El motivo por el que no hay puentes que crucen el Amazonas a lo largo de sus 6.000 kilómetros

El Amazonas es impresionante. Sin paliativos, ni medias tintas. Lo es por su tamaño, que le permite disputarse el título de río más largo del mundo con el Nilo. Por su caudal. Por su biodiversidad. E incluso...

El Amazonas es impresionante. Sin paliativos, ni medias tintas. Lo es por su tamaño, que le permite disputarse el título de río más largo del mundo con el Nilo. Por su caudal. Por su biodiversidad. E incluso por los secretos que aún esconde su entorno, como la civilización perdida que un equipo de arqueólogos acaba de descubrir en la Selva Amazónica de Bolivia. A lo largo de su cauce oculta sin embargo alguna sorpresa nueva. Quizás algo más prosaica, pero desde luego igual de curiosa.

Por ejemplo: no hay puentes que atraviesen el Amazonas.

Y eso, en un río que cruza varios países, acoge en su cuenca a más de 30 millones de personas y tiene una longitud de al menos 6.400 km, resulta casi tan llamativo como su tamaño o caudal.

¿Cómo es posible?

Muy distinto a otros grandes ríos. El Amazonas es largo, muy largo. Si se lleva la palma es sin embargo algo sujeto a debate. Determinar cuál es el río más extenso del mundo puede parecer fácil —y más hoy en día—, pero antes deberíamos zanjar un debate importante que lleva desde el siglo XX sobre la mesa: dónde nace el Amazonas exactamente. La mayoría de los científicos creen que mide al menos 6.400 km, lo que lo dejaría por debajo de los 6.650 del Nilo. En 2007 un grupo de investigadores realizaron un cálculo nuevo —y controvertido— que lo aproxima a los 6.900.

…y con «alergia» a los puentes. Se tenga en cuenta uno u otro dato, lo incuestionable es que el Amazonas es un rara avis entre los ríos de su tamaño. Live Science precisa que solo en El Cairo el Nilo está atravesado por casi una decena de puentes. En 2019, de hecho, Egipto inauguraba uno enorme de más de 67 m de ancho y media docena de carriles por sentido en la capital. El Danubio suma 133 y el Yangtsé, el gran río de Asia, ha incorporado más de un centenar en tres décadas.

La clave: población y carreteras. Sí, en la cuenca del Amazonas viven más de 30 millones de personas repartidas a lo largo de nueve países, pero no se extienden homogéneamente. Ni mucho menos. Se calcula que dos tercios de esos habitantes residen en Brasil y que más de la mitad se concentran en núcleos urbanos. El resultado es que hay amplios tramos en los que el Amazonas serpentea por áreas con escasa población, lo que supone a su vez un doble hándicap: distribución desigual y pocas carreteras de gran capacidad que puedan conectarse con un puente.

Las poblaciones repartidas por el entorno del Amazonas se han adaptado en cierto modo a ese escenario y cada vez que necesitan desplazarse recurren a ferris, fuerabordas, lanchas y canoas, entre otras embarcaciones. Consecuencia: “No hay una necesidad suficientemente apremiante de un puente a través del Amazonas”, comentan desde el ETH de Zúrich a Live Science.

El río y su entorno no nos lo ponen fácil. Así es, al margen de lo más o menos demandada que pueda estar una infraestructura de este tipo en el Amazonas, la realidad es que el entorno y el propio río tampoco nos lo ponen fácil. Quien quiera enlazar ambas orillas tendrá que enfrentarse a retos de calado. El principal, quizás, que no es igual el Amazonas de la estación seca que la de las lluvias. Su ancho puede multiplicarse de una temporada a otra: si el promedio es de 3,2-9,7 km en el primer caso, en el segundo llega a alcanzar los 48 km con un aumento notable en el nivel del agua.

Semejantes variaciones dificultan el uso de pontones y demás estructuras flotantes, un hándicap al que se suman otros no menores: la complejidad de trabajar en el terreno de sus áreas pantanosas, los cambios en el curso del río y su profundidad a medida que avanza el año… factores que no se lo pondrían fácil a los constructores y repercutirían además en el coste del proyecto. Ya solo la complejidad del terreno exigiría el empleo de cimientos más hondos.

¿Queremos que haya puentes en el Amazonas? He ahí la cuestión. Quizás la pregunta más importante de todas es esa: ¿Nos interesa que haya puentes cruzando el Amazonas? Dados los retos técnicos y logísticos y a la vista de que tampoco parece una urgencia social, ¿compensa ponerse a levantar viaductos? ¿Qué impacto tendría a nivel medioambiental?

Desde hace años los expertos alertan del efecto negativo de las carreteras que ya atraviesan la Amazonía y señalan que están contribuyendo a la deforestación y el deterioro de las vías fluviales. Un estudio publicado en 2018 por la investigadora Cecilia Gontijo Leal señala que los viales que atraviesan la Amazonía brasileña están afectando de forma negativa a los peces. “Los datos confirmaron que los caminos de tierra están devastando los arroyos amazónicos”, zanja.

El impacto se explica por la erosión de la costa, la acumulación de sedimentos, un deterioro en la calidad del agua y el efecto barrera de las carreteras «mal diseñadas», que pueden dificultar que los peces alcancen lugares en los que alimentarse, reproducirse o refugiarse. Gontijo se encontró con numerosos cruces de arroyos, “puentes” improvisados —en ocasiones para enlazar carreteras ilegales— que “han fragmentado profundamente el ecosistema de agua dulce”.

Un proyecto que ya se ha puesto sobre la mesa. Complicaciones técnicas, demanda e impacto medioambiental aparte, lo cierto es que ya ha llegado a plantearse la construcción de viaductos en el Amazonas. En 2019 el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, mostró su deseo de levantar un puente en el marco de su Proyecto Río Branco. Hasta ahora, de momento, no constan avances.

Lo que sí tenemos ya es Ponte Río Negro, una infraestructura similar que se completó en 2021 y conecta uno de los principales afluentes del Amazonas. Cuando se finalizó llegó a plantearse un proyecto similar para el Alto Amazonas que enlazase la ciudad de Manaus con la carretera BR3-19. “Daría a los deforestadores acceso a alrededor de la mitad de lo que queda de la selva amazónica del país”, alertaba en 2020 el biólogo Philip Fearnside en un artículo publicado en Mongabay.

Imágenes | Ivars Utināns (Unsplash), NASA y Los viajes del Cangrejo (Flickr)

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