Hoja de ruta para recuperar la confianza y desterrar el miedo

Hoja de ruta para recuperar la confianza y desterrar el miedo

Tomado de Ethic.es

La lectura del último libro de Victoria Camps invita a pensar en una ecuación: Incertidumbre + Individualismo + Desconfianza = Miedo. Y una pregunta emerge: ¿puede una sociedad democrática ser una sociedad libre?

Lo que Victoria Camps aborda en su último libro es, ni más ni menos, la naturaleza de la crisis de la democracia que nos ha tocado vivir. Vaya por delante que las palabras «democracia» y «crisis» llevan conjugándose en la misma frase desde los inicios de la Atenas clásica. Siempre la idea de democracia ha llevado implícita cierta dosis de crisis. Una pregunta emerge con fuerza: ¿qué caracteriza a la crisis de la democracia de nuestra generación?

La respuesta no la encontraremos en el apartado del desempeño; las democracias siguen siendo más eficaces a la hora de gestionar los problemas, grandes o pequeños, que lo que son capaces de hacer los sistemas autoritarios y totalitarios. Tampoco la hallaremos en la aparición de una mejor alternativa que las haga languidecer a la luz de una nueva promesa liberadora, sigue sin haber un plan B ajeno a las bases democráticas, más allá de los que apuntan a una mejora a través de la deliberación y la participación, pero sin cuestionar sus bases. La respuesta a la pregunta sobre la crisis de la democracia actual habremos de buscarla, más bien, siguiendo la pista que de forma insistente nos ofrecen de forma cada vez más rotunda los estudios de opinión y aquellos que analizan el estado de ánimo de la sociedad.

Así lo hace Victoria Camps en La sociedad de la desconfianza (Arpa), apuntando a esta como la causa de los descontentos y malestares que acechan a las democracias occidentales. Hemos dejado de confiar en las instituciones a las que supuestamente dábamos legitimidad a través de un contrato social, en las instancias de intermediación que construyen el puente entre el individuo y lo institucional, en los que nos rodean y en nosotros mismos. Todo ello, fruto del aislamiento que ha venido de la mano del neoliberalismo, el mismo que lleva a la soledad no deseada y a la ruptura de los vínculos comunitarios.

Hemos dejado de confiar en las instituciones a las que supuestamente dábamos legitimidad a través de un contrato social

¿Tan importante es la confianza en las democracias?, cabría preguntarse. Como recuerda Camps, la necesidad de confiar procede de la vulnerabilidad y fragilidad de la vida humana, esa que es consciente de que necesita de los otros para ser tal. Si la confianza se desvanece, con ella lo hace también el sentido de vivir en comunidad, la necesidad de reconocer a los otros, y la propia idea de la política como aquello que nos permite estar juntos. Cuando eso ocurre la incertidumbre y el miedo se apoderan de individuos y sociedades, y en ese momento todo salta por los aires. Máxime en un contexto como el actual, donde la mirada al futuro y la abundancia de conocimiento nos sumergen en un enorme océano de incertidumbres globales. La crisis climática, la revolución digital o los movimientos migratorios son los principales contornos que dibujan el perímetro de este primer cuarto de siglo XXI. Un contexto de incertidumbre que, al mezclarse con la desconfianza, da como resultado el miedo. ¿Puede alguien que vive presa del miedo ser libre? ¿Puede una sociedad temerosa ser una sociedad democrática? Difícilmente.

La necesidad de confiar procede de la vulnerabilidad y fragilidad de la vida humana

Allí es donde busca Victoria Camps las razones de los malestares y descontentos que recorren hoy las democracias occidentales y en su búsqueda encuentra problemas de fondo en los conceptos que supuestamente nos constituyen como sociedad. «La raíz de la desconfianza está en el individualismo, una concepción distorsionada del valor de la libertad y el abandono de la lucha por la igualdad». Añadirá, más adelante, que la ausencia de fraternidad, la hermana pobre de la revolución francesa, fomenta la desconfianza y el miedo, introduciéndonos en una crisis ética, una crisis de la brújula que nos orienta.

Situado el debate en la necesidad de revisar, repensar y revisitar la tríada revolucionaria –libertad, igualdad, fraternidad–, recuerda Camps la naturaleza política de la vida en común, insistiendo a lo largo de la obra en que un estado no despótico es el que cuenta con una sociedad cooperativa que se organiza, participa y exige rendición de cuentas a sus gobernantes.

La gran pregunta ética por excelencia no se hace esperar: ¿qué debo hacer? La propuesta de la filósofa, como se apunta desde el inicio, apela a la necesidad inaplazable de recuperar la confianza, para lo que es preciso superar la filosofía de la sospecha cuando se mira a los otros y asumir la responsabilidad de no defraudar cuando de pensarse cada uno se trata. En colectivo, construyendo un nosotros con un objetivo común, un demos con su ethos.

En realidad, lo que Camps plantea en La sociedad de la desconfianza es una hoja de ruta para superarla y desterrar el miedo. Un camino que pasa por dejar de pensar en la libertad como simple ausencia de reglas –propia del «estado de naturaleza» en palabras de Rousseau–, retomar la idea de igualdad de forma compatible con la diferencia pero contraria a la desigualdad y fortalecer a una de las víctimas del individualismo neoliberal, la fraternidad.

Camps hace un recorrido que bebe de fuentes de la filosofía, la economía, la sociología y la ciencia política en una apuesta por un pensamiento interdisciplinar que ayude a entender los desafíos del momento, y como buena intelectual comprometida con su tiempo, no se queda ahí, no puede quedarse ahí. En su lectura encontrarán ustedes no pocas propuestas, algunas explícitas, otras entre líneas, muchas de ellas cuestionando axiomas que se dan por descontados en el debate público o haciendo preguntas incómodas, como cuál es el lugar del trabajo en nuestras vidas.

La sociedad de la desconfianza es una invitación a pensar y practicar caminos alternativos para recuperar lo común, que es tanto como recuperarnos a nosotros mismos.

Tomado de Ethic.es