septiembre 14, 2025

El ministro contra el misterio

“Acaso en un recodo de ese incómodo territorio póstumo, Carlos el aspirante a santo atormente al Carlos blasfemo con prédicas sobre el matrimonio; pero es más probable que Carlos el novelista atormente al Carlos rezandero con lecturas de sus (no muy...

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Jorge Pech Casanova

Carlos Abascal Carranza fue secretario del Trabajo y luego de Gobernación durante el sexenio de Vicente Fox, de los años 2000 a 2006. Cuando murió en diciembre de 2008 se dijo de él que hasta sus adversarios lo reconocieron como “un hombre congruente”. Con esto resaltaban su catolicismo a ultranza, que dio pie a que se intentara su canonización en 2009.

Ese proceso canonizante fue deslucido y quizá frenado por la noticia de que su hijo Rodrigo Abascal Olascoaga pretendía quitarle sus cuatro hijos y despojar de su casa a su ex esposa, nuera del candidato a santo. Un medio aclaró al respecto: “Rodrigo Abascal no tiene nada que ver con los valores y principios defendidos por su padre. El vástago del candidato a formar parte de los textos de hagiología es un ente antinatura”.

Años antes de su muerte, el propio Carlos Abascal dio muestras de un intolerancia nada santa ni cristiana al arremeter contra una modesta maestra de secundaria, Georgina Rábago Pérez, por el enorme delito de dar a leer a la hija de Abascal y a otras católicas educandas la clásica novela de fantasmas Aura, de Carlos Fuentes.

La breve e intensa narración de Fuentes es una de las obras maestras de la literatura mexicana del siglo XX, con reminiscencias de La hija de Rapaccini, de Nathaniel Hawthorne, y sobre todo de Los papeles de Aspern, sorprendente novela satírica de Henry James, con su carga de fantasmagorías inglesas y venecianas.

Con todo y su ascendencia inglesa, la muy mexicana Aura relata la extraña aventura de Felipe Montero, historiador contratado por la centenaria viuda Consuelo para ordenar las memorias del difunto general Llorente, quien combatió en tiempos de Benito Juárez. En la vetusta casa de Donceles 815, Felipe halla a la joven Aura, de quien se prenda. En su trato erótico y sentimental con ella, el historiador descubrirá que la joven guarda una anómala dependencia con su abuela Consuelo.

Una escena en particular de la novela despertó la católica indignación de Carlos Abascal: al unirse carnalmente con Aura, Felipe Montero participa en una especie de misa negra erótica sobre el lecho sacrílego. Sin decir nada a la docente, en 2001 el devoto secretario del Trabajo del papista Vicente Fox envió una carta al Instituto “Félix de Jesús Rougier” quejándose “debido al tipo de libros que la profesora Luz María Georgina Rábago Pérez de la asignatura de español II y III pidió a las alumnas”.

Al secretario Abascal no le agradaron los misterios eróticos y espectrales que halló en las lecturas encomendadas a su heredera. En consecuencia, Lourdes González Doria y Elizabeth Suchowitzki Stadelman, respectivas apoderada legal y directora técnica del Instituto, respondieron al quejoso ministro elaborando un acta de despido para la profesora Rábago en la que la desprevenida docente y estudiante de teatro leyó:

“Un argumento a través del cual se demuestra la incompatibilidad de estos libros con la Filosofía en Valores Éticos de esta escuela secundaria, es la transcripción del texto del libro Aura de Carlos Fuentes en las páginas 48 y 49, que dice: «Felipe cae sobre el cuerpo desnudo de Aura, sobre sus brazos abiertos, extendidos de un extremo al otro de la cama, igual que el Cristo Negro que cuelga del muro de su faldón de seda escarlata, sus rodillas abiertas, su costado herido, su Corona de brezos montada sobre la peluca negra, enmarañada, entreverada con lentejuela de plata. Aura se abrirá como un altar. Murmuras el nombre de Aura al oído de Aura, sientes los brazos llenos de la mujer contra tu espalda. Escuchas su voz tibia en tu oreja: ¿Me querrás siempre?»”.

Sobrevino el escándalo al dar a conocer públicamente la profesora las causas de su despido, que ni la escuela ni Carlos Abascal desmintieron. Las propias discípulas de la docente le revelaron que habían visto la alevosa carta del ministro en la mochila de su hija, a la cual la futura actriz teatral no señaló. Al contrario, Rábago defendió a la adolescente Abascal al describirla: “Era la más participativa, muy bien comportada. En clase no platica. Sin ser propiamente líder, era una de las que más enriquecían las clases con sus comentarios. Con ella nunca tuve un incidente”.

Aunque la escuela secundaria ofreció recontratar a la cesada admiradora de Fuentes, García Márquez y Kafka, Georgina Rábago rechazó el empleo, se graduó como actriz teatral en la universidad y desarrolló su carrera lejos de las católicas arremetidas del ministro que, a su muerte, olería a santidad en los belfos de sus sicofantes.

Abascal fue un enemigo de los trabajadores cuando estuvo en la Secretaría del Trabajo, así que no sorprende su alevosa arremetida contra la profesora Rábago. No era un hombre habituado a dialogar sino a imponer; no veía a las trabajadoras ni a los trabajadores como seres humanos con derechos, sino como simples receptores y ejecutores de órdenes. Cuando fue secretario de Gobernación, el católico señor tampoco fue favorable a la mayoría de las mexicanas ni de los mexicanos, como todo el nefasto gobierno que lo auspició.

En el funeral de su ex colaborador, el aciago Vicente Fox adujo sobre Abascal: “Él está en el cielo y sigue con nosotros”. Si el cielo existe, es difícil que admitiese entre sus inquilinos al vengativo Carlos Abascal, pero en consideración a sus fanáticas devociones, quizá le haya designado compartir un rincón cerca del cielo (pero sin salir del purgatorio) con su sacrílego tocayo Fuentes, quien dejó este mundo en 2012.

Acaso en un recodo de ese incómodo territorio póstumo, Carlos el aspirante a santo atormente al Carlos blasfemo con prédicas sobre el matrimonio; pero es más probable que Carlos el novelista atormente al Carlos rezandero con lecturas de sus (no muy logradas) novelas postrimeras. Acaso en las conversaciones de ambos medie otro Carlos, el satírico Monsiváis, y aun Carlos Montemayor, hombre que fue docto en lenguas, en literatura, en bel canto y en guerrillas. A tales peripecias póstumas no accede el humano entendimiento. Pero Alá sabe más.

Tomado de https://morfemacero.com/