¿Hacia dónde va la 4T luego de la elección judicial? Fallas y aciertos

¿Hacia dónde va la 4T luego de la elección judicial? Fallas y aciertos

Tomado de https://contralinea.com.mx/feed/

La valoración de un proceso de cambio social en acto requiere de forma indispensable generar una caracterización histórica, teórico-conceptual del mismo, dentro del contexto histórico nacional y luego internacional. ¿Dentro de qué fase histórica se desarrolla el proceso de cambio en México y cuáles son sus atributos fundamentales? Y, ¿cómo pueden comprenderse para este efecto con el arsenal de experiencia histórica hoy existente? Vamos a explorarlo:

El pensamiento social en México en términos creativos o innovadores pasa por un cierto proceso de precariedad intelectual, una oposición sin proyecto y aferrada a formas de lucha política sin efectividad, estéril ideológicamente, ha contribuido grandemente a ello. Pero la izquierda tampoco debate mucho, entre sí ni ante la realidad del programa y el gobierno transformador que a diario nos conduce. No hay debate hacia dónde vamos, qué necesitamos para llegar, cómo podemos hacerlo, con quiénes puede lograrse, nada. Son temas circunspectos sobre lo que informaba antes el presidente Andrés Manuel López Obrador, o lo que hoy informa y comenta la presidenta Claudia Sheinbaum. Ante la embestida de Donald Trump, las temáticas son limitadas: apoyo, ‘lo está haciendo bien o no’, ‘el presidente de EU es esto o lo otro’… Es un debate pobre, circunspecto que no va a la sustancia de los temas, los rodea y nada más. Hay pobreza intelectual en nuestros días no por la ausencia de intelectuales, sino porque no se expresan a través de discusiones y debates públicos. En los ámbitos universitarios es distinto, pero no muy diferente.

Ya en otros momentos he sostenido que el proceso de la 4T-4R puede ser caracterizado histórica, conceptual y socio políticamente como una revolución pasiva. Un concepto inserto y derivado de la tradición política y de los procesos de cambio social en occidente, concepto distinto al de “revolución activa”, por la cual se entiende un proceso de ruptura con todo el orden establecido; por ello, no puede ser más que por medios violentos –como lo fue la revolución francesa, la rusa o la mexicana o cubana, y otros procesos rupturistas también–. Por ello, Antonio Gamsci –el gran teórico de las superestructuras y del comunismo italiano– la llamaba también “revolución sin revolución”, entre otros conceptos con los que se refirió a ella.

En consecuencia, revolución pasiva es una categoría de análisis que alude a procesos de cambio, de transformación, operados desde el propio poder, por los líderes, con apoyo social e interpretando el sentir de la estructura social popular, que abre un proceso de transición conforme a una línea programática de cambio en forma evolutiva, gradual, en donde puede haber coyunturas marcadas por una ruptura parcial, limitada, en donde se fijan límites a la profundidad de los cambios. Eric Hobsbawn se refirió a esta coexistencia de fuerzas sociales que impulsan el progreso y las que luchan por la preservación del statu quo como el “carácter paradójico de las revoluciones”, cualquiera que sea su naturaleza, activa o pasiva, y por ello las entendía como “procesos ambivalentes”. En la tradición anglosajona se diferencian estos procesos en su intensidad y abarcamiento conforme lo que llaman “la emergencia de la libertad”.

La revolución pasiva no es un concepto marxista; es una categoría analítica usada por los marxistas europeos y latinoamericanos, y por algunos mexicanos. Dentro de los usos analíticos y descriptivos que Gramsci le dio, denominó a tal tipo de revoluciones como “transformismo”, proceso de atemperamiento, de contención de los impulsos y demandas sociales, una opción por el gradualismo, por ello durante un periodo más o menos prolongado, coexisten en los mismos escenarios dos realidades, las de los nuevos cambios que se concretan en procesos, normas e instituciones públicas, y todo aquello superviviente del antiguo sistema/régimen. La lucha es muy intensa y severa, puede haber episodios de cierta violencia.

Este binomio histórico-conceptual revolución pasiva/revolución activa tiene su correlato en la categorización que hace Edward Palmer Thompson –historiador e intelectual británico de la izquierda comunista– quien identifica a los procesos revolucionarios contemporáneos como “revolución cataclísmica o revolución evolutiva” (1971), similares en el contenido sustantivo al binomio antes citado. Sin embargo, Latinoamérica –además de recoger todo este arsenal histórico general– tiene su propia tradición revolucionaria: desde las revoluciones de independencia, las luchas por la formación y consolidación del Estado nacional, las revoluciones de contenido burgués-capitalista, las revoluciones ciudadanas, las revoluciones socialistas y otras. Sería muy largo entrar a este análisis, volveremos sobre él en otro momento.

Las rupturas revolucionarias en nuestro subcontinente las protagonizan: la gran rebelión mexicana de 1910-17 cuyo ciclo de reforma se prologa hasta 1940, el episodio de la revolución boliviana de 1952, la revolución cubana de 1959-62 y la revolución nicaragüense de 1979. En paralelo ha habido una vertiente importante de procesos reformistas o transformistas, de revolución pasiva, la mayoría revertidas, otras que retomaron su curso, en fin, muy diferenciadas y relativamente diversas. Su signo fundamental a nivel ideológico es la pluralidad ideológica, se han logrado en la América Latina mediante los partidos-frentes nacionales o populares (cualquiera que haya sido su nombre), pluri clasistas también, que incorporaran demandas de corte democrático general, liberal, republicano, incluyentes, etcétera.

FOTO: VICTORIA VALTIERRA/CUARTOSCURO.COM

El sociólogo marxista argentino Juan Carlos Portantiero presentó –en la revista Pasado y Presente– el tema de la revolución pasiva para su discusión en América Latina; y es en su libro “Los Usos de Gramsci” (1977) en donde desarrolla su fundamentación teórica y política dentro del ámbito latinoamericano.

Una revolución pasiva para consolidarse debe construir y obtener la hegemonía ideológica y cultural, de lo contrario, en medio de la lucha que les caracteriza, puede revertirse y la derecha reaccionaria retomar el control de los poderes del Estado y mediatizar las demandas populares, incluso revertir los logros. Con más relativa facilidad cuando no se han construido los contrapoderes organizados de la sociedad, de las comunidades afines al proceso transformador, porque los puntos más severos de resistencia opositora se concentran no sólo en las instituciones del Estado conquistadas, ocupadas por el partido en el poder, sino se potencian cuando más abajo no hay estructuras de apoyo, impulso y/o resistencia, en su caso.

En Brasil, Paraguay, Uruguay, Bolivia, Chile, Argentina, Ecuador, que desarrollaron luchas democráticas contra el modelo de acumulación neoliberal y el apartheid interno (como llamó Pedro Vuscovick a los efectos sociales del programa neoliberal), conformaron procesos de transición democrática que se enfilaron hacia revoluciones pasivas que fueron revertidas por las oligarquías, económicas y políticas, incluso intelectuales, aún, cuando habían logrado nuevas constituciones y ciertas reformas importantes, en los tribunales, los procesos electorales y las estructuras parlamentarias. Las oligarquías habían sido derrotas en determinados procesos, pero no debilitadas en profundidad o vencidas históricamente.

La acción política organizada para el cambio tiene como referente objetivo y fundamental, la correlación de fuerzas políticas y sociales, justamente organizadas, listas más o menos para el combate social en el marco constitucional. Al ideario y programa, a la solidez de los dirigentes, le otorga la fuerza necesaria una estructura organizada para buscar la ocupación de una parte del Estado y desde allí impulsar los cambios con apoyo de masas. La base económica ha proveído las condiciones sociales y materiales necesarias, así como la política nacional, para esta lucha. Las tradiciones, los valores, la experiencia histórica, las luchas inconclusas, todo, le dan cuerpo y motores al movimiento por el cambio.

Morena empezó como un movimiento social a partir de la formación de comités de apoyo con integrantes diversos locales y regionales disímiles. El nombre no denotaba una ideología específica, y nucleó ciudadanos de distintas clases sociales con proto-ideologías, atrajo a miembros desafectos de los grandes partidos tradicionales corruptos, del desgastado y desprestigiado grupo de partidos políticos nacionales, incluyendo cuadros medios y algunos líderes, así nació, así creció y así llegó al poder con AMLO al frente, viejos y nuevos izquierdistas, prisitas y panistas que le acompañaron, y muchos millones de ciudadanos que impulsaron, sostuvieron y sostienen el movimiento-partido electoral.

En la tradición revolucionaria latinoamericana ¿en qué vertiente del pensamiento social se inserta Morena, su programa político, su definición ideológica y sus líderes más connotados? El constructor del movimiento, del ideario angular, del programa y de la dinámica política del movimiento, AMLO, es para empezar él mismo –así se manifestó públicamente en plazas públicas y medios de comunicación, y luego desde las instituciones del Estado–, como un Zoon Politikon con ideas provenientes de diferentes fuentes ideológicas, una amalgama que nutrió su pensamiento y con la cual declaró varias veces que el objetivo del movimiento y la conquista del poder ejecutivo más una mayoría calificada primero, y luego relativa en las cámaras legislativas, era realizar “una cuarta transformación de la vida pública de México”, para concretar: un nuevo modelo económico, un nuevo régimen político, un nuevo pacto social, erradicar la corrupción de la administración pública, etcétera, de cuya concreción emergería una nueva república y un nuevo Estado reconfigurado, todo lo cual no podía ser sin una nueva Constitución refundadora. Todo ello lo concentró y condensó en un concepto político-ideológico que ha denominado “humanismo mexicano”.

Hay siete reformas procesadas, entre otras, que constituyen palancas trascedentes para la 4T-4R: la reforma laboral, incluyendo la política salarial, la reforma energética (CFE, Pemex y litio), la constitucionalidad de los programas sociales, la reforma a la inteligencia y la seguridad, la reforma médica, la reforma electoral y principalmente, la reforma al poder judicial, desde mi perspectiva y principalmente. Todas con amplio apoyo popular pero concebidas, formuladas y procesadas institucionalmente por los líderes en el gobierno y las cámaras. Ni una sola de ellas nació desde el propio movimiento o los órganos de dirección o deliberación del partido. Son cambios, transformaciones en donde las masas populares tienen un papel subalterno, subordinado, pasivo, de apoyo al trabajo de sus líderes, es un modelo parcialmente desmovilizador o movilizador por otros medios (redes, prensa), de lo cual los líderes toman lectura y hacen encuestas.

No hay ningún cambio en la estructura de la propiedad que resulte relevante. En la CFE se liquidaron los contratos más leoninos, se reposicionó en el mercado a la empresa nacional y se recuperaron excedentes, ante un proceso brutal de descapitalización y sobrendeudamiento que la orientaba hacia la quiebra total y el cierre. Hubo rescate financiero y recomposición comercial. En Pemex hay un proceso de rescate, aún en vías de concretarse, ante un sobreendeudamiento que sigue en marcha y su futuro es aún incierto. El litio se monopolizó.

FOTO: CARLOS ALBERTO CARBAJAL/CUARTOSCURO.COM

La 4T-4R confronta un proyecto trasnacional de las elites mexicanas y estadounidenses, así como de los organismos financieros multilaterales con una revolución pasiva apoyada en un movimiento nacional popular soberanista, que estigmatiza el neoliberalismo sin cuestionar la estructura de propiedad en el mismo, si no, sus políticas públicas más excluyentes y anti-democráticas, entreguistas y desnacionalizadoras. El presidente AMLO su constructor nunca creyó ni aceptó la globalización como fenómeno para la adhesión incuestionada. Lo que aceptó y promovió fue la apertura económica presente de integración, consolidada y con compromisos regionales muy poderosos, como un dato duro de la realidad, que hoy es el ámbito sustantivo de acuerdos con el gran capital, como lo hizo él mismo en la renegociación del T-MEC y como lo apreciamos hoy en los esfuerzos de la presidenta Claudia Sheinbaum, ante la embestida de Donald Trump.

Por ello tal programa 4T-4R puede asimilarse también en sus objetivos históricos de mediano plazo (dos sexenios) a la recuperación de la esencia del Estado Nacional con sus atributos históricos, y en el largo plazo, a la construcción o refundación de un nuevo Estado con una nueva república, sancionados con un nuevo pacto social constitucional (probablemente en un tercer sexenio). La reforma al poder judicial al trastocar la estructura anterior del Estado va en ésta última dirección señalada.

El concepto de revolución pasiva pone énfasis en las formas y medios por los cuales transcurre el ámbito superestructural, lo político, en contraste con la vía rupturista, pero que logra encausar un movimiento nacional-popular con sus demandas fundamentales, aunque no sean tales masas sociales las conductoras del proceso reformista y aporten principalmente el consenso pasivo, sin considerar para nada entre las fuerzas que la impulsan la noción equivoca de una posible burguesía progresista y su vocación democrática, propia de la concepción del dependentismo decimonónico que favorecía una alianza con ella para el desarrollo de un capitalismo nacional.

No, para la 4T-4R este programa político conducido para su realización mediante una revolución pasiva es tema esencialmente de las instituciones del Estado recuperado gradualmente, de la clase política nucleada en torno a Morena y las masas populares que lo apoyan, atemperando el choque de sus intereses con el gran capital, nacional y extranjero que genera el 70 por ciento del PIB. Pero tal categoría de análisis es también una alternativa interpretativa al elitismo liberal de las modernizaciones capitalistas trasnacionalizadas e integracionistas como las que en América Latina desarrolló el Consenso de Washington.

En una interpretación más radical de cómo fija los límites del cambio en sentido progresista la dirigencia que conduce una revolución pasiva, Carlos Nelson Couthiño (2005) politólogo brasileño se refiere a ello como un proceso de “síntesis de ausencia de participación y modernización conservadora” porque como señaló Gramsci “se prefiere procesar la dominación a través del Estado y por encima de la sociedad civil” usando “formas de supremacía” sobre el movimiento social, en lugar de formas hegemónicas”.

En suma, no hablamos de una revolución frustrada, sino de un tipo de proceso transformador en donde se procesan los cambios conciliando, pero prescindiendo del protagonismo popular, aunque se incorporan sus demandas, cómo, cuándo, y en las formas y términos que la dirección política en el Estado determina, fija los límites, concilia con las clases sociales del poder económico y político, y se transmiten los cambios procesados para ser apoyados por la base social. Las conferencias matutinas no sólo arrebatan la agenda del día a los medios masivos tradicionales, sino son el medio privilegiado para nuclear el consenso popular sin poner en sus manos el destino de las reformas.

Distinto también este proyecto al populismo, que polariza para darle identidad al partido del cambio frente al partido de la conservación, y se apoya en la masa popular, pero arbitra el conflicto de los intereses, reparte beneficios, argumenta neutralidad, no negocia límites del cambio impulsado y lo impone a la masa social, como hace el líder y gestor político de la revolución pasiva. Para oros autores, la revolución pasiva es una guerra de posiciones, que también teorizó Gramsci, la que contiene componentes progresistas. Hay distintos procesos de revolución pasiva, formas de encarar el tema de las reformas favorables a las masas sociales empobrecidas, con límites y sin dejarlas tomar en sus manos el proceso.

Hay cierto temor a “despertar al tigre” y no poderlo controlar. Es una revolución pasiva porque no ha requerido de grandes movilizaciones para vencer la resistencia de las oposiciones, gracias a que se encuentran en un estado de retroceso, esterilidad y parálisis dado que no logran concebir la manera de oponerse en forma eficaz al proceso. Recurren a lo más degastado: la guerra mediática, calumniosa y distorsionante, tan inútil como ineficaz.  El proceso de transformación mantiene la conducción del movimiento, de las iniciativas, de los cambios, en los líderes del   movimiento entre los cuales ocupa un lugar subalterno la masa social, ofertan el consenso, otorgan la legitimidad, se movilizan si los convocan.

Entendámonos, no hablamos de sometimiento o sojuzgamiento, sino de pasividad como elemento conceptual en la praxis política que así particulariza la relación masas-líder o líderes, él o los cuales, la impulsan, y para hacer eficaz, esa pasividad se convoca no a la revolución activa sino a “la revolución de las conciencias”.

MORENA y sus líderes no son una fuerza populista, tratan de insertarse en la historia del movimiento transformador regional conduciendo el cambio apoyado en una fuerza política nacional-popular con reivindicaciones democráticas y soberanistas, de independencia y autodeterminación frente a su poderoso vecino, principalmente, con un objetivo estratégico de largo plazo que es de carácter refundador, del Estado y la república, de la democracia y el bienestar social, con soberanismo, trascendiendo el liberalismo latinoamericano que en el siglo XIX protagonizó procesos de transformación nacional mediante “revueltas” por la vía insurreccional para tomar el poder, o mediante “procesos de reforma” aplicando proyectos de modernización social desde el poder estatal constituido, pero hoy el ideario ya no alcanza y hay que superarlo.

La 4T-4R conquista el poder en 2018 cuando hay un proceso de reflujo de los movimientos progresistas en el subcontinente latinoamericano, dos décadas de revolución pasiva, desde el triunfo electoral de Hugo Chávez en 1999 y luego los demás triunfos, que pierden terreno con la elección de Sebastián Piñera en Chile, Macri en Argentina, Bolsonaro en Brasil, los golpes judiciales en Paraguay, Honduras y la pérdida del poder por el Frente Amplio en Uruguay, revierten la tendencia progresista en América Latina (o la etapa de las revoluciones pasivas) por la vía electoral, cuando la parte central de las transiciones a la democracia concluyó, quedan a salvo los procesos electorales abiertos, pero se acabaron las reformas, Las oligarquías retoman el control del Estado, los gobiernos y hacen retroceder al movimiento social que queda circunscrito fundamentalmente a lo electoral.

Por las ideologías de los procesos de cambio latinoamericanos han cursado formulaciones tan variadas como: el liberalismo, el republicanismo, el indigenismo, el anarquismo, el nacionalismo, el socialismo, el comunismo, la socialdemocracia, el nacionalismo revolucionario, el antimperialismo, el radicalismo, el peronismo, el varguismo, el cardenismo, el lombardismo, el guevarismo, el agrarismo, el fascismo, el laborismo, unas convertidas en paradigmas, otras no, solo como corriente de ideas políticas con objetivos y actores centrales, convertidos en movimientos o partidos o gobiernos transitorios que no perduraron. Ante este inmenso arcoíris ideológico y seudo ideológico, el expresidente Andrés Manuel López Obrador dijo que a la 4T-4R le da razón de ser y futuro el “humanismo mexicano”.

Brevemente: el humanismo es una filosofía y un pensamiento social que reivindican casi todas las ideologías, el ser humano es el sustantivo y lo demás el adjetivo. Mucho antes del Siglo de las Luces que impulsa la razón como eje del pensamiento, Protágoras (486-410 AC) contemporáneo de Aristóteles en la antigua Grecia, ponía al hombre en el centro de cualquier reflexión, afirmando que la filosofía tenía como objeto central y referente mayor, no a la naturaleza, sino al ser humano, lo que constituía un principio humanista. Este enfoque creció y se desarrolló históricamente por dos grandes y distintas vertientes: el humanismo de origen y sustento laico y el humanismo religioso, esencialmente cristiano, ligado a los grandes pensadores de la iglesia.

La vertiente civil se expande a partir de luchas sociales que se van sucediendo con protagonistas líderes como Watt Thiler, Nicolás de Cusa, y pensadores como Leonardo da Vinci, Nicolás Maquiavelo, Ludwig Feuerbach y hasta Carlos Marx y Bakunin, que impulsaban lo que en aquellos momentos se llamó el Nuevo Orden, moral, libre y laico, de ruptura con el medioevo obscurantista. En el ámbito religioso, en la formulación de ideas y textos destacó Erasmo de Rottherdam que impulsó un humanismo religioso renovador (Dios creó al hombre y es su prioridad) o Melanchton, colaborador de Martín Lutero en la iglesia protestante.

Ambas vertientes, la civil-filosófica-política y la religiosa, se fortalecieron progresivamente en sus contenidos teóricos por separado, en su origen y alcances como parte de un pensamiento humanista: uno llamado humanismo materialista o ateísta, civil (incluye los grandes filósofos), durante los siglos del XVII al XIX, y el segundo llamado humanismo clásico renacentista de contenido religioso más antiguo. En ambas, el centro de la atención y la acción ha sido el ser humano, son filosofías antropocéntricas. En México encontramos en forma abundante la presencia de ambas, desde los misioneros coloniales hasta los ideólogos del independentismo mexicano.

En tales condiciones, el esfuerzo de teorización histórica y contemporánea del presidente AMLO sobre el movimiento y programa que construyó adhiere a esta corriente histórica general, no queda claro en cuál de las dos vertientes, porque el expresidente es un hombre de fe, activo, civil, pero su formulación se produce al influjo de su cargo como jefe de Estado, de gobierno y líder indiscutido de un movimiento y un programa transformador, reformista. Haber extraído de la pobreza a 11 millones de mexicanos, según informó en estos días el Banco Mundial, es un logro histórico una hazaña social, que enaltece su visión del humanismo mexicano.

Hay en él una voluntad de unificar la teoría social, el pensamiento político histórico con la praxis política y de gobierno. Es complejo formularlo y también discernirlo. O tal vez su idea fue fundir ambas corrientes históricas en un solo cuerpo filosófico-conceptual y político para México. Percibo una intencionalidad de conformar una ideología propia del movimiento que destaque lo que él consideraba su originalidad a partir de las troncales históricas mencionadas.

¿Cómo ha procesado todo ello el partido Morena creado por AMLO? Considero que en el partido en el poder se concentran las mayores contradicciones y debilidades del movimiento y parcialmente del gobierno nacional.

El nombre de Movimiento Regeneración Nacional liderado por el expresidente está fuera de contexto, en sentido estricto debiera ser Partido del Humanismo Mexicano, no expresa el ideario político ni los objetivos. Actuó como instrumento aglutinador en torno a un liderazgo histórico, una formación política pluri clasista, pluriideológica de tipo frentista. Fueron cinco principios ideológicos y de combate político los que nuclearon a los ciudadanos y algunos líderes de partidos y movimientos del sistema político que los unificaron: lucha contra la corrupción, lucha contra el fraude electoral y por el respeto al voto, lucha contra la pobreza, lucha por la democracia y lucha por la soberanía energética y alimentaria. Todo ello para participar en una contienda electoral que se gana con mayoría de votos. Estos eran indispensables. Los principales cambios en el ejercicio del poder, del gobierno, expresan estos principios que levantó el movimiento dese sus inicios.

En el movimiento, realmente cabía y cabe cualquier ciudadano decente y politizado, o que quisiera rectificar caminos anteriores, que apoyara la tercera candidatura de AMLO, todo ello otorgaba a Morena una gran heterogeneidad en todos los sentidos, el macro factor aglutinante era y es el líder con sus atributos políticos.

A mi consideración, Morena desde su llegada al poder y en nuestros días, no ha logrado conformarse como un agrupamiento político real, como un partido político clásico con características modernas, sigue funcionando como un frente amplio, integrado por un grueso número de corrientes políticas en torno a liderazgos federales o estatales o locales, lo cual se acentúa por el tipo de aliados que le permitieron llegar, gobernar y formar mayorías parlamentarias para procesar reformas legales y constitucionales, porque sus aliados son partidos muy regionalizados que negocian con Morena como partidos nacionales. Los aliados vetaron la iniciativa de ley de la presidenta Sheinbaum contra el nepotismo, que llegaba dedicatoria interna para las familias y clientelas morenistas.

Hoy el objetivo principal no es el fortalecimiento de su institucionalidad interior, el robustecimiento de su dirección nacional, su reforzamiento orgánico, es decir, organizativo, operativo, la educación ideológica y política de sus afiliados, la cohesión de sus diversos y disímiles liderazgos que tienen su propia agenda personal y de grupo, sino la afiliación de 10 millones de miembros, cuya avalancha desborde el faccionalismo interno, eso se pensó también en el PRD ante la fortaleza de las “tribus”, pero fracasó. Se les ofrece pluralidad, inclusión, participación en las condiciones en que se encuentra el partido, cuya dirigencia no pudo evitar la confrontación electoral con sus aliados (especialmente el PT) en Veracruz y Durango y perdieron ante ellos dos o tres decenas de municipios. Absurdo.

No actúa bajo el concepto de Maurice Duverger “una familia ideológica-política”, estructurada como partido de cuadros y de masas, hoy van hacia un partido de masas, pero con una organización frágil y una estructura de cuadros débil. Tampoco discuten el centralismo democrático y la legalidad de las tendencias convergentes, menos un modelo tipo federación estatal-regional parecida al PSOE, sino que persisten en un frente multi ideológico y de micro agrupamientos políticos con intereses de grupo ligados a cargos de representación y los espacios de gobierno, sin una normatividad e instituciones que encaucen adecuadamente tales intereses (salvo en chispazos), y en cuyos ámbitos se sigue pactando con los viejos partidos del caciquismo y la corrupción, y haciendo negocios al amparo del poder público.

No se atreven a hacer elecciones primarias, ni nada que se le parezca. Son una maquinaria electoral mal aceitada y trabajando a medias, que nuclea el voto dada la gran reserva de inclinación al cambio de la ciudadanía en México y de los liderazgos nacionales. Jamás serán la maquinaria electoral que fue el PRI.

Pero hay otra falla fundamental: hoy Morena no se plantea la construcción de contrapoder social a partir de la organización directa de su estructura local, regional, estatal y nacional, nuevos sindicatos, nuevas organizaciones profesionales integradas, nuevas organizaciones académicas, organización regional de ayuntamientos, etc. , lo que se llaman organizaciones intermedias de la sociedad civil, no que ellos las organicen sino que las promuevan con el vigor necesario, facilitando las normas para ello. Por ejemplo, a pesar de la reforma laboral, demanda histórica de la izquierda, la estructura sindical corporativa de los sindictos oficialistas del sector público y privado, se mantiene en lo fundamental, aunque con mucho menos peso gravitacional, pero ha subsistido, lo mismo que los sindicatos patronales, blancos. ¿Dónde está el programa de democratización sindical?

Y aquí la gran paradoja: a pesar de tales fallas relevantes, el gobierno nacional de Morena los partidarios y militantes y líderes de ella son un partido ampliamente útil y efectivo por cuanto lograron detener y revertir el deterioro social, político-institucional de las fuerzas que se agruparon en torno al neoliberalismo, lo cual le da un contenido de gobierno-partido-movimiento de reformismo progresista con potencial para convertirse en revolucionario. Siguen bloqueando como actores de primer plano el paso a las oligarquías estatal-regionales corruptas y saqueadoras, aunque algunos personajes no menores se cuelan hacia sus filas, pero no es la misma situación anterior, de ninguna manera. Falta camino, pero la ruta está abierta.

El gran vacío estaba en un poder judicial que se haga cargo verdaderamente de la justicia en este país. Un poder ejecutivo fuerte con gran consenso social, una mayoría legislativa calificada cohesionada con los aliados, y un poder judicial con afinidad en las causas de la anticorrupción, contra la impunidad corporativo, respeto y obligatoriedad con la fiscalidad del Estado, dureza constitucional ante el crimen transnacional organizado y sus aliados en la administración pública, las cámaras, etcétera, y el respeto verdaderamente irrestricto a los derechos humanos será un inmenso apoyo para la transformación efectiva de México.

Su gran Talón de Aquiles, sigue siendo una economía de exiguo crecimiento, con niveles de desempleo en una tasa de las más bajas en los últimos lustros. Lo que no deja de ser otra paradoja. Aunque el crecimiento económico no fue característica fundamental en sexenios anteriores.

Es relevante ir a una mayor gestión económica para ampliar la inversión del gran capital nacional, retraído, expectante, y del extranjero, sin mediación partidaria confiable y útil a sus poderosos intereses. Es una ventana de oportunidad para la negociación directa de proyectos asociativos con otras potencias económicas, con participación directa o indirecta del Estado. La distribución de la riqueza no dependería solamente de los programas sociales, sino del crecimiento del empleo, los ingresos y el aumento del PIB. El otro gran tema es la seguridad, el crimen transnacional en lo que se avanza, sobre lo que he escrito mucho, no quiero repetir.

Los gobiernos de la 4T-4R y Morena no condensan un proyecto político de clase, son una fuerza política de perfil nacional popular y democrática, con una filosofía humanista e igualitarista, que gestiona el Estado, su programa de transformaciones, su base social de apoyo, y sus confrontaciones con los adversarios desde una concepción y praxis de revolución pasiva que conlleva el atemperamiento de contradicciones y disputas, obteniendo de las masas sociales un apoyo pasivo, para avanzar en reformas sin desbordamientos, así, recupera gradualmente el Estado Nacional con sus atributos históricos, la funcionalidad social de las instituciones públicas y se enfila en el largo plazo hacia su refundación, como objetivos de mediano y largo plazo y de una nueva república federal y democrática, todo ello sancionado por una nueva constitución política. Su táctica es consolidar y avanzar.

Es decir, posee en la medida en que avance en tales objetivos estratégicos, un potencial revolucionario. ¿Hasta dónde podrán llegar los cambios en ese contexto? Es algo impredecible, si no se produce una reversión histórica de gran calado, habrá posibilidades de profundización, que dependerán de la situación de las determinantes nacionales y circunstanciales externas. Hablamos de posibles macro tendencias que se desarrollen.

El camino no es lineal, puede haber muchas interferencias y retrocesos, eso se verá en algunos años más. Hoy tienen todas las condiciones para orientarse a todo aquello optimistamente, hay una cierta uniformidad y control en la estructura del poder federal que permitirá mayores avances, pero a condición de ganar terreno en la recomposición de las fallas fundamentales del proceso actual.

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