Nada más ajeno al espíritu de reflexión y concordia de Antonio Machado que la guerra, pero un destino cruel quiso que ella marcara sus últimos años y precipitara su muerte.
La había sentido lejana cuando asolaba los campos de Europa, pero ahora iba a verla muy de cerca, cercenando vidas y rompiendo todo lo que le era querido. Entre sus escritos de esta época final, destacan las colaboraciones periodísticas en las que el poeta reflexiona sobre lo que está ocurriendo, y entre ellas tienen interés especial los artículos que de julio de 1937 a enero de 1939 publicó en el diario barcelonés La Vanguardia, veintinueve columnas que acaban de ser reunidas por la editorial Dyskolo en Desde el mirador de la guerra, acompañadas de una introducción en la que se repasa la trayectoria biográfica y literaria del maestro en este tiempo. El libro está destinado a sumarse a la celebración en 2025 del 150 aniversario del nacimiento del autor de Campos de Castilla.
El poeta y la guerra
La sublevación de julio de 1936
sorprendió a Antonio Machado en Madrid, donde acababa de tomar
posesión de una cátedra de Francés en un instituto de Segunda
Enseñanza. Los últimos meses firmaba escritos de apoyo a la
República y trabajaba con su hermano Manuel en una obra teatral
sobre la Revolución francesa que estuvo mucho tiempo perdida: La
Diosa Razón. El
periodista astur-argentino Pablo Suero, que los trató estos días
vio a Antonio con algo de viejecillo, sin serlo del todo a sus
sesenta y un años, con un mirar apagado como su voz, y a su hermano,
un año mayor, más entero, aunque los dos cansados y desencantados.
Cuando la asonada fascista, Manuel pasaba unos días en Burgos y fue
detenido por sus ideas republicanas, pero en unas semanas optó por
afiliarse a Falange y de hecho se convirtió en uno de los puntales
intelectuales del franquismo. Los dos hermanos, uña y carne hasta
ese momento, no se volvieron a ver.
Llegan días dolorosos en que
Antonio apenas sale de casa, sobresaltado por noticias de una guerra
de futuro incierto. Sigue firmando manifiestos y en septiembre el
asesinato de Federico García Lorca lo mueve a escribir la elegía El
crimen fue en Granada,
publicada el mes siguiente. En noviembre, con los rebeldes a las
puertas de Madrid, es evacuado con un grupo de intelectuales y
científicos a Valencia, donde va a permanecer hasta la primavera de
1938. En esta época, Machado escribe versos y prosas en defensa del
martirizado pueblo español y su República, y deja en ellos
constancia de su pensamiento humanista y socialista, aunque
refractario al economicismo marxista. Por dentro lo reconcomen los
versos que su hermano está dedicando a los líderes fascistas.
Nuestro poeta participa en
Valencia en el II Congreso Internacional de Escritores para la
Defensa de la Cultura con un discurso, “El poeta y el pueblo”,
cuya transcripción fue publicada en el diario La
Vanguardia el 16 de
julio de 1937 y es el primer texto recogido en el libro de Dyskolo.
En él encontramos una encendida defensa del arte popular frente a
las torres de marfil elitistas, que se refuerza en un momento en que
la tragedia hermana a todos y demuestra que “nadie
es más que nadie”,
eclipsando las afectaciones del “señoritismo”. Machado ve una
España popular eterna, la de D. Quijote y el Cid, y defiende un
concepto de la cultura como un tesoro que sólo alcanza su sentido
cuando se reparte, pues “sólo
se pierde lo que se guarda, y sólo se gana lo que se da.”
Los avances de los facciosos
aconsejan abandonar Valencia y el poeta lo hace en los primeros días
de abril de 1938, acompañado por su familia. Poco antes había
aparecido otro artículo en La
Vanguardia en el que
el apócrifo Juan de Mairena hilvana unas “Notas inactuales”
aforísticas. En ellas reflexiona sobre asuntos diversos para
terminar inevitablemente con algo de plena actualidad, el criminal
cinismo de las potencias que escudándose en la “no intervención”
condenaban a muerte a la II República española.
Epílogo catalán
Machado y los suyos se instalan
en Barcelona, blanco por entonces de frecuentes bombardeos. La guerra
se da por perdida y el ánimo sólo puede ser sombrío. Poco consuelo
es compartir la tristeza con buenos amigos, como León Felipe, José
Bergamín, Waldo Frank o Max Aub. Las colaboraciones de nuestro poeta
en La Vanguardia,
diario incautado a la familia Godó y portavoz oficioso del gobierno
republicano en Cataluña, van a aparecer regularmente a partir de
entonces hasta el 6 de enero de 1939. En estos textos se sigue
señalando la injusta crueldad de la “no intervención” y su
falta de sentido, pues sólo dilataba en el tiempo la batalla contra
el fascismo de franceses e ingleses.
Las trece columnas agrupadas con
el título “Desde el mirador de la guerra”, escogido por Dyskolo
para el libro, insisten en estas mismas ideas, lamento inevitable y
vano cuando desde Ginebra llegan noticias de las deliberaciones de la
Sociedad de Naciones que dejan a España inerme ante las potencias
fascistas. Se aportan también conceptos originales sobre las
conexiones entre la guerra y una paz que en realidad no es tal, pues
condena a las clases populares a padecer injusticias y, como se acaba
de ver, si tratan de remediarlas las hace víctimas de una guerra
sangrienta. Se critica a los políticos conservadores de las
democracias liberales, ciegos y claudicantes ante lo que se les viene
encima y verdugos de sus propios pueblos, al guiarse por un prejuicio
de clase y miedo al “comunismo”. Las vacilaciones e
inconsistencias de Chamberlain con el asunto de Checoslovaquia son
recibidas como una confirmación de lo previsto, que cabe tomar con
ironía, mientras la ayuda soviética arranca sinceras frases de
agradecimiento. En enero de 1939 aún hay alguna esperanza de que los
pueblos de Inglaterra y Francia, iluminados por sus mejores
intelectuales, sean capaces de revertir la deriva suicida de sus
líderes.
La salud de Machado no es buena
en estos meses últimos. El escritor Luis Capdevila lo encuentra
desconocido, ya irremisiblemente viejo, con la faz chupada y barba de
tres o cuatro días, andando lentamente, arrastrando los pies.
Explica esto que desistiera de viajar a París al Congreso de la Paz
al que se le invitó. Envió un texto que se publicó en La
Vanguardia y aparece
en el libro, en el que se rebela contra la fatalidad de la guerra,
basada en la identificación con la propia familia, tribu o nación,
que hace que excelentes padres y ciudadanos puedan convertirse en
abominables asesinos. Ve la solución sólo en “un
sentido cordial de radio infinito”,
capaz de hermanar a todos los humanos en los valores más nobles de
la especie.
En otro de los artículos,
Machado sigue reflexionando sobre la guerra y por boca de Mairena
insta a los jóvenes a no caer en el nihilismo y saber recuperar las
mejores tradiciones, las más profundas, del arte, cuando ésta
concluya. Hay también unas vibrantes cuartillas con las que el poeta
despide a los voluntarios de las Brigadas Internacionales y dos
alocuciones en la radio, una en el aniversario de la batalla por
Madrid de noviembre de 1936 y otra “a todos los españoles”,
defendiendo la legitimidad de la República. En otro texto, el autor
de Soledades
recuerda con emoción cuando escuchó de niño a Pablo Iglesias, en
cuya voz reconoció “el
timbre inconfundible —e indefinible— de la verdad humana”.
Un compromiso hasta el final
A finales de enero de 1939, con
Barcelona a punto de caer en manos de los facciosos, Antonio Machado
se ve obligado a emprender una precipitada huida hacia Francia en la
que lo acompañan familiares y amigos. Cinco días les cuesta llegar
y ya en el país vecino reciben afectuosa hospitalidad en Colliure,
pero al poeta se le declara pronto una neumonía, resultado de la
mojadura por la fuerte lluvia en un tramo que hubieron de recorrer a
pie hasta la frontera. La enfermedad pone fin a sus días el 22 de
febrero y poco después fallece su madre en la misma habitación de
la posada.
Machado, andaluz y castellano,
exploró siempre la vena popular en su obra, y en su última etapa,
cuando hados adversos le hicieron vivir lo más doloroso, siguió
reivindicando en los textos reunidos en Desde
el mirador de la guerra
la fusión del poeta y el pueblo, tema que eligió para su discurso
en el congreso de Valencia. En la hora terrible de España, él se
rebela en este libro contra los fariseísmos de la política que
dejan a un pueblo maniatado frente a sus verdugos, y busca los
argumentos y sentimientos que han de hacer posible terminar con tanto
oprobio. El poeta quiere ser pueblo y encuentra en ello el mayor
valor de su mensaje lírico, aunque traiga consigo el odio de los
poderosos y una muerte cruel y prematura.
Blog del autor:
http://www.jesusaller.com/.
En él puede
descargarse ya su último poemario: Los
libros muertos.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.
Tomado de https://rebelion.org/
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