento, cuyo lenguaje es tan sintético como el de sus antecesores, estos jóvenes que dejarán de serlo sólo están en la búsqueda de sensaciones y experiencias por ellas y no por sus consecuencias: ¿son los usuarios terminales de sí mismos anunciados por el horror de la época? Hay una confesión de medianoche, mirando la luna y sentados en la orilla, que tranquiliza: todo pasa, esto también. La vida es como la marea, viene y va.

Nueve. Una familia veracruzana de paseo por la playa no se mete al agua. Sus miembros ni siquiera llevan traje de baño. Hacen como la mayoría de los lugareños, que observan el mar con unción y respeto y después se marchan. Quien sufre es Santos, un perro de raza al que su urbana y glamorosa dueña no deja jugar febrilmente en la arena. La lluvia pasó de largo pero cubrió el sol y aligeró el día. Aunque no se llevó consigo la compulsión por saber qué pasa en el mundo mientras uno está al margen de este. No news, good news.

Diez. Se fuma mota a lo largo de la playa con todo desparpajo y a la vez con toda discreción. Mientras languidece el negocio de una linda vendedora local de donas —pegajoso producto que nadie quiere consumir en el calor marino—, el traficante de la zona, una suerte de lanchero existencialista solícito y solicitado, no se da abasto para surtir tanta demanda como parece tener. Viene y va durante toda la mañana entre tatuajes, rastas y hermosas muchachitas en toples que juegan bajo el sol. La belleza de los cuerpos es múltiple, regular y visible, pequeñas tribus de un mundo global o enclaves de tolerancia y vida en la playa, así, siendo nadie y yendo a ninguna parte.

Once. Aquellos que siempre quedan en el tumbo de la ola, los temerosos del mar, son a quienes el agua revuelca, empavorece y castiga. Una apuesta pareja norteamericana pregunta por sitios, precios, condiciones. ¿Por qué a nosotros? Quizá porque nuestros años son los más maduros de toda la playa y dar consejos es una acción de la tercera edad. Don Darío, alérgico al mar que desde hace años vive fatalmente delante de él, dice: “a las dos va a llover”, y a las dos llueve. Lo que hoy está mañana se habrá ido, pero no el mar, que seguirá palpitando. Unos van, otros vienen, de ahí la amable o ruda indiferencia de los oriundos para con los visitantes. Y el mar, cuyo color cambia igual que sus rizos, sus golpes y sus ondas, siempre distintos, siempre igual.

Doce. En la noche estalla la tormenta. A continuación de un cielo inusual, donde la luna parece una perla en una vulva aérea, mientras la playa hierve suavemente entre grupos nómadas que comparten el tiempo, de arriba descienden agua, viento, relámpagos y truenos que estremecen las frágiles cabañas y cortan el resuello de quienes velamos en ellas, mecidos por un miedo tan indómito como una bendición. Luego el torrente cesa y la luna esplende sobre Mazunte.

Tomado de https://morfemacero.com/