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Cuando eras niño no podías siquiera imaginar que alguna vez te harías grande. Eras presente puro, en cada instante, a cada instante.
Ni siquiera imaginabas la memoria de tus días anteriores. Eras puro presente. Confundías la ingenuidad con la razón, con tu razón que pensabas era la razón del mundo.
Eras un balón de mala calidad en un descampado. Un chapuzón en el arroyo de la casa de tus abuelos, un vaquero al trote por los desmontes de la ciudad sin construir, persiguiendo búfalos, matando indios malvados.
Eras la fascinación del cine, aquella pared luminosa que parecía haber inventado el color. Aparecían mujeres bellísimas que no se parecían a tus primas. Hombres duros, violentos. Acababan abrazando a sus bellas comparsas, enlazándose en abrazos que jamás veías a tu alrededor.
Tardaste mucho en aprender que eran la puerta hacia un placer del que nadie te había hablado nunca.
Enfurecidos los puños te dirigías al más fuerte. Algo decía en ti que no podrías contra el gallo del corral. Te girabas, huías y, como siempre, solo te quedaba el modesto orgullo de tu cobardía.
Otra vez el cine, refugio atómico.
Bajo el velo de la impunidad caías en la abarrotada sima de tus confusos sentimientos.
Sobre la pared multicolor aparecían aquellas damas enigmáticas, sugerentes, afectuosas. Sí, mujeres.
Tus primas, las niñas que crecían junto a ti o las mamás de tus amigos no se parecían a ellas. ¿Qué eran esos seres tan parecidos a nosotros, tan extrañamente extraños?
Un día, en la prolongada siesta de agosto, sin razón aparente, Ana Mari, la hermana de tu mejor amigo, se subió la falda, se bajó la braga y proclamó:
Esto es lo que tú no tienes.De momento seguías sin saber proyectar el futuro, solo ir descubriéndolo. Ni entonces, ni casi ahora, podías sospechar la relación que existía entre los besos del cine y aquel promontorio tierno, limpio y rosa entre las piernas de Ana Mari.
ARTURO LORENZO
Madrid, julio de 2025
Tomado de https://losamigosdecervantes.com/
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