Colaboraciones
Héctor Ramírez / Sandra Arvizu
La mujer nos exalta, nos hace salir de nosotros
y, simultáneamente, nos hace volver.
Caer: volver a ser. Hambre de vida: hambre de muerte.
Salto de la energía, disparo, expansión del ser:
pereza, inercia cósmica, caer en el sinfín.
Extrañeza ante lo Otro: vuelta a uno mismo.
Experiencia de la unidad e identidad final del ser.
Octavio Paz, El arco y la lira
Breve crónica personal
Sandra Arvizu fue siempre una mujer valiente. Desde muy joven tuvo que peregrinar por médicos y hospitales, lo hizo con total entereza y sin perder el aliento. Nunca la escuché quejarse o maldecir por las interminables horas que tenía que padecer como paciente, y siempre fue de lo más responsable con los horarios y dosis en lo referente a sus medicamentos, lo cual puede sonar elemental, pero se requiere de una férrea disciplina para cumplir con tareas aparentemente sencillas, pero realmente importantes.
En el principio de sus padecimientos (éramos muy jóvenes, teníamos escasos veintiún años) los diagnósticos médicos fueron totalmente imprecisos: lo mismo decían que tenía fiebre reumática, que artritis reumatoide o que algún trastorno desconocido. Después de un largo etcétera resultó, a final de cuentas, muchos años después, que se trataba de algo llamado Espondilitis Anquilosante, una enfermedad que —para colmo— se supone que estadísticamente afecta principalmente a los varones y no a las mujeres.
Debido al desgaste de sus huesos, tuvieron que colocarle prótesis en la cadera en cuatro ocasiones (dos del lado derecho y dos del lado izquierdo). Esas intervenciones quirúrgicas duraban una gran cantidad de horas y Sandra, que guardaba un cierto grado de conciencia por el tipo de anestesia que le aplicaban, me contaba que entre la nebulosa de ese sueño inducido escuchaba a los médicos y a las enfermeras martillando y taladrando, al tiempo que tarareaban canciones de “JuanGa” y contaban chistes. A ese martirio había que sumarle las angustiosas horas de recuperación al salir del quirófano y los largos meses que tenía que permanecer en cama en decúbito supino, que es la posición en la que una persona se acuesta boca arriba, con la cabeza y el torso apuntando hacia el techo y los brazos a lo largo del cuerpo, con la infame condición de que no podía cerrar totalmente las piernas o colocarse de costado porque las prótesis “se echarían a perder”. Eso que llaman “el umbral de dolor” en Sandra era impresionante. Aunque no tuvo hijos, muchas veces pensé que, si existiera la posibilidad de medir el dolor, es posible que un parto pudiera parecer un juego de niños ante este tipo de suplicios.
Las enfermedades generan padecimientos colaterales y ella, por supuesto, tampoco se libró de esto. Ya fuera por la enorme cantidad de medicamentos que tenía que ingerir o por cuestiones relacionadas con la misma enfermedad, fueron incontables las ocasiones que acudimos de emergencia al hospital porque presentaba afecciones en algún riñón, en el estómago, una terrible migraña o cuando se le presentaba una crisis por una afección llamada Uveitis, la cual es una peligrosa inflamación de los ojos que, si no se atendía rápidamente mediante infiltraciones alrededor del ojo e intraocularmente, podía derivar en la pérdida de la vista. Por supuesto los tratamientos también oscilaban entre la tortura china y la inquisición, pero ella se mantenía siempre estoica.
¿Por qué me parece importante mencionar algo de lo mucho que enfrentó durante años con admirable entereza? Porque a pesar de todo el dolor que tuvo que encarar a lo largo de su vida, nunca se dio por vencida y tampoco fue lo más importante para ella. Sus prioridades estaban en vivir, leer, pensar, soñar, escuchar música, descubrir siempre algo nuevo, reflexionar y apasionarse por el arte y la cultura en muchas de sus expresiones. Y todo eso la mantuvo, sin duda, inmarcesible.
¿Cuántas películas vio en su vida? Cientos, probablemente miles y lo digo sin temor a equivocarme. Su memoria era impresionante y privilegiada, lo que le permitía tener información de directores, actores, actrices, historias y secuencias de películas. Siempre con un juicio crítico y un cinéfilo entusiasmo para apreciar una obra maestra o para hacer pedazos una mala cinta, eso si, siempre con referencias precisas y convincentes.
Me gusta pensar que Sandra se fue de esta vida igual que “Joe Gideon”, el personaje central de la película All That Jazz: despidiéndose relajada, divertida, con bailarines a su alrededor vestidos con mallones de cuerpo entero simulando el sistema circulatorio; al compás de la música y recordando a todos los que formamos parte de su vida; que su ángel de la muerte no fue la hermosa Jessica Lange, sino el bello Alain Delon, a quien Sandra admiraba tanto en Le Samouraï, esa cinta del Cinema Noir, que por cierto era uno de sus géneros favoritos.
Por supuesto la literatura fue otra de sus grandes pasiones y gracias a ello nos conocimos en la carrera de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Lectora incansable de la literatura española de los Siglos de Oro y del Ciclo Artúrico, desde que las descubrió fueron de sus lecturas predilectas, como lo fue también la poesía: Neruda, Castellanos, Villaurrutia, los Poetas Malditos, Storni, Pizarnik, Plath, Benedetti, Martínez Negrete, Hernández, García Lorca y muchos otros y otras que la acompañaron siempre.
Las Moiras en la poesía de Sandra Arvizu
Los griegos creían que el hado de la persona era fijado desde el momento de su nacimiento y las Moiras, deidades primitivas, hilaban en su rueca una hebra de hilo dorado que representaba la vida de cada persona, así como su destino. Cloto hilaba la hebra, Láquesis asignaba la duración del tiempo de vida y Átropos la cortaba cuando era el momento de que alguien muriera. Los mismos dioses no osaban interferir porque eran ellas quienes decidían sobre el destino, lo que significa que ni siquiera los dioses eran capaces de salvarles la vida ni a sus hijos mortales ni a sus mortales favoritos. Como hijas de la Noche, las Moiras gobernaban los destinos de la humanidad.
Cloto, la que hila la hebra
La voz del (la) poeta saca a la luz esos mundos interiores que nos ayudan a sobrellevar lo cotidiano. A ellos (los poetas) y a nosotros los lectores. En el caso de la poesía de Sandra Arvizu podemos encontrar imágenes que son de una serena suavidad y abismos que nos hacen sentir el vértigo de versos en los cuales podríamos perdernos por su rotunda sustantividad o una desesperanzada contundencia.
En el poema titulado Cuerpo iluso las palabras están casi levitando en la narración de una actividad ordinaria, para descubrirnos que los sentidos del ser humano pueden encontrarse en el espacio o sitio más inesperado cuando dice: te tengo pegado/ detrás de los ojos/ en el meollo de la cabeza/ donde el olfato/ va a encontrarse/ con la mirada; y las cosas adquieren un mayor significado cuando pensamos en la importancia conjunta que adquieren estos dos sentidos si de lo que se está hablando es de amor–pasión.
Sin lugar a dudas, la voz tiene mucho que ver con nuestra identidad, nuestra forma de ser. Ese sonido que se origina por la vibración de las cuerdas vocales, gracias al aire que pasa por la faringe es prácticamente único e inseparable de nuestra personalidad, aunque en algunas familias la genética es tan fuerte que los hermanos o hermanas tienen timbres de voz muy similares. Salvo esas excepciones, la voz es casi tan singular como las huellas digitales y, en otro de sus poemas Sandra Arvizu le da una importancia y un lugar señero cuando afirma: tu voz siempre irrumpe/ en el momento preciso; para más adelante darle el valor de una joya al afirmar: entre miles de palabras/ tu voz.
Hace falta un sentimiento realmente profundo para entregarnos a otro, sin restricciones y, en ese sentido, qué regalo más grande y significativo puede recibir el destinatario de palabras como: Hace mucho alguien abrió/ la puerta de mis sueños. En ese poema tan personal en el que Arvizu hace un recuento en el que va hilvanando historias, habla lo mismo de situaciones como la furia de la infancia hasta llegar al desenlace escribiendo: esta consumación que nos hace infinitos, en donde se puede encontrar esta prodigiosa imagen en la que —paradójicamente— se reúnen el final, la conclusión con lo eterno y lo interminable. Es privilegio de la poesía esa posibilidad de vincular opuestos, como es el caso también del verso donde dice: Sed a ras del agua/ dejamos emerger la corriente y su lírica navega por aguas apasionadas, cuando en otro de sus poemas encontramos la figura que bien podría encadenarse con la anterior al decir: Cuerpo de vela, / estoy esperando que el/ tiempo te devuelva.
Láquesis, la que asigna la duración del tiempo de vida
En estos tiempos de desapegos y obsolescencias programadas, también es posible valorar una relación emocional con poesía, como lo demuestra Sandra Arvizu al escribir una loa a tres décadas de afinidad. En sus versos nos revela el por qué cuando afirma: El amor nuestro/ no tiene fin/ no tiene comienzo/ tiene nuestro espíritu y es precisamente ese principio generador, esa esencia y sustancia la que da sentido a una unión duradera en la que se suscitan diálogos, incluso cuando no se pronuncian palabras, como lo señala más adelante la poeta al escribir: Hoy escucho/ en nuestros silencios/ nuestros nombres juntos/ Nuestro querido y anhelado amor.
El poema titulado Nada es una invitación a una reflexión que inicia con una voz desesperanzada: Nada compone/ lo que está de más, para después empezar a hilar fino con la imagen de: Estas hebras/ despuntan su largura, en un verso que si bien podría referirse a una línea de pensamiento, no es este el caso, ya que utiliza el sustantivo para definir una extensión delgada y larga de un objeto que oscila entre lo material y lo emocional para advertir: No vuelvas a enredarte/ que no sabré/ cómo desmadejar tu tiempo/ y liberarnos de una red/ que a ratos nos atrapa, definiendo esa lucha constante en la que se encuentran los amantes, convirtiéndose en una especie de “Penélope” que espera pacientemente para, a manera de conclusión: volver a mantenernos/ en/ este/ precario/ equilibrio.
Más que la sed es el poema más extenso del libro y bien podría leerse desde la perspectiva de un relato de vida, de una honesta declaración de principios como ser humano, como pareja, como amante. En una conmovedora cascada de “Sis” —en su figura de conjunciones condicionales— va trenzando metáforas como: Si tu voz se esconde/ y muere como un eclipse; o bien Si la mirada deja de soñar/ y se vuelve el malformado rostro de la ira, éstas van atadas con señales más bien terrenales como cuando escribe: Si la vida cada vez está más lejos/ y más sola; uniendo ese primer verso con el último de la estrofa, nos damos cuenta que en un estado de crisis las emociones se desbordan y nos cierran las salidas al decir: Si ya no quiero seguir sonriendo/ porque ya no importa más que nada/ Nada.
Arvizu pasa de los “si” que nada tienen que ver con afirmaciones, a los “no” que —en algunos versos— cumplen la función de adverbio de negación: No quise hijos/ No quise lo que no pude, y en algunos otros parecería que encabezan la intervención en un diálogo: No quise tampoco doblar la esquina/ sin que tú me acompañaras. Acorde a esta sintaxis que propone la poeta, al parecer siente la necesidad de llegar a una conclusión: Hoy soy la voz de mi extrañeza, para enseguida retomar el adverbio recurrente: No seré los verbos encarnados en que te tengo; y aquí es claro que la unión de los vocablos “verbos encarnados” nada tiene que ver con el concepto religioso, sino con la raíz latina que procede de incarnatio, de in (dentro) y caro, carnis (carne) que significa ‹‹dentro de la carne››.
El poema avanza. Por momentos oscila entre la introspección: Vago como una sombra/ que busca su cuerpo/ tú mi cuerpo de un amor/ de tristezas; y un diálogo que no espera respuestas: Cómo volver a ser lo que fuimos/ No hay forma de desandar este tiempo/ y volvernos el sueño de tenernos juntos. Aquí es importante señalar que este poema no tiene puntuación, pero las palabras y los versos fluyen de tal manera que ésta no se echa de menos.
Desde mi punto de vista el verso que da título a este poemario encierra, de muchas maneras, lo que podría considerarse el misterio de la poesía: como esas noches/ en que nos quisimos/ Más que la sed/ ama el agua; con sólo siete palabras abre la posibilidad del infinito, todo adquiere un valor y una dimensión diferente. Su contundencia es asombrosa y nos da la posibilidad de pasar de lo común, de lo ordinario, para navegar en aguas más profundas. Hölderlin tenía toda la razón: “Lo que perdura lo fundan los poetas”.
Sandra Arvizu entra por el sueño, sale por la pesadilla y viceversa. En ese constante ir y venir nos entrega versos que en ocasiones son testimonio de su tránsito onírico y escribe: y soy sueño inacabado,/ mustio antes de despertar, para después pasar a lo que sin duda podría considerarse poesía pura cuando dice: envuelta en una blanca sábana de arroz,/ almidonada en la cadencia del daño. En otra de sus composiciones más extensas, se suceden las preguntas y quedan pendientes las respuestas o quizá, como tantas veces sucede, nos hacemos preguntas de las cuales ya conocemos las respuestas. Además de los cuestionamientos, juega con las palabras para crear figuras contundentes: Tú, mi cuerpo de un amor de durezas, o bien con trazos metafísicos: Es esta inexpugnable ansia/ de melancolía de futuro, para llegar a desenlaces como: No quedan huecos que llenar/ con las palabras masculladas. Llama la atención que uno de los versos que utilizó en el poema Más que la sed se repite en Sueños y pesadillas, pero ahora en el cierre y con un sentido que preserva su origen en la palabra latina para manifestarse como ‹‹dentro de la carne››, pero en un sentido distinto: No seré de otros/ ni seré menos que la luz./ No seré los verbos encarnados en que te tengo.
Átropos, la que corta el hilo de la vida
Siete poemas + uno (antes del fin) es sin duda el capítulo más contrito de este libro. En general los poemas son breves, pero tienen una carga sensible muy especial ya que en ellos la poeta avizora, pero no se conforma; se resigna, pero continúa luchando. Hablar de la muerte sin pronunciarla hace más fuerte la presencia de ésta. Está ahí mordiendo a cada momento las ideas y las palabras y se manifiesta en su contrario, en un grito ahogado cuando escribe: Nada es igual a vivir./ Nada. Si este tipo de versos los escribe alguien que, literalmente, está luchando por su vida adquieren una potencia diferente: Vivir,/ con la felicidad/ o con la dicha mezquina/ de los centavos/ que se pidieron/ cien años de rodillas./ Pero vivir.
En esta serie los poemas no tienen título y no lo necesitan. Van construyendo una lacerante bitácora, que por momentos se torna esperanzada. Es claro el sentir de la poeta cuando escribe, refiriéndose a cómo su mirada se escapa: encerrándome en un laberinto/ que recorro sin prisa, lo cual es totalmente comprensible pues en una situación como la que estaba viviendo, nada amerita premura realmente y sin duda es posible-necesario encontrar el goce en cada momento de lo habitual, como sucede en estos versos: En el jardín pintado de rocío/ el canto de los pájaros/ juega a esconderse/ detrás de la palmera/ dejándome en silencio; y es en esa condición en la que nos comunica un sentimiento de paz en medio de una tormenta, un respiro quizá para poder tomar fuerza y seguir adelante.
El miedo es esa emoción desagradable, esa aversión natural de todo ser vivo ante el riesgo o la amenaza. Ante esta turbación tan primaria como natural, Sandra Arvizu la trata de definir a su manera y nos dice: es el temor/ el que tiene más miedo. Sin lugar a dudas enfrentar una enfermedad terminal en una fase avanzada requiere valor, lógicamente nos paraliza y quizá es por ello que escribe: y no me muevo/ y no pregunto/ y el miedo…
Sin embargo ella tiene la posibilidad de la poesía para tratar de liberarse y levantar el vuelo para llegar a un mejor lugar escribiendo: y soy un ave/ que se transforma/ en aire/ y siento/ humedecerse/ los segundos…
A manera de epílogo
En el año 2020 (si, ese terrible año en el que nos encerraron y el mundo cambió para después volver a ser lo mismo), le diagnosticaron a Sandra un cáncer de ovario en fase 4. Creo que nunca entendimos de manera cabal la gravedad del tema, pues nos enfocamos en tratar de que saliera adelante y lo superara, con la esperanza de que se uniera a los afortunados que pueden hablar de ello y que se declaran “en remisión”. No pudo ser. Aun- que ella fue sometida a larguísimas quimioterapias e intervenciones quirúrgicas, enfrentó —como era su costumbre—todos los tratamientos con entereza, nunca se dio por vencida y mantuvo su inteligente buen humor y su habilidad para esquivar obstáculos burocráticos. Por si todo esto fuera poco, a las dificultades de su salud hubo que sumarle los problemas de la emergencia por el covid: el peligro del contagio que en esas circunstancias era terrible; la saturación de los hospitales; las carencias en la atención y medicamentos y un largo, largo etcétera. Pero ante todo, otra vez, Sandra fue inmarcesible.
La mañana del 16 de septiembre de 2021 falleció en nuestra casa. Se fue silenciosa y amorosamente en lo que llaman “la muerte de los justos”, pues se quedó dormida y ya no despertó. Tal y como lo dicta el salmo de la Biblia Isaías 57;2: ‘Entran en la paz. Descansan en sus lechos, los que andan en su camino recto’.
Sin duda el haber permanecido a su lado en el momento de su último aliento fue sumamente importante, sin embargo, siguen siendo —ante el desventurado hecho— de lo más precisas y reveladoras de mi sentir los versos del poeta César Vallejo:
Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.
A tres años de su partida y a unos cuántos días de que podríamos haber llegado a los 42 años de casados, he podido reunir la fortaleza emocional suficiente para rendirle —con la publicación de sus poemas— un pequeño homenaje a su presencia y a su recuerdo, para lo cual he contado con la solidaridad y apoyo de entrañables personajes como Eugenia Bielak quien me ha sostenido con gran sabiduría y que, sin lugar a dudas, ha sido mi roca; o como mi hermano del alma el escultor Jorge Ismael Rodríguez que me ha acompañado en este difícil proceso de duelo con enorme paciencia y generosidad; el querido y talentoso artista Alfonso Mena, quien es el autor de la magnífica obra de la portada; la valiosa asesoría de Elik Troconis; el extraordinario texto de mi admirado Juan Rafael Coronel Rivera; así como el emotivo escrito que generosamente me entregó el brillante editor José Antonio Lugo y, por supuesto, con el atinado y puntual diseño realizado por mi amigo y socio en Atelier de la imagen Quetzal León.
“SEPTIEMBRE”
El tiempo cambia
cuando se cumple un año
más de vida juntos.
Se deshacen las nubes
y, aunque no llueva,
el cielo se hace líquido.
Ya han pasado muchos años.
Nadie sabe mejor que tú
este tiempo que vivimos,
que es como tijeras
que escarban la piel
buscando entre la carne y mi ser.
Supongo que es natural no acordarse
de ese remoto tiempo
y la juventud.
Aunque sí recuerdo que
algunos días fui tu cuerpo,
que dejé en tus labios
mi amargura;
que era tu amor
y tu incertidumbre toda,
con tus plumas
y tus ojos de amor cálido.
Esos días en que ya su distancia
está en el pliegue imposible de lo pasado.
Pero siempre serás esa promesa,
esa ilusión de paz que me contiene
y que me amarra para siempre a lo imposible…
Y van mi firma elegante con beso y todo
y nuestra canción “Septiembre”
aunque nos casamos en octubre.
MÁS QUE LA SED
Esa noche dejé de ser
y la violencia surgió
(perdóname)
porque no puedo
sobrevivir a tu desamor
si ya no guardo tus secretos
este estrépito que nos consume
nos ha llevado a que todo se vuelva irreversible.
Si la vida cada vez está más lejos
y más sola
Si de las dudas solo conservo su naturaleza
Si tu voz se esconde
y muere como un eclipse
Si tus pasos lejanos me adormecen
porque cada paso es al vacío
Si la mirada deja de soñar
y se vuelve el malformado rostro de la ira
Si no puedo volver a ver tus ojos
cansados y antiguos
Si ya no quiero seguir sonriendo
porque ya no importa más que nada
Nada
No quise hijos
No quise lo que no pude
No quise darte lo que te dí (solo tristeza)
No quise lo que soy y que quiero dejar atrás
No quise doblarme
ni amarrar a la voz los sonidos de lo carente
No quise morir en tu mirada
No quise tampoco doblar la esquina
sin que tú me acompañaras
No quise empezar este año de muerte
Un tiempo fui de mí y de ti
Hoy soy la voz de mi extrañeza
No seré los verbos encarnados en que te tengo
No soy tu amor
Esto es lo indeciso de mi futuro
en el que no estarás
como la imagen de lo que quiero
Vago como una sombra
que busca su cuerpo
tú mi cuerpo de un amor
de tristezas
No soy la amante
la que escribe este sonido
de piel que se apaga en la oscuridad
no puedo abandonar
esta sensación de sin futuro
que está suspendida
como una daga
que no hace heridas
ni tampoco las cura
Cómo quitarme esta sensación de culpas
Cómo evitar ser la imagen caída
de quien no sabe cuándo llega su final
Tu silencio es lo más doloroso
como si evitar las ofensas
fuera parte del delirio y del dolor
Estoy en esta casa
que es de amor
mientras el viento
irrumpe afuera
tumbando el amor de tu mirada
Cómo volver a ser lo que fuimos
No hay forma de desandar este tiempo
y volvernos el sueño de tenernos juntos
Ya no merecía tu amor
y estas letras son de dolor
cuando ya no cabe volver
a los diecinueve
Las sombras me alejan de tu sol
Lo venidero no tiene tiempo
ni silencio que cubra la desazón
Y ahora en esta tarde te deshaces
de una pesada carga
Habrá alguien que nos complete
Acaso debemos esperar que otra sea
la clave de tu entereza
Mientras la vida
me parece tan frágil
igual que la luz de tus ojos
quedo como un latido intermitente
amarrada a tus labios que tanto amé
A lo que podría beber
de tu cuerpo y no beberé
A tu dulzura de hombre
A esta lentitud del tiempo
que de cualquier modo
se nos escapa de las manos
Si pudiera
entre las piedras encontrar
cómo poder olvidar
lo que me pediste olvidar
como esas noches
en que nos quisimos
Más que la sed
ama el agua
Si pudiera decir tu nombre
y que no se descompusiera
antes de armar nuestros besos
como se deben las deudas de la piel
como este disminuido
ser que no soy de ti
como ese lento murmurar
de los momentos de amor
Hoy no soy más que una mujer
a la que debes abandonar
en mitad de la noche para sanar
La lluvia
nos corta los pasos.
No habrá agua
para traspasar
gota a gota
los gestos que inventamos.
19 de junio de 2021
Lejos está el vago aroma
tierno de mi tierra.
No hay época más cruel
que oler las lenguas
del infierno que
llegan desde lejos.
No molestar.
Do not disturb.
Beberé el té con canela,
este té salobre,
como los sueños.
No puedo compartir contigo,
una encomienda.
Poner en tu boca
una cucharita desbordante
de dulce de leche.
Espiaré el ebrio espejo
que guarda voces de nostalgia.
¿Cuándo cesará
el infierno en mi tierra?
Beberé tequila,
sentada junto a Juan Rulfo,
quien susurrará en mi oído:
“Miraba caer las gotas
iluminadas por los relámpagos,
y cada que respiraba suspiraba,
y cada vez que pensaba,
pensaba en ti, Susana.”
Buscaré una señal
en tiempos más propicios,
voces de lejos de la tierra
en que duerme el padre de mi madre.
La tierra donde han quemado cuerpos.
La tierra donde te hacen beber cicuta.
La tierra donde deben crecer mis sueños.
10 de mayo de 2021
Estoy devastada,
me convierto en
un mar sin fin de lágrimas,
por mí y por esta vida…
Se me entierra
la prisa por dejarlo todo…
Sangra mi corazón
y sé que esta sangre
solo atraerá a los lobos.
Iré a buscar la humanidad
a otro mundo en donde
no se limiten a recibir la voz
de auxilio y su quemazón,
impertérritos…
Me voy a perder en mi ciudad interna
y seguiré como si nada pasara.
Mientras tanto guardaré todo lo
que nadie quiso de mí.
Yo que siempre esquivé el dolor
y me lo topé de frente,
quedo en la soledad y sin vida.
Hay tiempos donde
callar es lo mejor,
donde la evidencia
de uno mismo
no puede exponerse al mundo
y donde es mejor ir guardando
las huellas
para luego perderlas.
Mi tormenta pasará
hasta
d
e
s
a
p
a
r
e
c
e
r
.
4 de enero de 2021
Tomado de https://morfemacero.com/
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