septiembre 16, 2025

El exilio interior de Satie

“Acaso lector de Montaigne, Satie siguió los métodos del ensayista en su torre. Como los animales, borró su rastro fuera de su guarida (“Escóndete, o no te enterarás de nada”, advierte un consejo sibilino). Dejó de importarle lo que el mundo...

TA MEGALA

Fernando Solana Olivares

Septiembre no es un mes risueño. Concentra muertes y pérdidas dolorosas. Su recuerdo es ingrato y la memoria cumple con aquella inveterada costumbre de volverse a acordar. Septiembre es un mes incómodo. 

       Cada vez que se recuerda, lo recordado cuenta de nuevo en una estratificación que después se llamará biografía. La gran mayoría de ellas se evaporan en esa oscura desbandada que aqueja a todos, otras muy pocas forman el panteón de los muertos inolvidables y quedan por mucho tiempo en la memoria común. Aunque cada uno es actor de la suya, no cualquiera habita su propia biografía.

       Erick Satie parece haberlo hecho en varios momentos, un modo de decir que lo hizo en todos. Durante su arrebatado, tórrido y triste amor por la pintora Suzanne Valandon, quien lo dejó por un rico banquero; durante su expiación del intenso duelo amoroso al escribir la extraña obra para piano Vexations, la cual fue interpretada a lo largo de 18 horas y 40 minutos, su duración total, en un concierto organizado por John Cage; durante los veinte años de soledad (se cuenta que en ellos no recibió ninguna visita), reclusión, silencio y pobreza en Arcueil, suburbio no muy lejano a la ciudad de París. Un exilio interior radical y concluyente.

       El Montmartre parisino de las últimas décadas del siglo diecinueve era un hervidero creativo, emparentado con otros laboratorios de pruebas culturales y estéticas de la modernidad en ciudades europeas como Berlín o Viena, y Satie participaba de manera intensa en la vida bohemia y vanguardista de la época.

       La primera acción catártica, purificadora de las pasiones de la aflicción (eleos) y del temor (phobos), llevada a cabo por el músico minimalista después de sufrir el abandono de la amada infiel, consistió en expresar su profundo dolor como una vejación a través de una pieza para piano torturante, pues el maltrato de la vejación también contiene tortura (luego de interpretarla en Nueva York en 1963 con la participación de diez pianistas, John Cage dijo: “Yo he cambiado y el mundo ha cambiado”). La pieza representa un “esotérico Everest” para los intérpretes, escribe la articulista Use Lahoz, y la crítica no sabe aún si es bella o autoflagelante, repetitiva o significante, melancólica o ansiosa.

       La segunda acción de Satie fue caminar por los senderos interiores hacia el silencio y la soledad, una preferencia infrecuente que podría ser vista como consecuencia de su despecho: un castigo adicional al castigo. Esos años de aislamiento se ven representados en uno de sus legendarios retratos.

       El pintor está sentado al lado de una chimenea apagada, mirando hacia abajo con absorta expresión de tristeza y enfrente de una modesta habitación donde a unos cuantos pasos se ve una cama. Un espejo refleja el vacío del espacio. Y toda la atmósfera trasmite un sentimiento de añorante aunque resignada soledad. Los misterios de la vía inmóvil se concentran en un ascético espacio. Menos es más: el silencio, la soledad, la reducción drástica del adorno —reducción drástica de la necesidad—, el irse temprano a la cama todas las noches. Así entrar al flujo del tiempo como expiación y cambio y transcurrir en él.

       Todo renunciante representa una anomalía y aun la renuncia por motivos de amor lo es. Pero acéptese que tal decisión es una circunstancia excepcional donde sucede otro proceso de purificación. No se sabe cuándo después de la hermética y disolvente pieza, del marcharse y no mirar hacia atrás durante veinte años, Satie olvidó a Suzanne. Ustedes fueron para mí peldaños, y los he sobrepasado a todos, pudo haber dicho repitiendo a Nietzsche, su también solitario contemporáneo.

       Este escritor asimismo ignora si el autor de Las Gymnopedias, creador de un estilo definido como claro, conciso y también humorístico, precursor de las vanguardias dadaístas y surrealistas, compuso música durante su reclusión. El don creativo de la normalidad y su lógica afirmarían que sí. Pero siendo el retiro y la reclusión un movimiento alterado podría pensarse que tal vez no, que la música cesó ante un voto de silencio.    

       Los renunciantes simplifican. Veinte años de estar voluntariamente confinado y mirar lo mismo y hacer lo mismo llevan a otro estado de conciencia. Y tanto tiempo, a otra escala, queda previsto en la misma duración exasperante de Vejaciones. “Quien quiera saberlo, que se quede veinte años con nosotros”, dijo el abad del monasterio al principiante. Satie se quedó ese tiempo consigo mismo, su monasterio en él. 

       Acaso lector de Montaigne, Satie siguió los métodos del ensayista en su torre. Como los animales, borró su rastro fuera de su guarida (“Escóndete, o no te enterarás de nada”, advierte un consejo sibilino). Dejó de importarle lo que el mundo hablara de él para atender cómo hablar consigo mismo. Se retiró a su interior pero antes se preparó para recibirse a sí mismo, pues no puede conseguirlo quien no sabe gobernarse. Ya había fallado en compañía, así que ahora no quería hacerlo en soledad.

       Para estar consigo mismo, como diría el clásico, le bastaron sus propios pensamientos. Siempre hay variables en cualquier cuestión.

Tomado de https://morfemacero.com/