¿Cuál es la diferencia entre un acto temerario y una decisión prudente? Suele asociarse el primero con el impuso a dejar todo en manos de la suerte. La temeridad se refleja en el apostador empedernido, víctima de la pasión por los juegos de azar. Nada parecería más alejado del hombre prudente, racional y calculador.
Sin embargo, la prudencia, según Aristóteles, es una forma de pensamiento del mundo contingente, sujeto a la intervención del azar, y por lo tanto impredecible. Lo que distingue al hombre prudente del temerario, no es que el primero va a la segura y el segundo se la juega, sino la forma en que cada uno lidia con la incertidumbre.
En su libro Thinking in Bets (2018), Annie Duke sostiene que siempre que tomamos decisiones estamos haciendo una apuesta. La mayoría de las veces la apuesta no es con otra persona, sino contra “diferentes versiones futuras de nosotros mismos, que hemos rechazado”.
Al decidir, escogemos una ruta no un destino. Entre la decisión y el resultado media la incertidumbre. Por un lado, existen siempre factores que escapan nuestro control. Por otro, a menudo tenemos que tomar decisiones con información limitada, a sabiendas que hay datos valiosos fuera de nuestro alcance.
Por ello, dice Annie Duke, una campeona de póker, el hombre prudente en los negocios y la política tiene mucho que aprender del juego de las cartas. El póker es un juego en el que el jugador más hábil, a pesar de escoger la mejor de las alternativas en cada punto, puede perder la partida. Los jugadores desconocen qué nuevas cartas se repartirán o se pondrán a la vista. La política y los negocios no son muy diferentes: una buena decisión no garantiza un buen resultado.
Asumir que cuando decidimos apostamos conlleva ventajas. De entrada, obliga al sano ejercicio de pensar probabilísticamente y calcular el riesgo que las cosas resulten de una manera distinta a la anticipada. “¿Cuánto apuestas?”, la típica pregunta con la que se suele probar la confianza de una persona en sus creencias, obliga a pensar dos veces y contemplar la posibilidad de equivocarnos.
La consciencia del papel de la suerte nos vuelve más objetivos a la hora de evaluar nuestras decisiones y las de los demás. Nos vacuna contra la falacia de juzgar la calidad de las decisiones por los resultados. En la política como en los negocios, el éxito puede sobrevenir a pesar de nosotros mismos. De igual forma, la intervención del azar puede llevar al fracaso, a pesar de que se tomaron buenas decisiones.
Por ello, Wiston Churchill llamó al éxito y al fracaso como los dos grandes impostores. El secreto para lidiar con un mundo contingente, dice Annie Duke, consiste en no marearse con los buenos resultados ni deprimirse con los malos. La prudencia enseña el habito de discernir cuándo el resultado se debe a la suerte y cuándo a nuestra habilidad.
La tarea no es fácil, advierte Duke. Hay experiencias que tienen poco que enseñarnos, pues casi todo se debe al azar. Más comúnmente, los resultados se deben a una mezcla de suerte y habilidad, y separar una cosa de la otra se vuelve un proceso complicado e incierto. Los resultados por sí mismos no nos dicen qué es nuestra culpa y qué no.
Pero el hombre es el único animal que se tropieza con la misma piedra dos veces. La razón tiene que ver con nuestra tendencia irracional a atribuir los buenos resultados a nuestra habilidad y los malos a la suerte. Por ello, el conocimiento verdadero, tanto en los negocios, la política como en las apuestas, empieza por volvernos conscientes de la tentación, siempre presente, de culpar a alguien más de nuestros propios errores.
*Profesor del CIDE.
Twitter: @BenitoNacif
Profesor
Voto particular
El Dr. Benito Nacif es profesor de la División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). Fue Consejero Electoral del Instituto Nacional Electoral (INE) del 2014 al 2020 y del Instituto Federal Electoral (IFE) del 2008 al 2014.
Tomado de https://www.eleconomista.com.mx/
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