El hombre sin camisa, los dos Byron y Vargas Llosa

El hombre sin camisa, los dos Byron y Vargas Llosa

“Otto Pérez Molina llegó a ser presidente de Guatemala en 2012. En 2015 lo encarcelaron 16 años por corrupción. Salió en 2022, mediante una fianza millonaria. En 2019 murió de un paro cardiaco el coronel Lima Estrada. Vargas Llosa no volvió...Tomado de https://morfemacero.com/

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Jorge Pech Casanova 

El domingo 26 de abril de 1998 el obispo Juan Gerardi Conedera disfrutó la última celebración de su vida. Dos días antes había publicado un informe de cuatrocientas páginas, en cuatro volúmenes, titulado Guatemala: nunca más, que registró las desapariciones forzadas, asesinatos, torturas y violencia sistemática que dictadores militares cometieron contra ciudadanas y ciudadanos guatemaltecos desde la década de 1960 hasta 1996. 

El informe del grupo Recuperación de la Memoria Histórica, encabezado por el obispo, “identificaba por su nombre a más de 52 mil muertos y desaparecidos civiles durante la guerra, cuyo número se calculaba en 200 mil, y revelaba que el ejército de Guatemala y los grupos paramilitares asociados a éste habían cometido el 90 por ciento de los crímenes, mientras que a las facciones guerrilleras correspondía poco menos del 5 por ciento”, resume el escritor Francisco Goldman, de origen guatemalteco. 

Ese 26 de abril de 1998, Juan Gerardi volvió por la tarde a su casa en la parroquia de San Sebastián, en el centro de la ciudad. Aún pudo ir a cenar con su hermana y, manejando su automóvil Golf, retornó a su templo hacia las diez de la noche. 

Frente a la parroquia, en el jardín público, se pasaba los días un grupo de hombres sin hogar conocidos como los bolitos (borrachitos). Alcohólicos incurables, monseñor Gerardi les brindaba protección. Esa noche casi todos los bolitos dormían pesadamente, después de haber consumido cervezas y sándwiches que les repartieron unos desconocidos. 

Sin embargo, dos bolitos, El Chino Iván y El Colocho, habían pasado la tarde en una miscelánea viendo televisión y tomando cervezas del establecimiento, así que a las diez de la noche pasaron ante la cochera del párroco para irse a dormir al jardín. El Chino notó que había olvidado en la tienda sus cigarros y se regresó por la cajetilla. 

El Colocho, siguiendo su camino, se topó a un hombre con el torso desnudo abriendo la entrada de la cochera parroquial (en Guatemala las noches pueden ser frías, la gente no anda a esas horas sin camisa, observa Goldman). Sabiendo de los dos autos del obispo, El Colocho preguntó si estaba por salir alguno. El desconocido, de unos veinte años, dijo “Simón, ese”. Al pasar una patrulla policial, el muchacho sin camisa se echó hacia atrás, espero a que el vehículo se perdiera de vista y cerró la cochera; luego se alejó corriendo. 

Extrañado por el encuentro, El Colocho vio llegar al Chino Iván con los cigarros. Al mismo tiempo, se apareció de nuevo el joven, abotonándose una camisa blanca. Al ver la cajetilla del Chino, le compró dos cigarros, dándole un billete. Luego, se fue por la calle que, a unas cuadras, conduce al Palacio Nacional, donde reside el presidente de la república. 

A medianoche hubo alboroto en la casa parroquial. El padre suplente, Mario Orantes Nájera, salió a preguntar a los bolitos si habían visto salir a alguien. Iván y El Colocho le comentaron sobre el joven descamisado. La policía llegó minutos después. 

Adentro, en la cochera, yacía en un charco de sangre el cadáver del obispo, con el cráneo destrozado por una losa de concreto, tirada muy cerca de su cabeza. También había un suéter manchado de sangre. A los policías que examinaron el lugar, el padre Orantes no les dijo sobre el joven sin camisa con quien Colocho e Iván habían intercambiado palabras y cigarros. 

En cuanto el crimen se conoció, muchas personas entendieron que Gerardi pagó con su vida la publicación del informe que incriminaba a altos oficiales del ejército, sobre todo, al ex dictador Efraín Ríos Montt. Las autoridades prefirieron asumir un supuesto pleito pasional entre homosexuales. Detuvieron a Mario Orantes, a su perro Balú y a la cocinera, acusándolos de robar bienes parroquiales y asesinar al sacerdote para ocultar los hurtos. 

Los allegados al obispo realizaron por su cuenta una investigación larga, peligrosa y frustrante, para ubicar al hombre sin camisa. Fernando Penados, sobrino del religioso, y sus colaboradores Mynor Melgar y Edgar Gutiérrez, averiguaron la identidad del sospechoso. Primero, supieron que un taxista observó al hombre descamisado hablar con los ocupantes de un automóvil, cuya matrícula le confió el chofer a un sacerdote. 

La matrícula correspondía a una pick up al servicio de la base militar de Chiquimula, ya cerrada, donde estuvo a cargo el coronel Byron Disraeli Lima Estrada. El Estado Mayor presidencial, bajo cuya custodia quedó la camioneta, informó que la había vendido. Sin embargo, las placas permanecieron en poder del ejército, y una había desaparecido. 

En la tortuosa pesquisa que realizaron Penados y su equipo, el hombre sin camisa resultó ser el sargento José Obdulio Villanueva, miembro de los servicios de información militar del Estado Mayor. Villanueva estaba preso porque asesinó al ciudadano Pedro Sas Rompich, durante un fingido atentado contra el presidente. Pese a su condena, el reo abandonó la cárcel el día del asesinato, pues entraba y salía de prisión pagando sobornos. 

Villanueva confesó que la ejecución del obispo fue ordenada por dos superiores del Estado Mayor: el coronel Lima Estrada y su hijo, el capitán Byron Lima Oliva. Este último condujo el automóvil que trasladó al ejecutor a la parroquia. En el crimen también fue implicado el general Otto Pérez Molina, jefe del Estado Mayor hasta 1996. 

Durante el juicio de los Lima, salieron en su defensa tres prominentes autores: en primer lugar, Bertrand La Grange y Maite Rico, conocidos por haber publicado en 1998 Marcos, la genial impostura. Ambos sostuvieron en 2003, en el libro Quién mató al obispo, que el vicario Orantes asesinó a Gerardi con la ayuda de su perro Balú, y que las acusaciones contra los tres militares eran producto de una conspiración de defensores de derechos humanos. 

A reforzar esta versión salió Mario Vargas Llosa con un artículo publicados el 21 de febrero de 2004 en El País, en el que asumía las tesis de La Grange y Rico para declarar que los militares Lima Estrada y Lima Oliva eran víctimas de una injusta persecución. 

El proceso judicial que concluyó en 2001 condenó a 30 años de cárcel al coronel Lima Estrada, a su hijo, el capitán Lima Oliva, al sargento Villanueva y al sacerdote Orantes. Tras obtener una reducción de condena a 20 años, Orantes y Lima Estrada salieron de la cárcel en 2010, por “buena conducta”. El novelista Francisco Goldman narró la investigación del crimen del obispo en su libro testimonial El arte del asesinato político, publicado en 2007. 

Villanueva fue asesinado en prisión junto con otros 18 reos durante un motín en 2003. Lima Oliva, quien dirigía una gran banda criminal desde presidio, fue asesinado en su celda en 2016, junto con otras 12 personas a su servicio, mediante la explosión de una granada. El ex dictador Ríos Montt, uno de los militares más violentos de América Latina, murió en 2018, mientras lo juzgaban por genocidio y delitos de lesa humanidad. 

Otto Pérez Molina llegó a ser presidente de Guatemala en 2012. En 2015 lo encarcelaron 16 años por corrupción. Salió en 2022, mediante una fianza millonaria. En 2019 murió de un paro cardíaco el coronel Lima Estrada. Vargas Llosa no volvió a tocar el tema de los Lima y murió el 13 de abril de este año.

Tomado de https://morfemacero.com/