TA MEGALA
Fernando Solana Olivares
Los sabios dicen que ha de caminarse mucho para descubrir que los remedios están en casa.
Esa es la forma abreviada de aquel cuento jasídico que se conoce como paradoja de la proximidad: un soñante sueña que en el puente de acceso al castillo del rey de una ciudad lejana encontrará un tesoro. Hace grandes esfuerzos para alcanzarlo. El capitán de la guardia lo increpa viéndolo vagabundear por ahí, y al escuchar su historia acaba confesándole, llamándolo iluso, su propio sueño: el tesoro que está debajo de una baldosa en un patio cuya descripción es idéntica al patio de la casa del soñante. Éste le da las gracias, regresa a ella, lo busca donde dijo el otro y lo encuentra.
Por tales razones uno puede encontrarse un libro revelador en la pequeña y única tienda de periódicos del pueblo, que reúne conferencias de un importante estudioso, practicante y divulgador del pensamiento oriental, Alan Watts: ¿Qué es el Zen?, perdido y semioculto entre revistas de chismes, artistas y trivialidades.
Dicho encuentro suele ocurrir cíclicamente. Cada tanto el Zen se presenta así en la vida de quien esto escribe, de manera inesperada, de manera Zen. Y el Zen, dice Watts, es un método para volver a descubrir la experiencia de estar con vida.
El pequeño volumen agrupa las últimas conferencias que Watts dio a un grupo de estudiantes en seminarios de fin de semana impartidos en su casa flotante, la barca SS Vallejo fondeada en Sausalito: el Zen es como el agua, el maestro vivía sobre ella.
Sin ningún lenguaje discursivo, tan lacónico y directo como su mismo objeto de conocimiento, el libro de Watts es un diálogo sobre la sabiduría que la práctica del Zen se propone alcanzar mediante una forma de liberación que tiene características básicas (compartidas por otras disciplinas espirituales): un despertar a la unidad o esencia de la vida y una interiorización espiritual del campo semántico inagotable que llamamos Dios, una totalidad, dejando de considerarlo externo a la conciencia.
¿Liberación de qué? De un sentimiento profundo de separación con las cosas, con las gentes, con nosotros mismos. Para el Zen la mente humana no es una entidad separada que observa el proceso de la vida desde afuera, sino que está involucrada porque forma parte integral de él. El conflicto que esta mente racional establece con el fluir de la vida, una entidad separada que cree que debe dominar y conquistar, sólo es una desdichada ilusión creada por ella misma.
Esta ilusión, dice el sensei Watts, surge debido a que la mente es parte de este patrón que fluye, pero como tiene la capacidad de representar estados anteriores de ese patrón a través de la memoria cree que es sólido, fijo, permanente.
El Zen afirma que uno no puede ser consciente de la estructura básica del mundo porque es parte de ella, así como el pez tampoco es consciente del agua en la que vive. De ahí se desprende ese dejar de aferrarse a uno mismo que enseña el Zen, pues tal identidad construida responde a una muy estrecha visión: la de la persona que cada uno cree ser, un mero producto de una convención social.
Sus caminos son dos: la meditación sedente y el colapso de la mente lógica. Esto último se logra mediante el koan, enigmas que no tienen solución cartesiana y pueden conducir a la mente a la comprensión súbita de lo real. Watts cita el texto Zen El caminosencillo, el camino difícil para ilustrar la sutil esencia y el juego de contrarios de esta doctrina:
“Si alguien pregunta sobre asuntos sagrados, respondan siempre con términos profanos. Si se les pregunta sobre la realidad última, respondan en términos de la vida cotidiana. Si se les pregunta sobre la vida de cada día, respondan con términos de la realidad última”.
Para lograr la comprensión del Zen, afirma Watts, pueden emplearse tres minutos o treinta años. Occidente se atormenta por descubrir esos tres minutos. A Oriente no le importa. El secreto del Zen es dejar de hablar con uno mismo, silenciar el diálogo interior. Dicho a la manera Zen: dejar de hablar para tener algo que decir.
Existen artes adyacentes del Zen que pueden cultivarse, desde la ceremonia del té, la pintura y los arreglos florales hasta el tiro con arco, las artes marciales o la esgrima. La Doctrina alegre, como se le conoce, aconseja buscar en la propia naturaleza de la mente, más allá del intelecto.
El Zen es una forma superior de curación para el dualismo de la conciencia, una atención plena directa y total al momento presente.Un cuento zen de origen indio, “Renki, el elefante”, así lo ilustra:
“Ryoto, joven monje budista, se quejaba de no poder mantener la mente en reposo. Su mente saltaba sin parar, como un cabrito…
“—O como un elefante salvaje —dijo el viejo maestro Zen. Y le contó una historia:
“Renki era un elefante salvaje que capturaron a la edad de tres años. Cuerpo de color gris claro sin mácula, defensas largas, finas y puntiagudas, orejas de perfecta forma triangular, un hermoso macho al que su amo, un comerciante de elefantes amaestrados, esperaba vender a buen precio al señor del reino. Sujetaron a Renki a una estaca, al cabo de una cuerda muy sólida. El joven elefante empezó a debatirse con energía, con furia; coceaba, pisoteaba salvajemente la tierra con sus pesadas patas, lanzaba bramidos que partían el alma. Pero la estaca estaba bien clavada, y la cuerda era gruesa. Renki no podía soltarse ni de una ni de otra. Entonces le entró una rabia desesperada, mordía al aire, con la trompa alzada, bramando lastimeramente hacia el cielo. Se agotaba de tantos esfuerzos y gritos.
“Y de repente, una mañana, Renki se serenó, ya no volvió a tirar de la cuerda, ni a maltratar el suelo a cuatro patas, no volvió a hacer temblar los alrededores con sus bramidos. Entonces el amo lo soltó. Pudo ir de un lugar a otro, llevando un barril de agua, saludando a todo el mundo, prestando servicio a la comunidad. Fue feliz y libre.
“—Tu pensamiento es como un elefante salvaje —dijo el maestro. —Coge miedo, salta en todos los sentidos y brama a los cuatro vientos. Tu ‘atención’ es la cuerda, y el ‘objeto escogido para tu meditación’ es la estaca clavada en el suelo. Serena tu pensamiento, domestícalo y conocerás el secreto de la verdadera libertad.
“El maestro explicó al joven monje esa meditación, diciéndole: —La estaca es la respiración: inspira, espira, sin cambiar cosa alguna; tú eres esa respiración, que viene y va, que sube y baja, sin cesar, sin cansancio, que viene y va… La cuerda es la atención: observas —sin impaciencia, sin ira, sin juzgar, sigues con mirada interior, benevolente y neutral— esa respiración que viene y va. Si tienes ganas de moverte, de dar patadas, de bramar como Renki, contemplas tus pensamientos, tus emociones, que te sacuden y te arrastran, y tú no te implicas, dejas que las cosas vengan, y dejas que se vayan. Y todas las iras, todas las impaciencias se disipan como el humo. Y vuelves a mirar el aliento que viene y va…”
Un haikú de Soseki, poeta del siglo XIX, dice:
He arrojado esa cosa minúscula
que llaman “yo”
y me he convertido en el mundo inmenso.
Eso es el Zen.
Tomado de https://morfemacero.com/





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