Guadi Calvo*.
A tres meses del inicio del conflicto en Tigray, que sigue amenazando con la balcanización de Etiopia, (Ver: Etiopia: De una guerra étnica a un conflicto regional), cientos de miles de civiles se siguen debatiendo en la incertidumbre de una guerra estancada, que podría reiniciarse en cualquier momento, al tiempo que esa inestabilidad las está acercando a una crisis alimentaria, como ya lo vivieron entre 1983 y 1985, tras una diabólica combinación de sequía y guerra, que produjo cerca de un millón y medio de muertos, 500 mil refugiando y unos 2 millones de desplazados internos; lo que podría repetirse si el Primer Ministro del país y Premio Nobel de la Paz 2019, Ahmed Abiy, no revierte la crítica situación, a las que sus fuerzas armadas, que solo iban a “una operación policial”, han sumido a toda la provincia de Tigray y sus seis millones de habitantes.
Abiy, que había prometido que no se producirían víctimas civiles en el conflicto, en estos momentos a pesar de la escasa información ya se habla de miles de muertos y desaparecidos entre la población local. Además, de los 100 mil pobladores, que han debido refugiarse en Sudán, a consecuencia de la “operación policial”. Lo que ha hecho desbordar la capacidad de los campamentos y hospitales financiados tanto por Jartum, como por las diferentes ONGs, que operan en el área, como los de Hamdayet, Village No 8 y el de Um Rakuba, entre otros. Se estima que el número de refugiados habría sido sumamente mayor de no haber sido bloqueados los pasos seguros por las fuerzas etíopes y eritreas, que también están operando en el conflicto en apoyo de Addis Abeba y que desde el principio del conflicto ocupó varios pueblos tigriños, junto a su frontera.
Tanto las fuerzas federales como el Frente de Liberación del Pueblo de Tigray (TPLF, por sus siglas en inglés), cuyo principales líderes ya han sido detenidos, se acusan mutuamente de matanzas de civiles, como la de la ciudad de Maïkadra, de unos 40 mil habitantes, en el oeste de Tigray, donde a principio de noviembre, ciento de civiles miembros de la etnia Amhara, fueron asesinados a golpe de garrotes y machetazos, de los que todavía no se conoce ni la cantidad, ni que fuerza ha sido la responsable de la matanza. Aunque algunas versiones señalan a miembros del grupo Samri, la rama juvenil del TPLF.
Las provincias de Tigray y Amhara, tienen un antiguo entredicho fronterizo, lo que ha llevado a sospechar a los tigrayanos la intensión del gobierno de Abiy, para resolver ese conflicto y terminar con la lucha independentista de esa provincia partiendo la región entre la provincia de Amhara y Eritrea. Addis Abeba, no ha hecho nada para disipar esos rumores por lo que los ánimos separatistas de Tigray se refuerzan cada vez más con el paso del tiempo y el accionar del gobierno central.
Mientras los enfrentamientos armados, parecen haber reducido su intensidad, sus consecuencias no serán fáciles de controlar, tanto los refugiados en Sudán, como los desplazados internos, un total cercano a los 4.5 millones de almas, están sufriendo la falta de alimentos, lo que provoca constantes saqueos contra las poblaciones aledañas, sumado la violencia sexual, sufrida mayoritariamente por mujeres y menores, las que no hay modo de ser controladas, ya que son las fuerzas beligerantes las que las realizan; a lo que se le suman los crímenes por rivalidades étnicas, convierte a la región en un verdadero infierno para los civiles, de los que según el Primer Ministro Abiy, sigue sosteniendo “no ha muerto ninguno”. Los bombardeos, incluso contra la capital provincial Mekelle, han devastado también los suministros de agua y la infraestructura hospitalaria en el sector de los combates. Estos vectores, sumamente difíciles de medir ya que las restricciones impuestas por Addis Abeba, hacen que el ochenta por ciento del territorio de Tigray, sea inaccesible tanto para periodistas como de observadores internacionales, aunque algunas de las organizaciones, que ya operaban en la zona, al igual que las entrevistas hechas a los refugiados en Sudán y el análisis de imágenes satelitales, da como resultado que el ejército etíope ha cometido crímenes de guerra y de lesa humanidad generalizados y sistemáticos contra la población civil. Aunque, se conoció, que los que con más saña están actuando son las fuerzas eritreas y las milicias Amharas.
Por su parte el Gobierno Regional de Tigray, a mediados del pasado enero, advirtió que: “la lucha iba a continuar hasta que los enemigos estén obligados a abandonar el territorio”. Al tiempo que algunos informes hablan de jóvenes tigriños que abandonan sus hogares para unirse al TPLF y continuar con la woyane (rebelión, en voz tigriña)
El factor eritreo
Si bien en un principio de la guerra de Tigray, fue negada por Addis Abeba y Asmara, la participación del ejército eritreo en el conflicto, a lo largo de estos tres meses, las pruebas de esa presencia se fueron acumulando de manera contundente. Ambos países comparten una frontera de unos 1930 kilómetros y un odio visceral por el Frente de Liberación Popular de Tigray (TPLF) que lideró la guerra fronteriza entre Etiopia y Eritrea, entre 1998-2000, tras décadas de roces y que dejó 125 mil muertos y 650 mil desplazados.
Según las imágenes satelitales, estudiadas por la británica DX Open Network, del 24 de noviembre al 27 de enero, dos de los cuatro campamentos de refugiados eritreos, el de Hitsats y el de Shimelba, donde se estima había unas 25 mil personas antes de la guerra, aparecen como “arrasados” casi el noventa por cientos de las 800 estructuras levantas por ONU, entre ellas un hospital, escuelas y cientos de “viviendas”, fueron destruidas. En el estudio de imágenes, también se detecta claramente presencia militar, cráteres producido por bombardeos y sin presencia de población civil, que se cree, en el mejor de los casos, fue evacuada. Sin que se conozca su destino, versiones oficiales dicen que han sido trasladados a los campamentos de Adi Harush y Mai Ayni, donde trabajadores humanitarios, tendrían mejor accesibilidad. De no confirmase ese traslado, es presumible que los refugiados eritreos, hayan sido asesinados por sus propios compatriotas y otros secuestrados y devueltos a Eritrea, donde si dudas no les espera un mejor final.
La “colaboración” eritrea había sido concertada entre el Primer Ministro Abiy y el presidente Isaias Afwerki, por lo que de hecho se convierte en una fuerza beligerante ya que cientos de hombres de fuerza especiales, enviadas por Asmara, han participado de combates contra el TPLF en el norte etíope. Esa presencia no admitida por ninguno de los dos países, impide obviamente el reconocimiento de bajas eritreas en Tigray, que, si bien es imposible tener un número aproximado, ha provocado inquietud entre los familiares de los militares que no han vuelto a su país.
Dado el gobierno dictatorial del presidente Isaias Afwerki, en el poder desde 1993, ha impedido la creación de organismos de control por lo que los parientes de los militares, no tiene donde expresar sus reclamos.
El servicio militar en Eritrea, que puede extenderse el tiempo que el gobierno considere, por lo que hay reclutas, pueden estar bajo bandera de manera indefinida, sin derechos a nada, lo que ha provocado la fuga al exterior de miles de jóvenes, algunos de ellos, sin duda son, los que hoy están desaparecidos de los campos de Hitsats y Shimelba.
Afwerki, que aspira desde siempre en convertirse en un factótum regional, por lo que Tigray, no es la primera guerra en que involucra a su país, sus hombres han participado en diferentes conflictos y guerras como en la República Democrática del Congo, Sudán del Sur y Sudán.
Fue por conseguir acuerdo de paz por la guerra del 1998-2000, que Abiy Ahmed, quien, tras asumir como Primer Ministro, en abril de 2018, entabló negociaciones con Afwerki, que le concedió al año siguiente el Premio Nobel. Aunque el TPLF, nunca reconoció el acuerdo, iniciándose la tensión entre Mekelle y Addis Abeba, que eclosionó en noviembre pasado.
Según informes, todas las fuerzas armadas de Eritrea, están a disposición de Abiy, al tiempo que el ejército etíope, puede utilizar sin restricciones los territorios bajo control de Asmara, lo que no han dejado de provocar inquietud entre los locales, cada vez más perdidos en las nieblas de la guerra.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central. En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.
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