Inmarcesible

Inmarcesible

Colaboraciones Héctor Ramírez / Sandra Arvizu La mujer nos exalta, nos hace salir de nosotrosy, simultáneamente, nos hace volver.Caer: volver a ser. Hambre de vida: hambre de muerte.Salto de la energía, disparo, expansión del ser:pereza, inercia cósmica, caer en el sinfín.Extrañeza...Tomado de https://morfemacero.com/

Colaboraciones

Héctor Ramírez / Sandra Arvizu

La mujer nos exalta, nos hace salir de nosotros
y, simultáneamente, nos hace volver.
Caer: volver a ser. Hambre de vida: hambre de muerte.
Salto de la energía, disparo, expansión del ser:
pereza, inercia cósmica, caer en el sinfín.
Extrañeza ante lo Otro: vuelta a uno mismo.
Experiencia de la unidad e identidad final del ser.

Octavio Paz, El arco y la lira

Breve crónica personal

Sandra Arvizu fue siempre una mujer valiente. Desde muy joven tuvo que peregrinar por médicos y hospitales, lo hizo con total entereza y sin perder el aliento. Nunca la escuché quejarse o maldecir por las interminables horas que tenía que padecer como paciente, y siempre fue de lo más responsable con los horarios y dosis en lo referente a sus medicamentos, lo cual puede sonar elemental, pero se requiere de una férrea disciplina para cumplir con tareas aparentemente sencillas, pero realmente importantes.

En el principio de sus padecimientos (éramos muy jóvenes, teníamos escasos veintiún años) los diagnósticos médicos fueron totalmente imprecisos: lo mismo decían que tenía fiebre reumática, que artritis reumatoide o que algún trastorno desconocido. Después de un largo etcétera resultó, a final de cuentas, muchos años después, que se trataba de algo llamado Espondilitis Anquilosante, una enfermedad que —para colmo— se supone que estadísticamente afecta principalmente a los varones y no a las mujeres.

Debido al desgaste de sus huesos, tuvieron que colocarle prótesis en la cadera en cuatro ocasiones (dos del lado derecho y dos del lado izquierdo). Esas intervenciones quirúrgicas duraban una gran cantidad de horas y Sandra, que guardaba un cierto grado de conciencia por el tipo de anestesia que le aplicaban, me contaba que entre la nebulosa de ese sueño inducido escuchaba a los médicos y a las enfermeras martillando y taladrando, al tiempo que tarareaban canciones de “JuanGa” y contaban chistes. A ese martirio había que sumarle las angustiosas horas de recuperación al salir del quirófano y los largos meses que tenía que permanecer en cama en decúbito supino, que es la posición en la que una persona se acuesta boca arriba, con la cabeza y el torso apuntando hacia el techo y los brazos a lo largo del cuerpo, con la infame condición de que no podía cerrar totalmente las piernas o colocarse de costado porque las prótesis “se echarían a perder”. Eso que llaman “el umbral de dolor” en Sandra era impresionante. Aunque no tuvo hijos, muchas veces pensé que, si existiera la posibilidad de medir el dolor, es posible que un parto pudiera parecer un juego de niños ante este tipo de suplicios.

Las enfermedades generan padecimientos colaterales y ella, por supuesto, tampoco se libró de esto. Ya fuera por la enorme cantidad de medicamentos que tenía que ingerir o por cuestiones relacionadas con la misma enfermedad, fueron incontables las ocasiones que acudimos de emergencia al hospital porque presentaba afecciones en algún riñón, en el estómago, una terrible migraña o cuando se le presentaba una crisis por una afección llamada Uveitis, la cual es una peligrosa inflamación de los ojos que, si no se atendía rápidamente mediante infiltraciones alrededor del ojo e intraocularmente, podía derivar en la pérdida de la vista. Por supuesto los tratamientos también oscilaban entre la tortura china y la inquisición, pero ella se mantenía siempre estoica.

¿Por qué me parece importante mencionar algo de lo mucho que enfrentó durante años con admirable entereza? Porque a pesar de todo el dolor que tuvo que encarar a lo largo de su vida, nunca se dio por vencida y tampoco fue lo más importante para ella. Sus prioridades estaban en vivir, leer, pensar, soñar, escuchar música, descubrir siempre algo nuevo, reflexionar y apasionarse por el arte y la cultura en muchas de sus expresiones. Y todo eso la mantuvo, sin duda, inmarcesible.

¿Cuántas películas vio en su vida? Cientos, probablemente miles y lo digo sin temor a equivocarme. Su memoria era impresionante y privilegiada, lo que le permitía tener información de directores, actores, actrices, historias y secuencias de películas. Siempre con un juicio crítico y un cinéfilo entusiasmo para apreciar una obra maestra o para hacer pedazos una mala cinta, eso si, siempre con referencias precisas y convincentes.

Me gusta pensar que Sandra se fue de esta vida igual que “Joe Gideon”, el personaje central de la película All That Jazz: despidiéndose relajada, divertida, con bailarines a su alrededor vestidos con mallones de cuerpo entero simulando el sistema circulatorio; al compás de la música y recordando a todos los que formamos parte de su vida; que su ángel de la muerte no fue la hermosa Jessica Lange, sino el bello Alain Delon, a quien Sandra admiraba tanto en Le Samouraï, esa cinta del Cinema Noir, que por cierto era uno de sus géneros favoritos.

Por supuesto la literatura fue otra de sus grandes pasiones y gracias a ello nos conocimos en la carrera de Letras Hispánicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Lectora incansable de la literatura española de los Siglos de Oro y del Ciclo Artúrico, desde que las descubrió fueron de sus lecturas predilectas, como lo fue también la poesía: Neruda, Castellanos, Villaurrutia, los Poetas Malditos, Storni, Pizarnik, Plath, Benedetti, Martínez Negrete, Hernández, García Lorca y muchos otros y otras que la acompañaron siempre.

Las Moiras en la poesía de Sandra Arvizu

Los griegos creían que el hado de la persona era fijado desde el momento de su nacimiento y las Moiras, deidades primitivas, hilaban en su rueca una hebra de hilo dorado que representaba la vida de cada persona, así como su destino. Cloto hilaba la hebra, Láquesis asignaba la duración del tiempo de vida y Átropos la cortaba cuando era el momento de que alguien muriera. Los mismos dioses no osaban interferir porque eran ellas quienes decidían sobre el destino, lo que significa que ni siquiera los dioses eran capaces de salvarles la vida ni a sus hijos mortales ni a sus mortales favoritos. Como hijas de la Noche, las Moiras gobernaban los destinos de la humanidad.

Cloto, la que hila la hebra

La voz del (la) poeta saca a la luz esos mundos interiores que nos ayudan a sobrellevar lo cotidiano. A ellos (los poetas) y a nosotros los lectores. En el caso de la poesía de Sandra Arvizu podemos encontrar imágenes que son de una serena suavidad y abismos que nos hacen sentir el vértigo de versos en los cuales podríamos perdernos por su rotunda sustantividad o una desesperanzada contundencia.

En el poema titulado Cuerpo iluso las palabras están casi levitando en la narración de una actividad ordinaria, para descubrirnos que los sentidos del ser humano pueden encontrarse en el espacio o sitio más inesperado cuando dice: te tengo pegado/ detrás de los ojos/ en el meollo de la cabeza/ donde el olfato/ va a encontrarse/ con la mirada; y las cosas adquieren un mayor significado cuando pensamos en la importancia conjunta que adquieren estos dos sentidos si de lo que se está hablando es de amor–pasión.

Sin lugar a dudas, la voz tiene mucho que ver con nuestra identidad, nuestra forma de ser. Ese sonido que se origina por la vibración de las cuerdas vocales, gracias al aire que pasa por la faringe es prácticamente único e inseparable de nuestra personalidad, aunque en algunas familias la genética es tan fuerte que los hermanos o hermanas tienen timbres de voz muy similares. Salvo esas excepciones, la voz es casi tan singular como las huellas digitales y, en otro de sus poemas Sandra Arvizu le da una importancia y un lugar señero cuando afirma: tu voz siempre irrumpe/ en el momento preciso; para más adelante darle el valor de una joya al afirmar: entre miles de palabras/ tu voz.

Hace falta un sentimiento realmente profundo para entregarnos a otro, sin restricciones y, en ese sentido, qué regalo más grande y significativo puede recibir el destinatario de palabras como: Hace mucho alguien abrió/ la puerta de mis sueños. En ese poema tan personal en el que Arvizu hace un recuento en el que va hilvanando historias, habla lo mismo de situaciones como la furia de la infancia hasta llegar al desenlace escribiendo: esta consumación que nos hace infinitos, en donde se puede encontrar esta prodigiosa imagen en la que —paradójicamente— se reúnen el final, la conclusión con lo eterno y lo interminable. Es privilegio de la poesía esa posibilidad de vincular opuestos, como es el caso también del verso donde dice: Sed a ras del agua/ dejamos emerger la corriente y su lírica navega por aguas apasionadas, cuando en otro de sus poemas encontramos la figura que bien podría encadenarse con la anterior al decir: Cuerpo de vela, / estoy esperando que el/ tiempo te devuelva.

Láquesis, la que asigna la duración del tiempo de vida

En estos tiempos de desapegos y obsolescencias programadas, también es posible valorar una relación emocional con poesía, como lo demuestra Sandra Arvizu al escribir una loa a tres décadas de afinidad. En sus versos nos revela el por qué cuando afirma: El amor nuestro/ no tiene fin/ no tiene comienzo/ tiene nuestro espíritu y es precisamente ese principio generador, esa esencia y sustancia la que da sentido a una unión duradera en la que se suscitan diálogos, incluso cuando no se pronuncian palabras, como lo señala más adelante la poeta al escribir: Hoy escucho/ en nuestros silencios/ nuestros nombres juntos/ Nuestro querido y anhelado amor.

El poema titulado Nada es una invitación a una reflexión que inicia con una voz desesperanzada: Nada compone/ lo que está de más, para después empezar a hilar fino con la imagen de: Estas hebras/ despuntan su largura, en un verso que si bien podría referirse a una línea de pensamiento, no es este el caso, ya que utiliza el sustantivo para definir una extensión delgada y larga de un objeto que oscila entre lo material y lo emocional para advertir: No vuelvas a enredarte/ que no sabré/ cómo desmadejar tu tiempo/ y liberarnos de una red/ que a ratos nos atrapa, definiendo esa lucha constante en la que se encuentran los amantes, convirtiéndose en una especie de “Penélope” que espera pacientemente para, a manera de conclusión: volver a mantenernos/ en/ este/ precario/ equilibrio.

s que la sed es el poema más extenso del libro y bien podría leerse desde la perspectiva de un relato de vida, de una honesta declaración de principios como ser humano, como pareja, como amante. En una conmovedora cascada de “Sis” —en su figura de conjunciones condicionales— va trenzando metáforas como: Si tu voz se esconde/ y muere como un eclipse; o bien Si la mirada deja de soñar/ y se vuelve el malformado rostro de la ira, éstas van atadas con señales más bien terrenales como cuando escribe: Si la vida cada vez está más lejos/ y más sola; uniendo ese primer verso con el último de la estrofa, nos damos cuenta que en un estado de crisis las emociones se desbordan y nos cierran las salidas al decir: Si ya no quiero seguir sonriendo/ porque ya no importa más que nada/ Nada.

Arvizu pasa de los “si” que nada tienen que ver con afirmaciones, a los “no” que —en algunos versos— cumplen la función de adverbio de negación: No quise hijos/ No quise lo que no pude, y en algunos otros parecería que encabezan la intervención en un diálogo: No quise tampoco doblar la esquina/ sin que tú me acompañaras. Acorde a esta sintaxis que propone la poeta, al parecer siente la necesidad de llegar a una conclusión: Hoy soy la voz de mi extrañeza, para enseguida retomar el adverbio recurrente: No seré los verbos encarnados en que te tengo; y aquí es claro que la unión de los vocablos “verbos encarnados” nada tiene que ver con el concepto religioso, sino con la raíz latina que procede de incarnatio, de in (dentro) y caro, carnis (carne) que significa ‹‹dentro de la carne››.

El poema avanza. Por momentos oscila entre la introspección: Vago como una sombra/ que busca su cuerpo/ tú mi cuerpo de un amor/ de tristezas; y un diálogo que no espera respuestas: Cómo volver a ser lo que fuimos/ No hay forma de desandar este tiempo/ y volvernos el sueño de tenernos juntos. Aquí es importante señalar que este poema no tiene puntuación, pero las palabras y los versos fluyen de tal manera que ésta no se echa de menos.

Desde mi punto de vista el verso que da título a este poemario encierra, de muchas maneras, lo que podría considerarse el misterio de la poesía: como esas noches/ en que nos quisimos/ Más que la sed/ ama el agua; con sólo siete palabras abre la posibilidad del infinito, todo adquiere un valor y una dimensión diferente. Su contundencia es asombrosa y nos da la posibilidad de pasar de lo común, de lo ordinario, para navegar en aguas más profundas. Hölderlin tenía toda la razón: “Lo que perdura lo fundan los poetas”.

Sandra Arvizu entra por el sueño, sale por la pesadilla y viceversa. En ese constante ir y venir nos entrega versos que en ocasiones son testimonio de su tránsito onírico y escribe: y soy sueño inacabado,/ mustio antes de despertar, para después pasar a lo que sin duda podría considerarse poesía pura cuando dice: envuelta en una blanca sábana de arroz,/ almidonada en la cadencia del daño. En otra de sus composiciones más extensas, se suceden las preguntas y quedan pendientes las respuestas o quizá, como tantas veces sucede, nos hacemos preguntas de las cuales ya conocemos las respuestas. Además de los cuestionamientos, juega con las palabras para crear figuras contundentes: Tú, mi cuerpo de un amor de durezas, o bien con trazos metafísicos: Es esta inexpugnable ansia/ de melancolía de futuro, para llegar a desenlaces como: No quedan huecos que llenar/ con las palabras masculladas. Llama la atención que uno de los versos que utilizó en el poema Más que la sed se repite en Sueños y pesadillas, pero ahora en el cierre y con un sentido que preserva su origen en la palabra latina para manifestarse como ‹‹dentro de la carne››, pero en un sentido distinto: No seré de otros/ ni seré menos que la luz./ No seré los verbos encarnados en que te tengo.

Átropos, la que corta el hilo de la vida

Siete poemas + uno (antes del fin) es sin duda el capítulo más contrito de este libro. En general los poemas son breves, pero tienen una carga sensible muy especial ya que en ellos la poeta avizora, pero no se conforma; se resigna, pero continúa luchando. Hablar de la muerte sin pronunciarla hace más fuerte la presencia de ésta. Está ahí mordiendo a cada momento las ideas y las palabras y se manifiesta en su contrario, en un grito ahogado cuando escribe: Nada es igual a vivir./ Nada. Si este tipo de versos los escribe alguien que, literalmente, está luchando por su vida adquieren una potencia diferente: Vivir,/ con la felicidad/ o con la dicha mezquina/ de los centavos/ que se pidieron/ cien años de rodillas./ Pero vivir.

En esta serie los poemas no tienen título y no lo necesitan. Van construyendo una lacerante bitácora, que por momentos se torna esperanzada. Es claro el sentir de la poeta cuando escribe, refiriéndose a cómo su mirada se escapa: encerrándome en un laberinto/ que recorro sin prisa, lo cual es totalmente comprensible pues en una situación como la que estaba viviendo, nada amerita premura realmente y sin duda es posible-necesario encontrar el goce en cada momento de lo habitual, como sucede en estos versos: En el jardín pintado de rocío/ el canto de los pájaros/ juega a esconderse/ detrás de la palmera/ dejándome en silencio; y es en esa condición en la que nos comunica un sentimiento de paz en medio de una tormenta, un respiro quizá para poder tomar fuerza y seguir adelante.

El miedo es esa emoción desagradable, esa aversión natural de todo ser vivo ante el riesgo o la amenaza. Ante esta turbación tan primaria como natural, Sandra Arvizu la trata de definir a su manera y nos dice: es el temor/ el que tiene más miedo. Sin lugar a dudas enfrentar una enfermedad terminal en una fase avanzada requiere valor, lógicamente nos paraliza y quizá es por ello que escribe: y no me muevo/ y no pregunto/ y el miedo…

Sin embargo ella tiene la posibilidad de la poesía para tratar de liberarse y levantar el vuelo para llegar a un mejor lugar escribiendo: y soy un ave/ que se transforma/ en aire/ y siento/ humedecerse/ los segundos…

A manera de epílogo

En el año 2020 (si, ese terrible año en el que nos encerraron y el mundo cambió para después volver a ser lo mismo), le diagnosticaron a Sandra un cáncer de ovario en fase 4. Creo que nunca entendimos de manera cabal la gravedad del tema, pues nos enfocamos en tratar de que saliera adelante y lo superara, con la esperanza de que se uniera a los afortunados que pueden hablar de ello y que se declaran “en remisión”. No pudo ser. Aun- que ella fue sometida a larguísimas quimioterapias e intervenciones quirúrgicas, enfrentó —como era su costumbre—todos los tratamientos con entereza, nunca se dio por vencida y mantuvo su inteligente buen humor y su habilidad para esquivar obstáculos burocráticos. Por si todo esto fuera poco, a las dificultades de su salud hubo que sumarle los problemas de la emergencia por el covid: el peligro del contagio que en esas circunstancias era terrible; la saturación de los hospitales; las carencias en la atención y medicamentos y un largo, largo etcétera. Pero ante todo, otra vez, Sandra fue inmarcesible.

La mañana del 16 de septiembre de 2021 falleció en nuestra casa. Se fue silenciosa y amorosamente en lo que llaman “la muerte de los justos”, pues se quedó dormida y ya no despertó. Tal y como lo dicta el salmo de la Biblia Isaías 57;2: ‘Entran en la paz. Descansan en sus lechos, los que andan en su camino recto’.

Sin duda el haber permanecido a su lado en el momento de su último aliento fue sumamente importante, sin embargo, siguen siendo —ante el desventurado hecho— de lo más precisas y reveladoras de mi sentir los versos del poeta César Vallejo:

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido

se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras

en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;

o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

A tres años de su partida y a unos cuántos días de que podríamos haber llegado a los 42 años de casados, he podido reunir la fortaleza emocional suficiente para rendirle —con la publicación de sus poemas— un pequeño homenaje a su presencia y a su recuerdo, para lo cual he contado con la solidaridad y apoyo de entrañables personajes como Eugenia Bielak quien me ha sostenido con gran sabiduría y que, sin lugar a dudas, ha sido mi roca; o como mi hermano del alma el escultor Jorge Ismael Rodríguez que me ha acompañado en este difícil proceso de duelo con enorme paciencia y generosidad; el querido y talentoso artista Alfonso Mena, quien es el autor de la magnífica obra de la portada; la valiosa asesoría de Elik Troconis; el extraordinario texto de mi admirado Juan Rafael Coronel Rivera; así como el emotivo escrito que generosamente me entregó el brillante editor José Antonio Lugo y, por supuesto, con el atinado y puntual diseño realizado por mi amigo y socio en Atelier de la imagen Quetzal León.

“SEPTIEMBRE”

El tiempo cambia

cuando se cumple un año

más de vida juntos.

Se deshacen las nubes

y, aunque no llueva,

el cielo se hace líquido.

Ya han pasado muchos años.

Nadie sabe mejor que tú

este tiempo que vivimos,

que es como tijeras

que escarban la piel

buscando entre la carne y mi ser.

Supongo que es natural no acordarse

de ese remoto tiempo

y la juventud.

Aunque sí recuerdo que

algunos días fui tu cuerpo,

que dejé en tus labios

mi amargura;

que era tu amor

y tu incertidumbre toda,

con tus plumas

y tus ojos de amor cálido.

Esos días en que ya su distancia

está en el pliegue imposible de lo pasado.

Pero siempre serás esa promesa,

esa ilusión de paz que me contiene

y que me amarra para siempre a lo imposible…

Y van mi firma elegante con beso y todo

y nuestra canción “Septiembre”

aunque nos casamos en octubre.

MÁS QUE LA SED

Esa noche dejé de ser

y la violencia surgió

(perdóname)

porque no puedo

sobrevivir a tu desamor

si ya no guardo tus secretos

este estrépito que nos consume

nos ha llevado a que todo se vuelva irreversible.

Si la vida cada vez está más lejos

y más sola

Si de las dudas solo conservo su naturaleza

Si tu voz se esconde

y muere como un eclipse

Si tus pasos lejanos me adormecen

porque cada paso es al vacío

Si la mirada deja de soñar

y se vuelve el malformado rostro de la ira

Si no puedo volver a ver tus ojos

cansados y antiguos

Si ya no quiero seguir sonriendo

porque ya no importa más que nada

Nada

No quise hijos

No quise lo que no pude

No quise darte lo que te dí (solo tristeza)

No quise lo que soy y que quiero dejar atrás

No quise doblarme

ni amarrar a la voz los sonidos de lo carente

No quise morir en tu mirada

No quise tampoco doblar la esquina

sin que tú me acompañaras

No quise empezar este año de muerte

Un tiempo fui de mí y de ti

Hoy soy la voz de mi extrañeza

No seré los verbos encarnados en que te tengo

No soy tu amor

Esto es lo indeciso de mi futuro

en el que no estarás

como la imagen de lo que quiero

Vago como una sombra

que busca su cuerpo

tú mi cuerpo de un amor

de tristezas

No soy la amante

la que escribe este sonido

de piel que se apaga en la oscuridad

no puedo abandonar

esta sensación de sin futuro

que está suspendida

como una daga

que no hace heridas

ni tampoco las cura

Cómo quitarme esta sensación de culpas

Cómo evitar ser la imagen caída

de quien no sabe cuándo llega su final

Tu silencio es lo más doloroso

como si evitar las ofensas

fuera parte del delirio y del dolor

Estoy en esta casa

que es de amor

mientras el viento

irrumpe afuera

tumbando el amor de tu mirada

Cómo volver a ser lo que fuimos

No hay forma de desandar este tiempo

y volvernos el sueño de tenernos juntos

Ya no merecía tu amor

y estas letras son de dolor

cuando ya no cabe volver

a los diecinueve

Las sombras me alejan de tu sol

Lo venidero no tiene tiempo

ni silencio que cubra la desazón

Y ahora en esta tarde te deshaces

de una pesada carga

Habrá alguien que nos complete

Acaso debemos esperar que otra sea

la clave de tu entereza

Mientras la vida

me parece tan frágil

igual que la luz de tus ojos

quedo como un latido intermitente

amarrada a tus labios que tanto amé

A lo que podría beber

de tu cuerpo y no beberé

A tu dulzura de hombre

A esta lentitud del tiempo

que de cualquier modo

se nos escapa de las manos

Si pudiera

entre las piedras encontrar

cómo poder olvidar

lo que me pediste olvidar

como esas noches

en que nos quisimos

Más que la sed

ama el agua

Si pudiera decir tu nombre

y que no se descompusiera

antes de armar nuestros besos

como se deben las deudas de la piel

como este disminuido

ser que no soy de ti

como ese lento murmurar

de los momentos de amor

Hoy no soy más que una mujer

a la que debes abandonar

en mitad de la noche para sanar

La lluvia

nos corta los pasos.

No habrá agua

para traspasar

gota a gota

los gestos que inventamos.

19 de junio de 2021

Lejos está el vago aroma

tierno de mi tierra.

No hay época más cruel

que oler las lenguas

del infierno que

llegan desde lejos.

No molestar.

Do not disturb.

Beberé el té con canela,

este té salobre,

como los sueños.

No puedo compartir contigo,

una encomienda.

Poner en tu boca

una cucharita desbordante

de dulce de leche.

Espiaré el ebrio espejo

que guarda voces de nostalgia.

¿Cuándo cesará

el infierno en mi tierra?

Beberé tequila,

sentada junto a Juan Rulfo,

quien susurrará en mi oído:

“Miraba caer las gotas

iluminadas por los relámpagos,

y cada que respiraba suspiraba,

y cada vez que pensaba,

pensaba en ti, Susana.”

Buscaré una señal

en tiempos más propicios,

voces de lejos de la tierra

en que duerme el padre de mi madre.

        La tierra donde han quemado cuerpos.

                La tierra donde te hacen beber cicuta.

                            La tierra donde deben crecer mis sueños.

10 de mayo de 2021

Estoy devastada,

me convierto en

un mar sin fin de lágrimas,

por mí y por esta vida…

Se me entierra

la prisa por dejarlo todo…

Sangra mi corazón

y sé que esta sangre

                solo atraerá a los lobos.

Iré a buscar la humanidad

a otro mundo en donde

no se limiten a recibir la voz

de auxilio y su quemazón,

                impertérritos…

Me voy a perder en mi ciudad interna

y seguiré como si nada pasara.

Mientras tanto guardaré todo lo

que nadie quiso de mí.

Yo que siempre esquivé el dolor

y me lo topé de frente,

quedo en la soledad y sin vida.

Hay tiempos donde

callar es lo mejor,

donde la evidencia

de uno mismo

no puede exponerse al mundo

y donde es mejor ir guardando

                las huellas

                      para luego perderlas.

Mi tormenta pasará

hasta

                      d

                        e

                          s

                            a

                              p

                                a

                                  r

                                    e

                                      c

                                        e

                                          r

                  .

4 de enero de 2021

Tomado de https://morfemacero.com/