Feliciano Peña, artista mexicano que dignificó el paisaje sin distorsión

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Feliciano Peña es uno de los nombres poco conocidos fuera del círculo académico, pero dentro del arte mexicano, su obra es sinónimo de sensibilidad, precisión y humildad. A través del grabado y el paisaje, Peña capturó la esencia de los valles, las quebradas y los rincones naturales de México con una mirada que rehuía del espectáculo.

Su técnica sobria y su fidelidad a la forma le dieron un lugar único en la historia del arte nacional. A continuación, te contamos la historia de este artista discreto pero esencial.

¿Quién fue Feliciano Peña?

Feliciano Peña nació en Silao, Guanajuato, el 25 de abril de 1915, en el seno de una familia modesta. Su padre, carpintero y maestro rural, lo llevó a la Ciudad de México en 1926, donde el joven Feliciano descubrió su vocación por el arte.

Desde pequeño, el dibujo fue para él un puente hacia el mundo. La Escuela de Pintura al Aire Libre de Tlalpan fue su primer escenario de formación, donde estudió entre 1928 y 1932. Ahí estuvo bajo la guía y tutela de maestros como Tamiji Kitagawa y Francisco Díaz de León, quienes marcaron su sensibilidad estética para siempre.

En aquellos años, México todavía se sacudía del conflicto revolucionario y las escuelas al aire libre buscaban democratizar el arte, llevándolo fuera de los salones académicos. Fue allí donde Peña perfeccionó su trazo, su sentido del color y su amor por los paisajes.

Su formación como grabador también comenzó en esa época, explorando técnicas como el linóleo, el relieve y la madera granulada. Con apenas 15 años, en 1930, participó en una exposición en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Poco después, colaboró como ilustrador en la revista infantil Pulgarcito de la Secretaría de Educación Pública (SEP), lo que muestra la versatilidad de su talento desde una etapa muy temprana.

Un artista entre murales y paisajes

A los 18 años, Feliciano Peña inició su carrera profesional gracias a una beca que le permitió enseñar arte y exponer por primera vez en la Sala de Arte de la SEP. Poco después, se mudó a Xalapa, Veracruz, donde fundó una escuela de pintura junto con Francisco Gutiérrez y José Chávez Morado.

En aquella época, los tres artistas colaboraron en un ambicioso mural titulado Antifascismo, de 155 metros cuadrados, en la Escuela Normal Superior. Sin embargo, la obra fue cubierta por contener un desnudo femenino considerado inapropiado para la época.

Años más tarde, en 1961, un intento de rescatar el mural terminó con la destrucción parcial de las secciones que Peña había pintado. A pesar de ese trago amargo, su obra comenzó a ganar mayor visibilidad en los años cuarenta.

El retrato que presentó en la Galería Espira en 1942 atrajo la atención de la crítica, y desde 1947 se convirtió en expositor constante en la Galería de Arte Mexicano. Feliciano Peña fue también uno de los artistas invitados a inaugurar el Salón de la Plástica Mexicana en 1949, institución a la que permaneció ligado hasta el final de su vida.

Participó en importantes muestras colectivas como la Primera Bienal Interamericana de Pintura y Grabado (1958) y Retrato mexicano contemporáneo (1961), ambas en el Palacio de Bellas Artes. También representó a México en la exposición Veinte siglos de arte mexicano en París en 1952. Como grabador, dejó un legado notable con su álbum Estampas de México (1949) y sus colaboraciones para revistas culturales como El hijo pródigo, Frente a frente y Artes de México.

Feliciano Peña y su comprensión de la naturaleza

Aunque incursionó en el retrato y la figura humana, Feliciano Peña se distinguió sobre todo por sus paisajes. A diferencia de otros artistas de su tiempo que experimentaban con la distorsión, el simbolismo o la abstracción.

Peña apostó por una representación honesta y luminosa de la naturaleza. Le interesaba capturar la forma sin deformarla, la luz sin exagerarla. Esa fidelidad al paisaje lo emparenta con José María Velasco, aunque Peña prefirió una paleta más clara y una mirada menos grandilocuente.

Sus cuadros eluden la dominación del entorno, más bien dan espacio al entendimiento del mismo. Él no buscaba poseer la naturaleza, sino dialogar con ella. Esa sensibilidad lo convirtió en un artista discreto, ajeno a la espectacularidad, pero profundamente respetado por quienes conocieron su trabajo.

Durante su vida, Peña no fue un artista de grandes premios ni titulares. Su único galardón importante fue el del Salón Anual de Pintura del Salón de la Plástica Mexicana en 1957. Quizás porque nunca buscó protagonismo, su obra quedó durante años en un segundo plano. Falleció en la Ciudad de México en 1982, sin haber recibido el reconocimiento que merecía.

Poco después de su muerte, la Galería Lourdes Chumacero organizó una muestra en su honor. En 2011, el Museo de Arte e Historia de Guanajuato volvió a exponer parte de su legado. En vida, la escritora Pita Amor le dedicó un poema, y en 1999, la crítica Raquel Tibol publicó un libro sobre él titulado De la honradez y el arraigo profesional, en el que definió con precisión su espíritu: “Feliciano Peña no quería poseer la naturaleza, sino comprenderla”.

Ese deseo de comprensión, ese compromiso ético con su entorno y su arte, es lo que hace que, a más de un siglo de su nacimiento, su obra siga hablando con la misma honestidad con la que fue creada.

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–>Tomado de https://www.mexicodesconocido.com.mx/