Imaginando a un cordero

Imaginando a un cordero

“La suya había rodado cercenada por un león que en el fondo no le importaba. Y salvando las distracciones etílicas y los vicios putañeros, esa mañana nos propuso sin decirlo un subtexto que quedó en la formaica jaspeada de la mesa...Tomado de https://morfemacero.com/

Ta Megala

Fernando Solana Olivera

Entre tantos descuidos personales cometidos, uno que ahora lamento sin remedio fue el que hace años tuve con el escritor Rubén Salazar Mallén. Toda amistad se consigue por los sentidos y aquella vez entre los nuestros no hubo ninguna afinidad. Yo debí parecerle lo que era: un jovenzuelo banal y pretencioso, y él se me figuró un emblema lamentable del resentimiento humano y del fracaso literario. Era hemipléjico y arrastraba una pierna y un brazo cuya mano estaba inmóvil a la manera de una garra rapaz. Tenía el rostro contraído en una mueca sardónica quizá más temible cuando se distendía. Y al hablar era lapidario y feroz.

          El amigo que me había llevado ante su presencia, uno de sus alumnos en la Facultad de Filosofía y Letras, después me explicaría con zumbona claridad que le apodaban Cuasimodo y que él mismo se encargaba de hacer escarnio de sus defectos físicos. La ficha superficial se completó con la mención de su incurable dipsomanía, sus gustos burdelescos y su desenfrenada lengua y pluma periodísticas, tan ácidas, tan viperinas como yo mismo había podido constatar.

          En los escasos treinta minutos que duró ese encuentro matutino ocurrido en un café de la esquina de Medellín y Puebla en la colonia Roma, Salazar Mallén habló mal de todo lo que le dio tiempo: de la izquierda, y yo por aquellos años así militantemente me consideraba; de la democracia, que yo reverenciaba como modélica y moderna; del éxito literario, que yo secretamente ambicionaba y creía en el futuro sin falta merecer; del éxito a secas, que entonces yo admiraba como un logro superior de la voluntad individual; de Octavio Paz plagiario y oportunista, lo que me supo a la pura envidia calumniosa de un mediocre; de la intrigante cofradía homosexual en la república de las letras y de Salvador Novo, al cual llamó Capeluquita Roja, haciéndonos reír a carcajadas por una vez en su amargo soliloquio; de Octavio Paz conjurado para volver invisible su obra literaria en todas partes, lo que de nuevo me pareció el paranoico y obsesivo rencor de un hombre díscolo y desdichado.

          Sin venir a cuento exaltó rudamente su ideología de derecha, un tópico que sentí como si el ruinoso maestro proyectara en la política su propio drama de fealdad y me dirigiera una provocación personal. No pude responder —era tan imprudente aquellos días donde todo para mí resultaba ad hominem que lo hubiera hecho sin pensar—, porque llegó a nuestra mesa la secretaria del director de la revista Casa del Tiempo,quien impaciente aguardaba a Salazar Mallén en el edificio contiguo, para llevárselo a su cita. Salió caminando del sitio como si fuera un robot maltrecho y nunca más lo volví a ver.

          Todo esto lo recordé al leer una espléndida nota del reportero Jorge Luis Espinosa hace años con motivo del centenario del natalicio del escritor un nueve de julio en Coatzacoalcos, Veracruz. Gracias a ella supe que el implacable alegato contra Octavio Paz de Rubén Salazar Mallén era moralmente cierto y estaba literariamente fundado, como confirmé tiempo después de aquel encuentro con ese escritor acerbo que no agradó a mis prejuiciados sentidos, aunque tal impresión me llevara hasta hacerme olvidar por antipatía de su indudable tener razón.

          Durante los años siguientes una frase empleada por Paz me provocó siempre sensaciones equívocas: “el león se alimenta de cordero”, pero mi mente la había extirpado de su contexto real. Busqué entre mis libros sin conseguir ubicar su origen hasta que leí la efemérides cultural de Espinosa y en ella la respuesta de Paz  —referida al reportero a través de Javier Sicilia, uno de los escasos ensayistas entre nosotros sobre el narrador veracruzano, su alumno y amigo— ante la denuncia hecha por Emmanuel Carballo de plagiar, con su célebre El laberinto de la soledad, tanto a Samuel Ramos en El perfil del hombre y la cultura en México como a  Salazar Mallén en una serie de artículos publicados en 1939 con el mismo título: El complejo de la Malinche.

          Según la nota de Espinosa, Paz contestó a la imputación siete días más tarde, el 27 de diciembre de 1959: “De paso, no estoy contra el plagio cuando la víctima desaparece. Ya se sabe, el león se alimenta de cordero. Un libro que todo mundo conoce de Samuel Ramos y unos artículos que ya nadie recuerda de Salazar Mallén son mis fuentes secretas.” No conozco la réplica de este último: El cordero le responde al león,pero en su título puede adivinarse ya una resignada ironía, acaso menos estridente e intensa que el fundado rencor del escritor robado por el tramposo poeta.

          La elegante y abusiva prosa de Paz convirtió el plagio, la cínica copia, en una fuente legítima de su obra intelectual. Samuel Ramos ya no estaba vivo y Salazar Mallén no contaba, según la soberbia paciana, en el panorama literario. Dicha inexistencia no solamente era un dictum interesado en evaporar las huellas del crimen, sino sobre todo una consecuencia cultural anticipada mediante las desdeñosas líneas de la respuesta: “no estoy contra el plagio cuando la víctima desaparece.” O dicho como en ese caso fue: “cuando yo plagio, la víctima literariamente muere.” Más aún si el cordero iba por el mundo regurgitando a voz en cuello la injusticia cometida en lugar de acomodarse al oprobio del león, tragar la mierda necesaria y negociar de alguna manera su rentabilidad en la república de las letras, una geografía de negocios igual a las demás: el que no tranza no avanza.

          Salazar Mallén fue insobornable y se mantuvo fiel a sus olímpicas fobias y sus memoriosos agravios, se mantuvo fiel a su escritura sin lectores ni consideración crítica, a su escritura sin publicación. Posiblemente la pureza y la belleza del fracaso ejemplificada en Kafka, un artista que practicaba el método de hacerse pequeño hasta desaparecer en la vida y en la escritura, le hubiera parecido una complaciente sentimentalidad. Pero no así la canción nietzscheana de Almafuerte, que esa mañana beligerante alcanzó a decirnos a sus atónitos escuchas con cascada voz de trueno antes de incorporarse hemipléjicamente de la mesa y e ir hacia su cita colgado del imperativo brazo de la secretaria del director.

          El tiempo va borrando nuestros pasos por el mundo. Muchos de los míos son ahora imprecisos porque la memoria es un animal arbitrario y suele acordarse de sí misma en patrones aleatorios e inesperados. Pero puedo jurar que Salazar Mallén declamó esa vez con cierta sorna lo siguiente, a guisa de despedida: “No te des por vencido ni aun vencido, no te sientas esclavo ni aun esclavo, trémulo de pavor piénsate bravo y acomete feroz ya malherido. Ten el tesón del clavo enmohecido que viejo y ruin vuelve a ser clavo, mas no la cobarde intrepidez del pavo que amaina su plumaje al primer ruido. Sé como Dios, que nunca llora, o como Lucifer, que nunca reza. Sé como el robledad, cuya grandeza necesita del agua y no la implora. Que muerda y vocifere vengadora ya rodando en el polvo tu cabeza.”

          La suya había rodado cercenada por un león que en el fondo no le importaba. Y salvando las distracciones etílicas y los vicios putañeros, esa mañana nos propuso sin decirlo un subtexto que quedó en la formaica jaspeada de la mesa del café: “Sean como Salazar Mallén.”

Tomado de https://morfemacero.com/