Historia de un mito: Las copias apócrifas del Acta de Independencia de México

Pese a ser exhibida incluso en la Cámara de Diputados, el acta que establece la Consumación de la Independencia de México –de la que este lunes se cumplen 200 años- y la creación del primer Imperio Mexicano no es el documento original que decretó la separación de la Corona Española.

De acuerdo con un artículo publicado por el periódico Excélsior, el documento que forma parte del Archivo del Poder Legislativo, donado al gobierno mexicano en 1960, no es una de las dos copias que Juan José Espinosa de los Monteros redactó para su firma un mes después de que el Ejército Trigarante y el virrey Juan de O’Donoju acordaran los Tratados de Córdoba.

Según dicha pieza, uno de los documentos originales habría desaparecido en 1822, mientras que el otro fue consumido durante el incendio que destruyó el recinto legislativo de la calle Donceles en 1909. Desde entonces, han aparecido dos copias más, cuyas respectivas autenticaciones fueron desechadas en un dictamen de 1961.

Una de estas actas apócrifas apareció misteriosamente en la misma sede legislativa del Centro Histórico capitalino en 1942, sin que nadie cuestionara en aquel momento si se trataba de un original o de una fabricación, tomando casi 20 años para que un análisis descartara la autenticidad de este.

El segundo documento señalado estaba en posesión del bibliófilo poblano Florencio Gavito Bustillo, quien dispuso en su testamento que, a su muerte, ocurrida en 1960, se donara al presidente de la República. La ceremonia de entrega del documento, encabezada por su hijo Florencio Gavito Jáuregui y Adolfo López Mateos, tuvo lugar el 22 de noviembre de 1961.

Esta copia llegó a manos de Gavito Bustillo en 1947, cuando la adquirió –por 10 mil pesos- de Luis García Pimentel, nieto del historiador decimonónico Joaquín García Icazbalceta, quien, a su vez, se hizo de esta en Madrid, en algún punto de la década de 1880, recibiéndola de un librero llamado Gabriel Sánchez.

García Icazbalceta formaba parte del círculo cercano del político conservador Lucas Alamán, quien aporta pruebas de que el acta original de Independencia se extravió en la primera década de existencia del país, pues usó sus cargos como secretario del Exterior y director del Archivo General y Público de la Nación para rastrearlo –sin éxito- desde 1830.

Esta segunda copia –conocida como el ‘Documento Gavito’- contaba con un exlibris –un sello que denota propiedad- del emperador Maximiliano cuando cayó en manos de Gabriel Sánchez. De acuerdo con la versión conocida, este documento habría sido extraído por un sacerdote alemán de apellido Fischer, pues este contaba con una autorización para administrar el Archivo del monarca.

En 1961, tras la entrega de este documento, los académicos Ernesto Lemoine y Guadalupe López analizaron, tanto el ‘Documento Gavito’ como la copia que apareció en Donceles en 1942, llegando a la conclusión de que ni estos ni otro, aparecido a finales del siglo XIX, eran originales, debido a las diferencias tipográficas y de estilo, además de que en uno de ellos no contaba con firmas autógrafas, sino con reproducciones impresas.

Tras la profesionalización del quehacer histórico en la segunda mitad del siglo XIX, surgieron corrientes –como el historicismo- que afirmaban que la única fuente de conocimiento para la reconstrucción del pasado son los documentos que se encuentran en archivos oficiales.

Sin embargo, esta postura no admitía la posibilidad de que estas fuentes pudieran contener información falsa o, como en el caso de las actas ‘fake’ de Independencia, no se tratara de documentos originales, pues lo que les daba legitimidad era su pertenencia a una institución oficial y no un adecuado análisis, tanto de su origen como de su contexto.

Desafortunadamente, México es un país que nunca ha estado a la vanguardia en aspectos historiográficos y de Teoría de la Historia, por lo que este tipo de pensamiento ha sido reproducido por las élites académicas durante décadas, evitando dar paso a nuevos debates sobre la forma en la que se piensan, tanto las fuentes documentales, como las formas de interpretar y escribir el pasado.

Con información de Excélsior.

Imagen: El Mañana

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