noviembre 7, 2025
Innovar en el mundo

Innovar en el mundo

Tomado de Ethic.es

Al pensar en innovación, todavía viene a la cabeza la imagen de Steve Jobs presentando el iPhone. Un genio de ideas disruptivas, subido a un escenario con un pequeño artefacto en la mano, contando una historia muy cuidada, guiando a su audiencia a lomos del hype hacia la sorpresa final del one more thing. A partir de este tipo de figuras, se construyen arquetipos, y se les dota de propiedades: mente abierta, pensamiento crítico, creatividad, riesgo, etc.

Tal vez esa es una visión simplista y reductora de la persona a sus cualidades, como hablaríamos de cualquier otra sustancia: un mineral, un reloj, o un perro. No se puede reducir la innovación a un conjunto de atributos que se obtienen sacando factor común de un grupo de personas; ni tampoco a un catálogo de herramientas, procesos y metodologías. Innovar es un modo de ser, una manera de habitar el mundo y relacionarse con él. Un modo activo, propio de un tipo de ser en concreto, el ser humano, capaz de hacer ciencia (conocer el mundo) y tecnología (intervenir en el mundo desde el conocimiento). Si añadimos que innovar es usar la creatividad para resolver problemas de una forma que nunca se haya hecho, ya se encadenan cuatro verbos activos: conocer, intervenir, crear y resolver, que confluyen bajo un verbo heideggeriano: ocupar.

Pensar la innovación interpretando a Heidegger ofrece una perspectiva que ayuda a los innovadores a entender su esencia y propósito. En Ser y tiempo, Heidegger expone diferentes formas de entender a los seres, primero como sustancias que se presentan a nuestro alrededor, y que al percibirlas definimos y clasificamos; y luego como herramientas y prácticas que usamos para transformar lo que nos rodea. Hay una tercera forma, llamada «estar-en-el-mundo», que es exclusiva de un ser en particular, el ser humano, o Dasein. De todos los seres conocidos, el Dasein es el único que tiene la posibilidad de «ocuparse del concepto del ser», puede conocerse a sí mismo y conocer a otros, definirles, y clasificarles. Se dice posibilidad porque el Dasein tiene la capacidad de «ocuparse» o «desocuparse», cada cual elige. Aquí ya se descubre que el innovador es un tipo particular de ser humano, no tanto por la etiqueta en la firma de su email, ni por su dominio de un proceso, o por los resultados que consigue; sino por una forma particular de ocuparse en su estar-en-el-mundo, y que se manifiesta en cómo aborda la acción, la relación con otros, la transformación del presente, y su proyección hacia el futuro.

El innovador como sus propiedades

En el nivel más superficial, el innovador se manifiesta a través de etiquetas, que coinciden en perfiles de Linkedin y ofertas de empleo: curioso, atrevido, creativo, inconformista, resiliente… Siendo virtudes deseables, y seguramente necesarias, vistas en perspectiva no dejan de ser propiedades que ayudan a definir cualquier concepto a partir de sus características.

Innovar es un modo de ser, una manera de habitar el mundo y relacionarse con él

Es la visión tradicional en la que nos aparece aquello que tenemos presente, igual que el oro se reconoce porque es una sustancia que «tiene» color, densidad o composición atómica, el innovador se reconoce porque «tiene» mente abierta, tolerancia al riesgo o sensibilidad al cambio. Además de presencia, estas propiedades permiten señalar pertenencia, la propiedad convertida en etiqueta que sirve de atajo mental para saber quién encaja en un perfil o un colectivo, a modo de salvoconducto que abre el paso a puestos de trabajo, oportunidades, conferencias, etc.

El problema es que este punto de vista cosifica a la persona en su rol de innovador. Lo reduce a un conjunto de cualidades que se poseen o no, y en qué grado; ser creativo no es igual que ser muy creativo. Y al hacerlo, deja fuera lo más importante: que innovar no es algo que se tiene, sino algo que se hace y que, haciéndose, se vive. El innovador como «sustancia con propiedades» resulta cómodo y, por ello, insuficiente. Puede servir para clasificar la audiencia de una campaña de publicidad en Meta, pero no alcanza a describir qué ocurre cuando una persona vive transformando su entorno.

El innovador como su práctica

El siguiente nivel ya es más interesante. Heidegger explica que lo que el Dasein utiliza no lo entiende por observación o análisis, sino porque lo integra en una práctica. Es el mítico ejemplo del martillo, su presencia es madera y metal, peso y forma, todas ellas propiedades que pueden referirse, y que se vuelven invisibles cuando se usa el martillo según su propósito esencial. Entonces se convierte en acción, desaparece el pensamiento del martillo como sustancia, pues la consciencia transita al montar la librería del salón.

Con la innovación ocurre lo mismo. Es irrelevante si las herramientas, sistemas, procesos y metodologías son sustancias; si tienen carácter físico, mental o digital; si requieren la presencia; o en qué punto integran la IA. Todo eso cobra sentido únicamente cuando se aplican a la solución de un problema y, por tanto, a la intervención en el mundo.

Cuando un equipo domina estas herramientas o metodologías no piensa en el proceso, su presencia no está en metodología, sino en la aplicación; su consciencia fluye a ella porque ha entendido su esencia y propósito. Como el martillo en la mano del carpintero. Aquí hay dos ideas derivadas que merece la pena introducir. La primera es la dimensión cultural. Más allá de la metodología, la cultura subyacente debe normalizar el experimento, el derecho a fracasar y la obligación del aprendizaje. La segunda, que la herramienta debe ser transparente. Cuando la herramienta, llámese design thinking o power point, reclama protagonismo, entonces no se ha logrado la conexión con el propósito, y se cae en el teatro.

El modo de ser del innovador

El último nivel es el más profundo y por tanto más relevante. Heidegger llamó Dasein al ser humano, porque es un ser diferente al resto. Definirle por atributos o herramientas es limitante, pues su esencia nace su modo exclusivo de estar-en-el-mundo. El Dasein no se relaciona con «el mundo» como algo externo, ni con «su mundo» como algo interno. Ni siquiera ambos son un subconjunto de «todo el mundo». Está abierto al mundo, lo habita e interpreta, por eso lo conoce y lo comprende, y de ahí nace su habilidad de definirlo y transformarlo.

Aquí surge el sentido más pleno del innovador. Innovar no es tener ciertas virtudes, ni manejar determinadas metodologías, es una forma de existir, un modo de estar-en-el-mundo que se caracteriza por una ocupación concreta: usar la creatividad para resolver problemas de una manera mejor. El presente es imperfecto y está lleno de fisuras, y eso lo convierte en un jardín oportunidades. Y como la temporalidad es otra de las cualidades del Dasein, el innovador se proyecta siempre hacia el futuro. Esta manera de estar-en-el-mundo requiere mirar los fenómenos de una forma nueva, y comprometerse con la acción que los transforma. Se traduce en actitudes concretas: apertura a la incertidumbre, tolerancia al error, empatía con la persona, deseo de impactar, etc. Lo más importante es que no son cualidades que «se tienen» en un grado, o que se «aplican» con mayor o menor éxito, es una forma de vivir que se manifiesta en cómo uno mira, escucha, pregunta, piensa, decide, actúa y se compromete. Y esa manera de habitar el mundo es permanente, no ocurre sólo en horario de oficina.

Estar-en-el-mundo desde el Humanismo

Ese innovar entendido como modo de estar-en-el-mundo, abre la opción de incorporar el pensamiento humanista, haciendo que el Otro sea siempre un fin y nunca un medio. Que el compañero no sea un recurso que manipular, ni el cliente dinero que agarrar. Si ocuparse del mundo para transformarlo es la opción que eligen los innovadores, incorporar el respeto a la dignidad humana debería ser su obligación. Pero es una opción, porque la opcionalidad es una cualidad del Dasein.

El estar-en-el-mundo del innovador que incorpora el humanismo puede apuntalarse en algunas ideas relevantes del pensamiento contemporáneo. Hannah Arendt propone que el ser humano se realiza en la acción en el espacio público, donde las decisiones se hacen visibles y afectan a los demás. Jean Paul Sartre añade que esa acción se convierte en el sentido de la existencia por el compromiso entre decisiones en el presente y consecuencias en el futuro. Y Marina Garcés apunta que ese compromiso se sostiene gracias a la promesa hecha con las generaciones venideras, cuando se les garantiza que la acción de hoy no agota el mundo, sino que lo abre para ellos.

El modo de estar-en-el-mundo que consiste en ocuparse de los problemas, creando nuevas soluciones desde el respeto a la dignidad humana y el compromiso de construir un mejor futuro, define la esencia de la innovación humanista.


Carlos L. Guardiola es Chief Innovation Officer de Sngular

Tomado de Ethic.es